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Reflexiones de una madre y una hija sobre la vuelta al cole

Dibujo de Laia

Laia y Eva Fernández

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Laia

Hola, soy Laia, he estado hablando con mi mami y hay una cosa en la que estoy súper de acuerdo con ella: ¡dejemos que l@s niñ@s decidan cómo van al cole porque no son los adultos los que van a ir!

Sé de experiencia que no podemos decidir eso, pero sí puedo decir lo que pienso.

Yo al cole voy porque aprendo, pero también porque nos inventamos juegos con mis amigas. Las echo muchísimo de menos a todas, echo de menos el momento en el que, en las clases, deseo la hora de ir al patio a jugar y a tomar el aire aún en días de verano. Ahora tendremos que llevar la mascarilla y no podremos ni tocarnos.

Estaremos casi todo el tiempo sentados en una mesa con un lápiz y una goma escribiendo y borrando y haciendo el esfuerzo de escuchar a la profesora detrás de su mascarilla. Yo cuando no huelo, no oigo bien. Y ya no solo eso, también en algunos momentos lo único que percibiremos será el estrés de la profesora y de nosotros mismos.

Ya hemos estado tres meses encerrados en casa, luego no he ido a los encuentros que hacían en los parques, porque lo que quería era ver a mis tías, primas y abuelos porque los echaba de menos y temía contagiarme y contagiarles y eso era lo último que quería.

Ahora, la mayor parte de las horas veré a mis amigas solo sentadas lejos de mí, intentando escuchar a la profesora. Lo cierto es que no quiero ir todos los días al cole obligada. Mis padres están de acuerdo conmigo y seguro que no somos los únicos. Y hemos pensado en un buzón a la puerta del cole para que todo el mundo pueda contar cómo lo haría.

Eva

Hola, soy Eva, la madre de Laia. Empecé a escribir unas notas para saber qué hacer con la vuelta al cole. Mi hija comenzó a leerlas y a escribir también su parte y sus palabras me comprometen a compartirlo.

Desde que se inauguró el shock pandémico parece que no queda otra que perder. A la disyuntiva economía o salud le sumamos salud o educación. Abuelos o cole… es también otra disyuntiva. Aislar a los frágiles… y educar ¿a los fuertes y los valientes? ¿Otra?

Laia y yo hemos empezado a ver noticias juntas desde que el telediario ordena parte de nuestra cotidianeidad. Ayer me preguntaba mi hija por qué siempre cuentan solo lo malo. A lo que le contesté que lo malo es lo que menos sucede y noticia es lo que no suele pasar.

Las noticias solo hablan del coronavirus como pérdida pero Laia lo ha vivido también como una oportunidad. La mirada de una niña no se queda en la carencia, nunca. La carencia muestra lo que no hay, pero no lo que sí hay. Es la potencia la que atenderá a lo que podemos hacer. Me sitúo ahí, pues.

Laia con el confinamiento perdió el vínculo con sus iguales, pero en cuanto a aprendizaje abrió una relación con su profesorado preciosa con la educación a distancia. Pasó de ser una niña callada en el aula a escribirles largos correos. Yo no hice de su profesora y sus maestras no dejaron de ejercer. Quede claro.

En esta vuelta al cole, aprecio un duelo no hecho por la pérdida de formas de vida anteriores. La gente con poder en la toma de decisiones y que ha resistido la primera embestida de esta crisis (mantiene trabajos remunerados, ha pasado la enfermedad sin grandes pérdidas, etc…) quiere que el cole le garantice su vida anterior. Sin embargo, conviene valorar que para otra gente su vida anterior desapareció. Entre esa mucha gente, los primeros son los y las niñas que llevan casi seis meses en casa y van a volver o han vuelto al colegio en condiciones que dudo garanticen su educación, ni su relación con sus iguales. Aunque prefiero no hablar por su boca y confío que mis reflexiones colaboren para articular una forma de abrir una larga pregunta a las niñas y los niños sobre qué cambiarían de la propuesta.

Seguro hay buenas oportunidades en esta manera de entrar al colegio. Pero básicamente deberíamos admitir que no sabemos lo que va a pasar. Estamos en una situación inédita que exige nuevas dinámicas. Para forjarlas me atrevo a pensar que lo más útil será preguntarnos, cada quien, por nuestras líneas rojas. Aquello que vamos a poner por delante pase lo que pase. A mí me parece grave que Laia sea forzada a seguir la actividad escolar con miedo. Las amenazas a quitar custodias, multar por «absentismo»... me animan a forzar al sistema a que efectivamente demuestre su capacidad punitiva. Desertaré si “volver al cole” es someter a quien solo puede obedecer. Quien solo es sometido necesitará aprender a burlar a quien le somete. Yo no facilitaré que mi hija me burle. Necesitamos potencia, no carencia. 

Todo límite debe ser respetado porque estará en manos de un todos articulado, sanar o no estará en manos de nadie. Conviene que no nos mintamos, nos encontramos con un asunto de salud pública, y saldremos de esta, no gracias a una estructura meritocrática (no se trata de héroes, ni tampoco de grandes villanos). Odiar o demonizar nos distrae de atender lo importante. Ahora, interesa saber qué quiere y puede hacer todo el mundo, porque cualquiera puede hacer que sumemos más enfermedad, o no, a las tantas muertes.

Vamos a vivir una situación dinámica, de incertidumbre, cambio y deberíamos revisar como comunidad qué maneras tenemos de articular las formas de vivirla de cada quien.

Ahora es vital: no criticar, ni temer, no con-vencer, sino atender profundamente a los demás. El desafío, lo que podrá compensar la carencia dada, será que los aportes de cualquiera sumen y no resten. En este sentido no entiendo por qué no suma que haya familias que quieran educar semipresencialmente; del mismo modo que haya otras personas que quieren involucrarse en el colegio y tiren mucho de la presencialidad; las autoridades educativas deben ganarse nuestro respeto, no someternos.

En un tiempo de pandemia, que además funciona por oleadas, debemos atender a la excepcionalidad. Ser flexibles, actualizar nuestras responsabilidades. Los poderes educativos no pueden jugar a asustar en esta situación, con un instrumento de otro tiempo como “el absentismo” y más con el desbordamiento de la capacidad asistencial del Estado dada la pandemia.

El miedo impuesto desea poner nuestra atención en lo que quien nos lo impone quiere que miremos. Ahora bien, ¿la buena vida puede provenir de temer aquello que quien nos amenaza quiere que temamos? El miedo sirve cuando nos protege y cuando nos engrandece. Y el miedo interesante es el miedo al que nunca dejamos ganar. Ni el miedo a enfermar, ni el miedo a que me quiten la custodia de mi hija va a regir nuestra entrada al colegio. Hemos de dejar ganar al valor: nos la vamos a jugar, cualquiera, todas y todos, luego hemos de procurar ganancias para todo el mundo.

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