eldiario.es presenta 'Operación Chanquete', novela veraniega por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila. Una mirada crítica a la nostalgia y la mitificación de los años ochenta, protagonizada por un misterioso grupo de jóvenes activistas, que con sus espectaculares acciones denuncian la falta de futuro. Una historia de intriga y humor llena de precarios, submileuristas, becarios y gente que no se ha enterado de que la crisis ya pasó.
La máquina del tiempo
- Decimoctavo episodio de 'Operación Chanquete': lee aquí el capítulo 17 de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
-Qué mierda de música –bramó mi padre, y apagó la radio. Íbamos los dos en su coche, por la carretera de Andalucía, camino del sur. Hacia mi cita con Chanquete.
Llevaba desde que salimos de Madrid cambiando de emisora, pero en las radiofórmulas solo ponían “música zombi”, nada que tuviese menos de treinta años. Se le veía enfadado, y no podía ser solo por la poca variedad musical de las radios, aunque él seguía refunfuñando con eso:
-Parece que la historia del pop y el rock se acabó hace veinte o treinta años, y ya solo queda repetir en bucle. Entre las radios, los recopilatorios, las películas biopic, la publicidad usando siempre las mismas canciones, y los concursantes de Operación Triunfo tirando de repertorio viejo… Y lo mismo con el cine, vengan remakes y secuelas y precuelas… Y todo ese coñazo con la EGB… ¡Estoy hasta las narices de los ochenta!
Sí que estaba mosqueado. ¿Se acabó la nostalgia? ¿Dejaría de vestir como si tuviese veinte años? ¿Tiraría sus VHS? ¿Se le había pasado de golpe la crisis de la mediana edad, o al contrario se le estaba agravando? Le tiré de la lengua y acabó largando:
-Es que a los ochenta he vuelto yo, pero de verdad, en la jodida máquina del tiempo, que no es el DeLorean de Marty McFly: la máquina del tiempo es mi dormitorio, donde vivo ahora, en casa de los abuelos. Me veo ahí cada noche al acostarme, en mi cama mueble de aglomerado viejo, el escritorio estrecho donde estudiaba, los libros de BUP y COU que siguen en una balda, las colecciones de casetes y VHS, y los putos pósters descoloridos de la NBA. Todo está igual, menos yo, que tengo cuarenta y siete años.
“Cuarenta y ocho”, pensé, pero no le corregí para no hacer más sangre.
-Entonces me acuerdo, cada noche al acostarme, de cuando en aquella época me metía en la cama y pensaba dónde estaría yo veinte o treinta años después, qué me depararía la vida. Y te juro que me imaginaba todo tipo de futuros, algunos muy locos, pero ninguno como este, el de verdad: de vuelta al mismo dormitorio. Otra vez en la casilla de salida.
-Igual deberías quitar los pósters –dije-. No, en serio, entiendo que estés un poco… depre, pero es solo una temporada, en cuanto puedas alquilarás un piso para ti.
-¿En Madrid? Ni en sueños. Como la huelga de inquilinos esa no consiga que el gobierno se ponga en serio a regular el mercado, al paso que van los precios dentro de unos meses no podré ni pagar una habitación en piso compartido. Y casi lo agradeceré, porque aún más deprimente que volver a casa de tus padres es ponerte a compartir piso con otros cuarentones fracasados. Como un remake cruel de Friends.
-No eres un fracasado, papá. Tienes trabajo y…
-Eso, tú húndeme más aún. Trabajo, dice… Interino a mis años, y preparándome otra vez las oposiciones para no quedarme fuera de la bolsa, estudiando en el maldito escritorio donde empollaba los exámenes del instituto, cómo quieres que no…
Salvada por la campana. Llamada de la redacción, mi subdirector:
-¿Te has enterado de la última, Carmela?
Esa era la frase que más escuchaba en esos días, porque siempre había una “última” de la que enterarse. Tal como habían anunciado en la reunión del colegio mayor, empezaba la tercera fase, y a partir de ahí se multiplicaban las acciones. Yo no tenía claro si de verdad había tanta gente implicada y el grupo tenía esa capacidad organizativa o si, como sugería la inspectora Velasco, lo de Verano Azul se había convertido en una marca disponible, una franquicia a la que cualquiera podía acogerse. Y gente con ganas de montarla había de sobra.
Así parecía, porque en los últimos días salían por todas partes filtraciones, que se difundían abiertamente, sin necesidad de mandarme ya ningún paquete a la redacción, y que seguían jugando con recursos nostálgicos para darse a conocer. Desde las pequeñas corrupciones de un ayuntamiento de pueblo, hasta la remuneración en B de los miembros de un consejo de administración, pasando por el pelotazo de varias productoras en una televisión autonómica, o documentos internos de un partido de ultraderecha. Todo el país había entrado en un frenesí de filtraciones, en todas partes había precarios dispuestos a jugársela por no tener mucho que perder.
La última de la que me hablaba el subdirector abría un nuevo territorio:
-Esta vez le ha tocado a las universidades, Carmela. Y esto no lo han podido preparar en dos días, ni lo han hecho entre cuatro activistas: ha tenido que colaborar mucha gente, y durante años, porque es una “acción” muy grande. Todas las vergüenzas y miserias de la universidad española al descubierto. Hay documentación y grabaciones que afectan a varios catedráticos y departamentos, pero lo esperable es que salga más en próximos días. Han aparecido unos cuantos chiringuitos montados con el negocio de los másters, como aquello de la Rey Juan Carlos, con actas falsificadas, trabajos de fin de máster inexistentes y colocación de familiares. Hay también un caso de acoso laboral por parte de un decano al que se le va a caer el pelo, el vídeo no tiene desperdicio. Y un par de convenios con empresas privadas donde hay mucho descontrol con el dinero en la organización de seminarios y publicaciones. Pero sobre todo están sacando a la luz las redes clientelares, ya sabes, el mal histórico de la universidad española. Plazas otorgadas a capricho, tribunales de paripé, enchufes, endogamia, privilegios… En fin, todo eso de lo que todo el mundo habla desde siempre, pero ahora con pruebas. Y no me extraña, lo raro es que todo esto no haya salido antes, no puedes tener a tantos profesores maltratados, mal pagados y sin perspectivas de mejora durante años sin que acaben estallando.
Al colgar la llamada, mi padre retomó el hilo donde lo cortó:
-Es que voy ya para veinte años de interino, encadenando contratos, sustituciones, sin vacaciones muchos años, y encima todos esos años no me los cuentan para nada, otra vez me tengo que presentar. ¿Sabes qué te digo? Que teníamos que montar una acción de esas nosotros también, sí, tú y yo. No sabes la cantidad de interinos cabreados que hay en las administraciones públicas, el día que todos saltemos ya verás la que se lía. Aunque también podríamos hacer algo con las oposiciones. O mejor, con las academias, que eso sí que es un cachondeo, el negocio que se montan algunos, el pitorreo con los temarios, los funcionarios que se pasan las incompatibilidades por el forro y se sacan un segundo sueldo como preparadores y encima insinúan que tienen mano con el tribunal y pueden saber los temas que caerán, el aro por el que acabamos pasando todos porque si no vas su academia no aprobarás nunca…
Más de quinientos kilómetros de desahogo, qué falta le hacía al pobre, hasta que empezamos a ver a los lados de la carretera la “Urbanización Verano Azul”, los “Apartamentos Verano Azul”, el “Minimarket Verano Azul”, y por fin el cartel de entrada al pueblo:
“Bienvenidos a Nerja”.
-Ya estamos, ¿y ahora adónde? –preguntó mi padre, al volante.
-Al barco de Chanquete, por supuesto.
- Decimoctavo episodio de 'Operación Chanquete': lee aquí el capítulo 17 de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
-Qué mierda de música –bramó mi padre, y apagó la radio. Íbamos los dos en su coche, por la carretera de Andalucía, camino del sur. Hacia mi cita con Chanquete.