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Opinión - Nos están destrozando la vida. Por Rosa María Artal

Está todo todavía tan oscuro en Europa

El reto de la nata.

Elena Cabrera

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Dice mi amigo F. que amenaza con lanzar una tarta de nata montada a todos los que hacen lives de Instagram. Lo dice el mismo día que en el chat de la clase de mi hija, L. ha echado a rodar un challange en el que retó a A. a que hundiera su nariz dentro de un bol de nata montada. Una hora después, apareció un video de A., efectivamente, hundiendo su nariz en un bol de nata montada y retando a su amigo J. a que hiciera lo siguiente: A. coge el bol con las dos manos y se lo coloca en la cabeza, bocabajo, mientras su madre, que graba el video, dice “¡no, no, no, no, no!”. A. levanta el bol y deja sobre su pelo un chorreante sombrero de nata. Pensé que a la hora de escribir estas líneas no tendría nada más que contar pero J. aceptó el reto, anunciando que a sus padres les parecía regular porque luego tendría que bañarse (J. no lo dice, pero en estos días hay mucho lavado de manos pero duchas, las justas). Sin pensarlo, J. se colocó un cuenco con nata a modo de bombín y pasó la bola, retando a que el padre de su compañero T. le hiciera lo mismo que su propio padre estaba a punto de hacer: entrando en plano, un brazo introduce la boquilla de un bote de nata en la boca de J. y rellena al niño como si fuera un buñuelo. Si a lo largo de este artículo hay alguna novedad, os lo haré saber. Espero que el reto no llegue a Eleonor, pues acabo de ir a mirar a la nevera y nuestro bote de nata está lleno de moho. (Un clásico). Le cuento todo esto a Alberto y me dice: “Ah, pues eso puede hacer el reto más interesante”. Y así pasamos el domingo. El vuestro, ¿qué tal?

Yo entiendo a F. No se puede estar todo el día live arriba, live abajo, que si videochallange, que si videollamada de los amigos, de la familia, de los abuelos, de los primos, de los compañeros de la EGB...

En casa hemos recibido el anuncio de la extensión del estado de alarma sin sorpresa alguna, como quien pierde un tren que tampoco tuviera mucha intención de coger. Ya no apunto en el calendario del frigorífico cuando va a acabar esto, no vaya a tener que volver a hacer una tachadura. Pero con esta prórroga ya ha quedado claro lo que había desestimado en un principio: mi cumpleaños, a mediados de abril, me va a pillar enclaustrada. Tampoco pasa nada, no soy de montar fiestas en mi cumple, lo que me fastidia es lo terriblemente inútil que soy haciendo predicciones. Cuando se cancelaron los primeros cumpleaños familiares, les dije: “No pasa nada, ya los celebraremos todos a la vez, junto al mío”. Ahora me da la risa. Le leí a alguien, no sé a quién, que miramos nuestros yoes del inicio de la pandemia con condescendencia. Ay, Elena, que no te enteras.

Ya dije que no sé hacer planes a medio plazo. Aprovechando el domingo (como si fuera a ser muy diferente de mañana...), hoy he hecho un par de cosas que debería haber realizado hace tiempo. La culpa la ha tenido (por una parte) Inés Arrimadas y (por otra) las dichosas videollamadas. Mi hija Eleonor tiene un crush muy potente con Arrimadas y, cada vez que sale en la tele, hay que callarse mientras que ella se queda embobada diciendo “¡qué guapa es Inés!”. El caso es que en algún informativo estaban haciendo una entrevista por el móvil a la líder de Ciudadanos, la cual lucía un maquillaje maravilloso para ser las nueve de la noche y estar encerrada en casa. Me uní a la admiración de Eleonor y pensé esto que acabo de decir, lógicamente sin escuchar lo que decía pues me tenía obnubilada con su sombra de ojos en tonos azules y grises. A mis profundos pensamientos, añadí: acaba de pasarse la plancha para hacerse las ondas. La imaginé en su cuarto de baño, arreglándose divinamente porque iban a entrevistarla dos minutos por el móvil para una televisión; me eché un vistazo furtivo en el espejo del baño y me dije: “No puede ser que yo esté apareciendo con estas pintas en las videollamadas a cinco”. De manera que hoy me he puesto las lentillas, me he teñido el pelo, me he pintado las uñas y hasta me he pasado la plancha. Si me llama alguien, me hago rápidamente un eyeliner y saco el pintalabios rojo, prometido.

Pues todo lo que he hecho hoy lo habría hecho ayer en el universo alternativo en el que no existe el COVID-19 del que hablábamos el otro día. Comencé este diario, los más fieles lo recordarán, preocupada por el concierto de The Sisters Of Mercy, que debía celebrarse el 4 de abril en Madrid (ayer, cuando escribo esto): “me temo lo peor”, dije. Me habría teñido el pelo, me habría pintado las uñas, me habría puesto más sombra de ojos que Inés Arrimadas (y sin duda más eyeliner) y habría salido de casa tan feliz a bailar Temple of Love contradiciendo el título de su disco recopilatorio, que dice que algunas chicas merodean por error. Yo no, yo lo hago muy a propósito, cuando no hay pandemia vigente, claro. Ayer acaricié un rato las entradas, que llevan semanas agarrando polvo en la estantería, y le dije a Alberto:“si no hubiera pasado todo esto, ahora estaríamos en el concierto de los Sisters”. Mi pareja me miró con ojos de“ya estás otra vez maltratándote”.“Prefiero no pensar esas cosas”, me contestó. Intenté enmendar lo irremediable diciéndole que, en realidad, estaba contenta porque el concierto no se había cancelado, tan solo aplazado. (Ole yo con mi reposicionamiento positivista). A lo que Alberto, siempre tan optimista, contestó: “vete tú a ver cómo estamos en septiembre”. Le miré con cara de horror (ya dije que soy incapaz de predecir a medio plazo) pues ni se me había pasado por la cabeza que en septiembre no hubiéramos vuelto a la normalidad. “Una cosa es que acabe la emergencia y otra lo que venga después”, añadió. Desescalar, lo están llamando. Me gusta esa palabra. Sinónimo de“poco a poco, no te flipes”.

Alberto colabora en un programa de radio llamado Rock entre amigos. Hace unos días, el director quiso hacer una edición especial titulada “Ánimo, fuerza, coraje y mucho rock” y le pidió a Alberto un mensaje de ánimo. Dudó de sí mismo: “no soy la persona más adecuada para dar ánimos”, contó en el programa, pero se aventuró a explicar que pensaba que hay“enseñanzas dentro del dolor” que podemos“utilizarlas en el futuro”, como por ejemplo, la solidaridad. Citó a Baudelaire diciendo que no hay vino malo, sino alma mala, que cuando cae el vino en un alma mala, la persona se vuelve más mala aún, y al contrario. “Con el apocalipsis pasa lo mismo —dijo—, cuando cae en una persona buena, esta se comporta de manera ejemplar”. “Gracias a esas personas, la humanidad sigue en pie”, dijo, recordando a los médicos y a los cuidadores de los geriátricos, a los empleados de los supermercados y a los que trabajan en la cadena de producción de alimentos. Dijo esto y muchas más cosas, que os recomiendo escuchar, pero además quiso incorporar una canción al programa (que añado aquí abajo), que fue la genial Black Planet de Sisters of Mercy, la cual definió en casa como la banda sonora ideal para esta pandemia. En ella, Andrew Eldritch canta: “está todo todavía tan oscuro en Europa… moviéndote entre la radiación, moviéndote entre la lluvia ácida... en un planeta negro, negro”. Una canción que no tocan en directo pero que, visto lo visto, deberían hacerlo.

Respecto al reto de la clase de tercero de primaria, a la hora de mandar esta crónica a la rotativa, el compañero. no había respondido, al parecer por falta de nata. Me acercaría a llevarle la mía mohosa, pero hoy quiero ser buena (y estar guapa) y que el vino me haga aún mejor persona.

Seguimos sufriendo por los que se van. En España han fallecido 12.418 personas pero el cómputo de muertos es menor cada día. Las cifras de positivos verificados son de 130.759 en España; 607.070, en Europa y se ha superado la barrera del millón en el mundo: 1.056.159.

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