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Sugui, la perra que Silvia necesita para escapar de la violencia de género

El entrenador Francisco Gijón, Silvia González y la perra Sugui, durante un entrenamiento.

Miguel M. Ariztegi

La historia de Silvia con su maltratador queda cada vez más lejos. A pesar de la amenaza real de que salga de la cárcel y trate de agredirla una vez más, tiene cada vez más confianza en sí misma. Ya no se queda en su casa temblando en el sillón, y poco a poco va recuperando una rutina de vida que incluye salir sola al trabajo o con sus hijos.

En realidad no del todo sola. A su vera, siempre atenta, siempre vigilante, la acompaña Sugui (diminutivo de Sugar, azúcar en inglés), la perra de terapia adiestrada para devolver a Silvia la seguridad que perdió entre golpes y agresiones.

Todavía con el miedo en el cuerpo –“Sé que me va a matar, que lo va a intentar al menos; fueron 18 años de palizas”-, le preocupa que su maltratador, que cumple condena en la cárcel de Pamplona, salga de permiso. “Tiene una orden de alejamiento hasta 2027, pero ya ha roto 14 pulseras de control”, recalca.

Riberbox es un hotel para perros y gatos escondido entre caminos polvorientos y cultivos que separan Navarra de La Rioja, a 100 kilómetros de Pamplona. Los 20 años de experiencia de Ana Hipólito y su equipo se notan, y el aspecto es del de un resort de lujo para mascotas: hilo musical, calefacción, zonas de juegos, baños relajantes… la llegada de cualquier extraño provoca un festival de ladridos nerviosos, y el visitante debe mostrarse a la vista un rato para ganarse la entrada al recinto.

Francisco Gijón, de 50 años, es asesor de adiestramiento y se ocupa de los encargos especiales. Se dedica a los perros de terapia, competiciones deportivas, modificaciones de conducta... “Sugui es una hembra de pastor alemán de líneas de trabajo, que son líneas de cría seleccionadas especialmente para ser funcionales: trabajos policiales, detección, etc. Hay una selección genética previa”, apunta.

La protagonista canina, que ahora tiene dos años y medio, entrena desde los seis meses. “Las horas dedicadas son incontables”, indica Francisco, que reconoce que el acuerdo económico al que llegó con Silvia no llega para pagar todo el esfuerzo invertido en Sugui. La perra más el entrenamiento parten de un precio de entre 9.000 y 15.000 euros, “y de ahí para arriba”. Pero no es solo cuestión de dinero: “Es un gran esfuerzo también para la guía. Hay que trabajar una vez a la semana hasta que lo tengas pulido, y una vez que llegas a ese punto, por lo menos una vez al mes de entrenamiento de recuerdo”, recalca Francisco.

Sugui ha recibido entrenamiento en rastreo de personas, en obediencia y en defensa. Ahora el trabajo se centra en el acoplamiento de ese trabajo a las necesidades y características de Silvia, por eso deben entrenar juntas, para acoplarse la una a la otra.  “Los perros no son robots, no se programan. Solo obedecen si tienen una relación muy buena con la guía, que también tiene que saber qué está haciendo”, subraya Francisco.

En su opinión, Sugui “es útil sobre todo desde el punto de vista terapéutico, como perro de terapia. Las víctimas de violencia de género tienen un trauma que les provoca una falta de confianza en sí mismas y en su entorno. Los perros les ayudan a recuperar esa confianza, a elevar su autoestima. Para mí es lo más importante”.

La pastor alemán acompaña a Silvia a todas partes, y de ahí su lucha por el reconocimiento legal de la figura del perro de terapia. “La labor de defensa que puede tener en un momento dado también es relevante, pero en un segundo plano, como un hecho puntual”, insiste Francisco, que remarca que la perra sirve a su dueña con bozal, y está entrenada para proteger y no para atacar: como se aprecia en el vídeo, repele un ataque con ladridos y lanzándose a golpear en el torso o la cara del agresor, no mordiendo.

“No me atrevía a salir de casa de sola. Es un apoyo emocional, psicológico… es una pasada”, reconoce Silvia, todavía agitada por el exigente simulacro de agresión. Karlos Ezpeleta, su marido desde hace 9 años, corrobora que su pareja “no se había atrevido a ir sola a ningún sitio hasta que apareció Sugui”.  Siempre tenía que ir con ella, porque no podía. No ha tenido una vida normal. Ni en la relación con sus hijos ni en el trabajo. Ella trabaja en una tienda de cara al público y ha sido un cambio como de la noche al día“.

El entrenamiento es parecido al deportivo, pero con adaptaciones: “Lo más importante es el carácter del perro, debe valer para esto. Sugui es ideal: desconfiada pero no miedosa. Siempre está atenta a todo lo que pasa alrededor de Silvia. Eso era una característica negativa para la competición, porque no se centra en un objetivo concreto, pero perfecta para la terapia, pues actúa como un radar alrededor de la guía, siempre pendiente del entorno”, explica. En esta fase, se centran en el control de emociones, para que el perro sea obediente incluso en situaciones de alta tensión. “De esa manera no supone un riesgo para el entorno”, apunta Francisco. “No es el perro, es el perro más el guía. Un binomio inseparable. Cualquier perro no controlado supone un riesgo, pero no es producto del adiestramiento, sino de la falta de control del propietario”, remarca el entrenador.

A finales de este mes o a comienzos de febrero, el Parlamento de Navarra deberá decidir si cambia la legislación y reconoce a estos perros de asistencia o terapia como una medida extraordinaria para las víctimas de violencia de género. Silvia ha logrado ya 210.000 firmas para su proyecto. “Si no me hacen caso en Navarra, iré al Parlamento Europeo, que ya me han dicho que están dispuestos a escucharme. No me voy a rendir”, advierte.

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