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Sobre este blog

eldiario.es presenta 'Operación Chanquete', novela veraniega por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila. Una mirada crítica a la nostalgia y la mitificación de los años ochenta, protagonizada por un misterioso grupo de jóvenes activistas, que con sus espectaculares acciones denuncian la falta de futuro. Una historia de intriga y humor llena de precarios, submileuristas, becarios y gente que no se ha enterado de que la crisis ya pasó.

El final de la cuenta atrás

chanquete 3.1

Isaac Rosa / Manel Fontdevila

We're leaving together,

But still it's farewell

And maybe we'll come back

To earth, who can tell?

I guess there is no one to blame

We're leaving ground (leaving ground)

Will things ever be the same again?

It's the final countdown

The final countdown…

Menos mal que ahí se cortó la canción, antes de que me estallase la cabeza con los sintetizadores, el pegadizo “tinoninoniiii…”, y mi padre dando cabezazos mientras tocaba una guitarra imaginaria y berreaba “is-de-fainal-caundaunnnnn”.

-No, en realidad a mí no me gustaban los Europe: heavys de peluquería, carne de SuperPop. Yo era más de Leño. Y aún así, mira, los pelos como escarpias cuando oigo ese primer riff…

Después de Europe esperábamos escuchar Mecano, Rick Astley, Olé Olé, Technotronic, Bon Jovi… La banda sonora de una generación. Socorro.

La cinta estaba en el segundo paquete, que encontré en mi mesa del periódico al día siguiente de publicar los vídeos de reservados de restaurantes. De nuevo, un sobre a mi nombre, sin remite, esta vez más delgado que el primero. Al abrirlo no salió otro VHS, sino ahora una cinta de casete, una de esas cintas que los jóvenes de hace treinta años usaban para grabar canciones en su adolescencia. Mi padre todavía las guarda en una caja de zapatos en su habitación.

-Primero el VHS, ahora una casete –dije en voz alta en la redacción, al sacarla del sobre-, ¿qué será lo próximo? ¿Unas fotos instantáneas de Polaroid?

-Las Polaroid de antes molaban mucho –dijo el otro redactor en prácticas, su mesa frente a la mía. Llevaba puesta una camiseta de Cazafantasmas.

En la carátula de la cinta habían escrito a mano unos cuantos títulos de canciones. El típico recopilatorio, como los que conservaba mi padre. The final countdown, Barco a Venus, Never gonna give you up… La mitad me sonaban, siguen poniéndolas en la radio cuando voy con mi madre en su coche. La mayoría de radiofórmulas ya solo pinchan música de los ochenta, o los noventa como mucho. La música que emociona a los únicos que todavía escuchan radio.

Como en la redacción no había ninguna grabadora de casete, me fui a casa de mis abuelos, que seguro que mi padre conservaba algún reproductor de su juventud. No dije nada al subdirector, ni avisé a la policía. Primero quería asegurarme de que no era todo una broma pesada.

Mi padre sacó del altillo un viejo radiocasete Sanyo -“loro”, lo llamó él-, y puso la cinta. Empezó a sonar Europe y mi padre se puso a guitarrear como loco. Hasta que después del primer estribillo se cortó la canción, y lo que vino después no era precisamente Mecano.

-Esa voz me suena –dijo mi padre, pero le mandé callar.

Quedamos en silencio, escuchamos la cinta hasta el final. Más de una hora de grabación. Eran todo conversaciones, voces que hablaban, a veces un diálogo entre dos personas, otras veces lo que parecía alguien al teléfono. Algunas voces me sonaban, aunque no estaba segura. En cambio mi padre cogió papel y boli, y se puso a apuntar los nombres que iba reconociendo por la voz. En lo que hablaban unos y otros no había nada especial, ni siquiera nada interesante. De vez en cuando mencionaban algún nombre conocido, daban instrucciones sobre una negociación que más o menos podíamos adivinar por frases sueltas, se burlaban de tal o cual persona, revelaban detalles de una reunión; pero en la mayoría de grabaciones hablaban de temas banales, fútbol, el tiempo, una comida, un viaje, familia.

Tan concentrados estábamos, que nos sobresaltó el “clic” de la cinta al llegar al final. Mi padre le dio la vuelta y seguimos escuchando la otra cara, donde según la caja debían sonar Scorpions o los Refrescos, pero había más de lo mismo: fragmentos de conversaciones, a veces inaudibles por el ruido o la lejanía, otras perfectamente entendibles, en algunos casos identificable la persona que hablaba, sobre todo para mi padre, que seguía apuntando nombres, y cuando acabó la cinta me enseñó una lista con una veintena. La mayoría políticos, de distintos partidos, aunque también un par de conocidos locutores radiofónicos. Y aún habría otros tantos nombres que no pudimos identificar.

-¿De dónde has sacado esto? –me preguntó.

Le conté en pocas palabras lo del VHS, los camareros grabando con cámara oculta en los reservados de restaurantes.

-Supongo que esto son los audios de aquellos vídeos –aventuré, pero mi padre negó con la cabeza:

-No, esta gente no está en ningún restaurante. Las grabaciones empiezan con un buenos días y una dirección, y terminaban pidiendo un recibo. Son viajes en taxi. Es el medio de transporte habitual de todos esos.

-¿Les han grabado mientras iban en un taxi?

-No sabemos si son todas de un mismo coche, o de varios. Sea lo que sea, es un delito. Grabación sin consentimiento, eso debe de ir contra el derecho a la intimidad.

-Pero hay algo que no entiendo –pensé en voz alta-. En esas grabaciones no hay nada… delictivo. Ni siquiera hay nada interesante. No están hablando de corrupción, ni de secretos de Estado. Como mucho dan para cotilleo político, de lo que unos y otros dicen cuando no hay micrófono por medio. O cuando creen que no hay micrófono. ¿Para qué los graban entonces?

La respuesta me la dio la inspectora Velasco un par de horas después, cuando le llevé la cinta y escuchó algunos fragmentos conmigo:

-No los graban para usar sus palabras contra ellos –dijo-, ni para revelar nada; solo para que sepan que los han grabado. Para que sepan que ni en un reservado de restaurante, ni en un taxi, están a salvo de ser vistos o escuchados. Es una especie de amenaza. O una demostración de fuerza. Que haya camareros y taxistas implicados en una trama es lo más desconcertante. ¿Qué será lo próximo? ¿Limpiadoras de hotel que acceden a sus habitaciones cuando están de viaje?

Quedamos unos segundos en silencio, mirando la carátula de la cinta sobre la mesa.

-He hablado con mi jefe y vamos a publicar la noticia –anuncié. Ella me miró contrariada:

-No podéis sacar estas grabaciones, son ilegales.

-No, las grabaciones no. Pero sí vamos a contar que alguien se ha dedicado a grabar a la clase política. Es un problema grave de seguridad.

-Eso es lo que quieren, que se sepa.

-Es noticia, inspectora.

-Vosotros veréis. Pero esto nos los quedamos –y agarró la casete y se la pasó a su compañero. Este miró un instante la carátula, los títulos anotados.

-Oh, Europe. Qué buenos recuerdos…

Y se puso a silbar el arranque de The final countdown, y finalmente a canturrear cabeceando:

“Is-de-fainal-caundaunnnnn

Tinoninoní, tinoninoní…

De-fainal-caundaunnnnn…“

CUARTO EPISODIO: LOS OCHENTA EN VENA

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