Los niños de la guerra: una exposición para rememorar el exilio vasco durante la Guerra Civil
“¿Ama, no te has visto ahí? ¡Sales tú en el video!”, Juanita Sacristán, de 92 años, mira perpleja a su hija Isabel mientras esta pronuncia esas palabras. Juanita ha acudido junto al resto de los llamados “niños de la guerra”, que un día salieron al exilio desde Bilbao, a la inauguración de una exposición que ha creado el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos- Gogora en su honor y recuerdo. En la muestra, tanto ella como el resto de los protagonistas, cuentan 80 años después, sus experiencias en el exilio, cuando fueron evacuados de Bilbao antes de su caída y tuvieron que marcharse a lugares como Francia, Reino Unido, la Unión Soviética o, incluso, América Latina. Se trata de la historia de 100.000 personas –cerca de 30.000 niños-, que entre julio de 1936 y agosto de 1937 se vieron obligados a exiliarse. Y es que, a pesar de que entre 1936 y 1939 la Guerra Civil trajera consigo en Euskadi el nacimiento del primer Gobierno vasco, que supuso un intento de resistencia frente al Ejército franquista, la defensa no fue suficiente y la caída a finales de junio de 1937 de Bilbao y los últimos resquicios de territorio vizcaíno en manos de los nacionalistas supuso para algunos vascos la obligación de abandonar su patria.
El 21 de mayo de 1937, casi 4.000 niños, entre ellos Juanita -quien por aquel entonces tenía 10 años- partieron como refugiados desde el puerto de Santurtzi, cerca de Bilbao, con destino a Southampton, en Inglaterra. Juanita estuvo hasta el año 39 viviendo en Bristol. Desde entonces ha regresado en dos o tres ocasiones, a la que ella llama “su segunda casa, su segundo país”.
“Nos trataron como a seres humanos, como los niños que éramos. Yo vivía aquí en Bilbao, y después del bombardeo de Gernika nos llevaron a Inglaterra”, recuerda Juanita estos sucesos que, según su hija, no ha contado a lo largo de todos los años que han pasado desde entonces, y es ahora cuando empieza a hablar de ello.
Otros muchos, partieron hacia Francia, donde la actitud del Gobierno de Édouard Daladier ante la situación distó mucho de ser humanitaria y priorizó la repatriación hacia la España franquista de los exiliados que iban llegando. En un primer momento, los miles de refugiados que permanecieron en territorio francés fueron concentrados en las playas de Roussillon. Seguidamente, con el fin de albergar a las miles de personas refugiadas, el Gobierno vasco abrió varios centros de acogida -también llamados campos de concentración- en distintos lugares del país, en concreto en Iparralde y los Pirineos Atlánticos. A pesar de que estos campos de concentración no fueran prisiones como tal, los que vivían allí estaban constantemente vigilados y las condiciones higiénicas de aquellos lugares dejaban mucho que desear. Entre los centros de acogida más grandes gestionados por el Gobierno vasco, destaca el de Lurbe-Saint-Chistau, cerca de la frontera con España, donde se refugiaron especialmente menores y personas mayores. El campo de concentración de Gurs, en la Comuna de Béarn, departamento de Pirineos Atlánticos, fue el que más vascos acogió. No obstante, los vascos también estuvieron en otros lugares de Francia como Bram, Agde o Septfonds. En un primer momento el campo de Gurs se abrió tan solo para albergar a personas provenientes del País Vasco, sin embargo, terminó acogiendo exiliados de otras procedencias. Un total de 5.000 refugiados vivieron en dicho campo, hasta su cierre en diciembre de 1945.
Francia y Reino Unido no fueron más que un lugar de paso para muchas de las personas exiliadas, ya que, una gran cantidad de vascos deseaba partir hacia América. Fue en 1939 cuando algunos de ellos embarcaron en el vapor Alsina, donde pasaron varios meses –tras ser retenidos en Casablanca, Dakar y Sahara- hasta llegar a Buenos Aires. El Alsina fue uno de aquellos navíos que se utilizaron para trasladar a la población exiliada republicana al Nuevo Mundo, hasta que finalmente fue bombardeado y hundido en la bahía de Algeciras, en 1942.
Ahora, 80 años después Gogora ha querido desempolvar esos recuerdos con una exposición que empieza con un documental que recoge imágenes históricas hasta ahora desconocidas para el público, que abarcan desde el comienzo de la Guerra Civil hasta la muerte del Lehendakari Jose Antonio Agirre en 1960. Le sigue una segunda pieza audiovisual, en la que los niños de la guerra relatan sus vivencias personales, lo difícil que fue separarse de sus padres para aquellos que ya eran conscientes de lo que estaba ocurriendo y qué supuso su estancia y retorno a Euskadi.
“Aita, no quiero separarme de ti”
El documental comienza con un trágico “aita, no quiero separarme de ti porque te van a matar”, palabras que describen la agonía tanto de los niños por separarse de sus padres, como de los padres que confiaban en que lejos de casa, sus hijos estuvieran a salvo. Le siguen diferentes anécdotas de cada uno de los protagonistas, como la vez que pudieron escaparse a un pequeño riachuelo que estaba junto al campo de acogida en el que se encontraban o el día en el que los propios habitantes del pueblo les regalaron zapatos nuevos y les metieron como premio chocolate en los bolsillos. Todos ellos comparten el mismo relato: durante los dos o tres años de exilio, vivieron en un oasis en plena guerra, en el que, debido a su corta edad, no eran del todo conscientes de lo que estaba ocurriendo. Los problemas llegaron con la vuelta a casa. Para muchos, el retorno a Euskadi supuso un acontecimiento traumático al ver sus casas cerradas y las calles destrozadas. Incluso el reencuentro con sus familias, sobre todo para los más pequeños, no fue el esperado, ya que, según cuentan en la pieza audiovisual, ellos se sentían “pequeños franceses, ingleses o rusos que veían como a unos completos desconocidos a sus propios hermanos que se quedaron en Euskadi durante esos años”.
A las dos piezas audiovisuales les sigue una serie de fotografías históricas y documentación que retratan las diferentes fases de la salida al exilio. En primer lugar, se muestra el exilio desde Gipuzkoa hacia Bizkaia y Lapurdi nada más comenzar la Guerra Civil. En segundo lugar, a partir de 1939 una vez que Cataluña queda en manos del bando sublevado, el exilio a Francia y la acogida brindada a los refugiados. Por último, la exposición recoge la salida definitiva a otros países, la historia de aquellos vascos que jamás pudieron regresar, como Doroteo Ziaurritz, médico y alcalde de Tolosa entre 1931 y 1932 y presidente de Euzkadi Buru Batzarra (EBB) desde 1935 hasta su muerte en Donibane Lohizune, en el exilio, en 1951; Andrés y Josefina Irujo, del PNV, quienes se exiliaron a Buenos Aires, donde fallecieron o la navarra Julia Álvarez Resano, diputada del Partido Socialista y primera mujer Gobernadora Civil en España, quien también murió en el exilio. Por último, la muestra retrata el papel del Gobierno vasco y las acciones que realizó desde las diferentes sedes repartidas a lo largo del mundo.
Se trata de una muestra comisariada por Josu Chueca, profesor del departamento de Historia Contemporánea de la UPV-EHU e Iñaki Goenaga, historiador de la Fundación Sabino Arana y con la colaboración del Archivo Histórico de Euskadi. La exposición permanecerá abierta hasta el 23 de septiembre en la sede de Gogora, en Bilbao.