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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Diario personal de la cuarentena por coronavirus

Mi plan bajo demanda

Quizá nos hemos acostumbrado muy rápidamente a que todo sea bajo demanda: de las películas y los programas de televisión a la lactancia, de las compras online a la hora, o incluso el día, en que nos ponemos a leer los mensajes que nos han enviado. Esa es la explicación que se me ocurre para la dificultad de cumplimiento de los horarios de salida que tenemos, desde este sábado dos de mayo, en las grandes ciudades.

Desde hoy, las personas de entre 14 y 70 años podemos salir a pasear o correr entre las 6 y las 10 de la mañana. Hubiera sido bonito, pero eran las 10:15 y yo seguía en la cama. Se me pasó por la cabeza, sin duda todavía dormida, cuando quizás quedaban quince minutos para las diez pero recuerdo que pensé claramente que preferiría no hacerlo. Quitando todas las carreras que me echado en mi vida para llegar a la primera fila de los conciertos, habré corrido en la calle, en plan correr sin llegar tarde a ningún sitio, dos veces en total. Y me parece mucho para mi poderoso sentido del ridículo.

Dice mi familia que no sé correr, que hago una cosa rara con las piernas. Es muy probable y eso explicaría por qué no he llegado más que a segunda o tercera fila en los conciertos del Palacio de los Deportes de Madrid. Hoy, y que no sirva de precedente, he estado de acuerdo con el policía del coche patrulla que ha grabado el reportero de El País Manuel Viejo. El agente se pasó la mañana reutilizando el comentario que tan ingenioso le había parecido, imagino que para que lo escuchara más gente: “¡Ahora parece que todo el mundo hace deporte!”.

Intuyo que la ciudad se ha llenado de fake runners, de esos que no tienen ni la ropa reglamentaria. Medio Madrid con flato a mediodía. Me asomo a la ventana a las doce y veo una mujer con auriculares en los oídos, ropa de lycra ajustada tanto al cuerpo como a los estándares deportivos, paso trotón y modélica inspiración por la nariz y espiración por la boca en forma de u. El problema es que deben faltarle unos 50 años para alcanzar la edad permitida para salir a esta hora del día. Así no hay quien organice un país.

Por otro lado, estoy pensando que quizás a esta chica le pasa lo que a mí, que el segundo tramo del día reservado para los menores de 70, el que va de las 20h a las 23h, tampoco le viene bien. Primero están los aplausos, que entre las canciones, los saludos y los bises nos ponemos en las ocho y media. Luego, hay que hacer la cena, que el confinamiento da mucha hambre. Diría que luego hay que “bañar a los niños” pero para qué voy a mentiros, ya sabéis que la contribución de Eleonor a la lucha contra el cambio climático es evitar la ducha todo lo que pueda. La verdad es que, para lo que se mancha, yo mucho no le insisto. Y luego, la película. Que si la ponemos muy tarde, nos quedamos dormidos. Entenderá el Gobierno de España que es una hora muy mala, como mucho podría salir a correr cuando bajo la basura pero, la verdad, para una salida que hago al día no quiero hacerla con prisas.

Y luego está el tema de los zapatos. Hay quien los deja en la puerta de la calle. Yo tengo en la familia alguien que limpia las suelas con agua y lejía, hasta que le dije que si no hacía la mezcla en el día eso no mataba ningún virus. En nuestro caso, cuando volvemos de la calle dejamos el calzado en el cuarto de baño. La pereza se amontona sobre la seguridad mal entendida y no deja de crecer la montaña de zapatillas, botas, chanclas, sandalias y patines. Al principio del confinamiento teníamos una caja donde solo cabían dos pares. Ahora hemos montado algo parecido a un puesto de mercadillo en rebajas. Algún par lleva ahí más de una semana. Si había bicho, estará muerto. Si salimos a correr, este muestrario sucio y destartalado se apoderará de varios pares de zapatillas deportivas de alto rendimiento. Ahí hay un buen motivo para quedarse en casa.

Hemos comido escuchando en la radio al presidente del Gobierno. Éramos una familia rara y antigua, escuchando atentos la voz de un mandatario escupida por el transistor, mientras nos llevamos el arroz a la boca; parecía que oíamos el parte. Reconozco que estoy enganchada a los discursos de Sánchez, me parecen muy bien escritos. A menudo no sé lo que dice porque me quedo pensando “pedazo de metáfora” o “mira qué bonito” y luego tengo que ir a mirar la prensa para enterarme si hay alguna novedad. Apartando a un lado de la boca la bola de comida, Eleonor repitió con grave voz de presidente “no hay un plan B”.

Le pregunté si sabía lo que era un plan B. Os contaré que, efectivamente, lo sabía muy bien. Le apreté un poco las tuercas: “¿y si falla el plan A?”. “Necesitamos un plan B”, me dice. Bueno, Eleonor, pues esta es una de esas situaciones en las que el plan A tiene que funcionar sí o sí. Por su mirada, noté que, para ella, eso no tenía ningún sentido. Para mi hija, siempre hay planes B, chorrocientos de ellos. Por su mirada noté, o al menos tuve la punzada de la intuición, que quizás me había vuelto a quedar atrapada en la belleza de la retórica y que a ella no se la cuelan tan fácilmente como a mí.

O lo mismo la punzada era flato, puede ser, que estar en casa también cansa.

Hay 216.582 casos de coronavirus en España. 1.471.567, en Europa y 3.181.642 en el mundo. El plan A va a funcionar pero hay que recordar cuáles son nuestros principios; por ese motivo no me vais a ver en chándal corriendo por el vecindario a las diez de la noche, tengo unos principios estéticos muy poderosos.