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En primera persona

Relato de adolescente entre el confinamiento y la vuelta a clase: de educarnos con TikTok a un infierno de restricciones

Una adolescente mira su móvil.

Coco Wiener

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Cuando empezó la cuarentena en marzo nos dejaron solos con nuestros pensamientos.

Eso te hace afrontar quién eres, sobre todo si eres un adolescente depresivo, como todos. Fue como un experimento social. Encerrados en nuestras habitaciones durante meses y sin la presión social del instituto. ¿Qué pasa cuando no ves a 30 personas iguales, insistiendo en que seas como ellos, todos los días? ¿Qué pasa cuando te deja de importar?

Creo que al llegar al punto álgido, todos recurrimos a TikTok. TikTok tiene 800 millones de usuarios activos al mes, y para finales de febrero llegó a los 2.000 millones de descargas. Corrimos hacia esa aplicación porque la desesperación nos vuelve salvajes, y esa app es para la Generación Z como un festín de carne para leones hambrientos.

Y ahora, de pronto, tenemos que volver a nuestras escuelas ordinarias.

Me acaban de enviar un documento de nueve páginas. Si eso os parece preocupante, esperad a saber lo que eran. Nueve páginas de medidas, reglas y restricciones para este año en la escuela secundaria. Reuniones y fechas y horas. Mi definición del infierno.

Nos han dicho que en este momento tan duro y jodido sobre todo para los que tenemos que ir en transporte público, que somos la mayoría, la impuntualidad será castigada más severamente. Palabras elegantes para decir que tendremos que salir una hora antes para meternos en un bus con veinte niños sudorosos a las siete de la mañana. Pero oye, no, “la puntualidad es la mejor medida sanitaria”. Eso lo pone en la página tres. Dividirán las clases en dos y luego las clases irán todas apiñadas en el mismo autobús. Casi puedo oír a los pubescentes burlarse de vuestras medidas de vuelta a casa desde aquí.

Dentro de ese caos nuestra protección consiste en entrar cinco minutos después del curso anterior. Subiendo las mismas escaleras, tocando la misma barandilla. Creo que nuestros superiores no han hecho bien las mates eh, yo les suspendía. En serio. 

Una vez me echaron de clase por sacarle el dedo a mi amiga. Ya sabéis, los buenos tiempos. Ahora ni siquiera podremos disfrutar de esa pequeña alegría que es que te echen al pasillo. De verdad, es como una comunidad ahí fuera: está el idiota de cada clase, a veces más de uno, todos apoyados en las puertas, y nos miramos a distancia, riéndonos porque hasta el mínimo desafío a la autoridad entretiene más que 'El diario de Anna Frank', (la película). 

Ahora esas reuniones inofensivas están prohibidas. Nos derivarán al claustro rojo, que suena como una sala de tortura y miseria, pero en realidad es un lugar aburrido donde están nuestros captores, los jefes de estudios, y a veces hay dibujos extraños colgados en la pared. En la postpandemia no se nos permitirá hablar ni tirarnos aviones de papel ahí.

Otra nueva medida es el control de los cambios de clase. Una de las maravillas de ya no estar en la primaria son los momentos en los que debes ir de un lado a otro lado del instituto a dar clase con tu séptimo profesor del día. Es muy fácil perderse por los pasillos de nuestro inmenso instituto y acabar en la biblioteca por casualidad, en el patio o el laboratorio. Solíamos llegar como media hora después de Francés. Me cae bien el profesor pero los franceses son muy estrictos y, a decir verdad, después de dos años de francés no sabría ni preguntarle a alguien dónde comprar cjuasans

Ahhh sí, los móviles. Un infinito de historias de Instagram e infinitas fotos no favorecedoras de los profesores a nuestro alcance. Normalmente nos los quitan si nos pillan, yo personalmente planeo decirles que no pueden tocar mi móvil con sus manos infectantes, eso sería una gran violación sanitaria. 

Y luego están los capullos. La verdad es que varios de estos tíos de dos metros, con sus voces testosterónicas harán bromas y no querrán ponerse las mascarillas. Ahora, si en ese momento alguien ha de darles un buen escarmiento y ese alguien acabo siendo yo, tampoco habría problema. Un gilipollas con dos pelos en la cara no va ponernos en riesgo de volver a las clases online durante meses. Eso lo dejo muy claro. 

La administración y el sistema, esos siempre han dado asco. La economía siempre será más importante que la vida. Me muero por ver al Gobierno y a los banqueros escribir números en sus pantallitas cuando no quede nadie a quien ponerle impuestos. “Se hace lo que se puede”, nos dicen. Yo digo que se busquen mejores excusas para hacer mal su trabajo: un poco de abuso paterno, alcoholismo, un “estuve viviendo en mi coche durante un mes en 2015 y ahora nada me sale bien” por lo menos, ¿no? Dios, cítame un poema de Shakespeare sobre tu depresión o algo. Algo. La pandemia no es una excusa si la estamos viviendo todos los demás también. 

La verdad es que durante la cuarentena nos adaptamos como pudimos, los tiktokers se convirtieron en nuestros profesores de matemáticas cuando los verdaderos educadores estaban muy sobrepasados como para explicarnos TODO y vimos tantas series americanas que empezamos a pensar en inglés. A lo mejor no necesitamos al sistema educativo para desarrollar inteligencia emocional y cultura general. Mhmm. ¿Alguna vez habéis visto V de Vendetta? Sehh, imagináoslo. O sea, esto podría ser una revolución, si queremos. Qué emoción. Empezamos en unos días, Just sayiiing :) 

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