Marianella Ferrero: “En la escala racista eres afortunado si eres blanco, hablas castellano y vienes de un país bien visto por los españoles”
- “El racismo es estructural, ocurre igual que con el machismo, y lo sufrimos todos”, recalca esta protagonista de la revista de eldiario.es 'La España de los migrantes'
“No creo que vuelva a mi país, ya me he acostumbrado a vivir aquí y el cambio al llegar fue tan duro que no creo que lo pueda volver a soportar otra vez”. Marianella Ferrero (Uruguay, 1957) llegó a España en el año 2002. No poder pagar un cursillo de diseño gráfico para su hija de 14 años fue el detonante para decidir que en algún lado del mundo tendría que poder permitírselo, y la primera opción fue España ya que una de sus hijas vivía aquí, junto a su yerno y su nieta. Entonces Marianella tenía 45 años, estaba divorciada y tenía cinco hijos, dos de ellos que dependían absolutamente de ella.
Hija de un exiliado por la dictadura uruguaya, vivió a medio camino entre la dominación de su país y el totalitarismo argentino, aunque, confiesa que hasta de eso se puede extraer una enseñanza positiva. “Esa pelea cotidiana te lima y te prepara, te hace fuerte”, señala. Una fortaleza que se vio puesta a prueba al llegar a Torrelavega, su primer destino al pisar Cantabria.
Sus recuerdos de su paso por esta ciudad son nítidos, quizá por la dureza de ser diferente en un momento en el que, tal y como cuenta, no había tantos inmigrantes. “Recuerdo que una vez me llevaron a comisaría por ir con mate por la calle”, confiesa. También recuerda la batalla burocrática con extranjería, una lucha que, a juzgar por sus palabras, le costó más de un disgusto. “Recibí un mal trato cuando estaba luchando por sobrevivir, vine con dos niños y mi prioridad era conseguir la residencia, establecerme y trabajar”, enuncia.
Pero una de sus experiencias más traumáticas fue la que sufrió la primera vez que su hijo enfermó y ella no podía faltar al trabajo. Esta situación tan complicada, la llevó a dejar a su hijo en Servicios Sociales para poder cumplir con su horario. Llegar cinco minutos fue suficiente para que su jefe le recriminase 'informalidad' y la cabeza de Marianella estalló de rabia. Sentirse sola no la derrumbó, aunque lo destaca como uno de los sentimientos más 'típicos' de cualquier inmigrante. “Nadie piensa en los costes que tiene irte a otro país, y los tiene. A nivel laboral, familiar, emocional e incluso social”, confiesa determinante.
Su familia, emigrante histórica, está formada por italianos, españoles, vasco-franceses, portugueses… “Quizá por eso no me aferro demasiado a los países ni a las banderas”, comenta reflexiva. Algo diferente a lo que le ocurrió a su hija adolescente, quien pasó de tener una vida tranquila, a lidiar con un nuevo país mientras sufría ataques racistas. “Menos mal que es peleona y siempre se defendía”, señala Marianella entre risas.
Su hijo, que al llegar tenía 7 años, optó, sin embargo, por otra vía para la adaptación. “A los tres meses de llegar hablaba castellano sin acento latino. Su necesidad de integración le llevó incluso a pedirme dar religión en el colegio con el resto de sus compañeros para no ser el raro. Eso sí, pronto se aburrió y me dijo que le desapuntase”, apunta.
Ambos tuvieron que esforzarse para empezar a sentir este país como suyo y, aunque a Marianella le costó algún portazo y desplante de su hija, las cosas empezaron a cambiar a medida que sus descendientes iban echando raíces en Cantabria. “El racismo es estructural, ocurre igual que con el machismo, y lo sufrimos todos. Pero dentro de la escala racista, nosotros fuimos 'privilegiados' por no destacar por nuestro color de piel y por no tener un idioma diferente. Además venimos de Uruguay, un país que, en general, está bien visto por los españoles”, afirma.
Su vena activista y defensora de los derechos humanos sale a flote cada vez que surge el racismo en la conversación, y es que esta uruguaya confiesa que una de las mejores cosas que le ha traído España, es el desarrollo total de sus habilidades como poeta y como 'alma sostenible'. “Una de las cosas que más me impactó cuando llegué fue el consumismo, así que lancé una web donde se pudiesen adquirir objetos reciclados de todo tipo”, indica.
Poesía
Pero además de los múltiples trabajos que ha desarrollado en la hostelería, supermercados o cuidando ancianos, Marianella se queda con su faceta como poeta. “Llevo escribiendo poesía desde casi toda la vida, eso me ha hecho publicar en varias antologías y revistas, además de autoeditar en diversos formatos de manera artesanal”, comenta. Precisamente, su faceta como poeta es lo que le llevó a acabar siendo una más en La Vorágine, una librería asociativa santanderina. Allí acude semanalmente a debates, presentaciones de libros o incluso a tomar un café con los trabajadores. “Fue fundamental para seguir creciendo y aprendiendo”, manifiesta.
A pesar de que en Uruguay ejerciese tanto en la salud como en la educación, al ver que convalidar un título le podría llevar años, decidió resignarse y realizar nuevos estudios. La universidad a distancia le permitió tratar la mediación intercultural, lo cual le sirvió para comenzar a dar talleres a inmigrantes. Tiempo después, y como feminista convencida, trabajó en la Dirección General de la Mujer impartiendo charlas, hasta que se cortaron las subvenciones con el cambio de Gobierno estatal en 2011.
Actualmente, y fuera de la administración, mantiene esa vena activista que le ha llevado a servir de ‘guía’ para inmigrantes. “Muchos de los uruguayos que hay en Cantabria han pasado por mi casa para que les eche una mano”, confiesa orgullosa. Tanto es así, que algunos de ellos le ayudan con su asociación panadera, creada con el fin de ser, por fin, su propia jefa. “En mi país hacía pan cuando necesitaba un dinero extra, ahora aquí la labor es mucho más completa aunque no se trate de una empresa como tal. Vendemos productos, hago talleres y ofrecemos caterings pequeñitos”, comenta.
Este repaso por su vida en los últimos 16 años termina por despertar en Marianella un sentimiento de agradecimiento muy alejado de los relatos discriminatorios del principio de la conversación, en los que el sufrimiento y la incomprensión se apoderaron de sus palabras. “Yo sabía que tenía herramientas para sobrevivir porque vengo de una saga de mujeres muy supervivientes, pero venir a España me sirvió mucho para crecer”, relata aliviada.
Y Marianella Ferrero concluye su relato vital con la idea de que lo peor ya ha pasado a pesar de su crudeza… “Prueba superada”, sostiene, y vuelve a sonreír recordándose que ahora solo queda lo bueno y que este ya es su país. “Parece que tu destino siempre estuvo entre las montañas de Cantabria…”, le cuestiono. “Sin duda”, confiesa.