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Diario negro contra Podemos: de la mentira en portada a la agresión en la calle

EUROPA PRESS / MARIO TRIVIÑO
25 de julio de 2020 21:40 h

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La línea editorial de muchos medios de comunicación considera peligroso el discurso económico de Unidas Podemos. Es algo conocido desde la aparición morada en 2014 en el panorama político español, de manera legítima pueden considerar sus posiciones tan nefastas como para combatirlas de manera crítica. Es aceptable e incluso conveniente para la pluralidad informativa y de opinión, pero cuando esa línea editorial transgrede la verdad de forma grotesca pierde toda legitimidad hasta convertirse en uno de los grandes problemas de nuestra democracia.

La deslegitimación y la deshumanización han sido dos claves fundamentales del pensamiento mediático conservador para desestabilizar a Podemos cuando aspiraba a gobernar, algo que se atenuó cuando consideraron que dejaba de ser un riesgo y que ha vuelto a enardecerse con motivo de la capacidad que está mostrando Unidas Podemos para aprobar medidas que implican la reducción de beneficios para sus dueños. Esta semana se han producido varios hechos que muestran el nivel de desprecio a la verdad que mueve la información periodística de algunos de esos medios para hacerla pasar de legítima a indecente.

La portada de El Mundo decía que Irán había inyectado 9,3 millones de euros a la productora de Pablo Iglesias. Venía firmada por Fernando Lázaro, un habitual de estos petardos periodísticos, que también fue uno de los periodistas firmantes de la noticia falsa de la cuenta en Suiza de Xavier Trías. El titular de la noticia se veía reducido en el cuerpo, de la productora de Pablo Iglesias se pasaba a decir que estaba vinculada a Podemos hasta acabar indicando que era la productora de la que cobraba Pablo Iglesias. De ser el dueño de la productora en el titular pasa a ser un autónomo que factura con esa empresa al final de la noticia. Sin ruborizarse.

La portada dista mucho de ser cierta. De hecho es manifiestamente falsa. La productora no es de Pablo Iglesias, sino que está dirigida por Mahmoud Alizadeh Azimi, que es el encargado de producir los contenidos en España de Hispan TV, de capital iraní. Pablo Iglesias simplemente facturaba la realización de Fort Apache y el importe de esa facturación fueron 93.000 euros brutos en tres años. Nada que ver con esos 9,3 millones, que son el dinero que maneja la productora en sus muchos trabajos en España.

En algunos de esos proyectos han participado insignes artistas, algunos de ellos muy patrióticos. 360 Global Media es una productora que ha trabajado en España con Bertín Osborne, Marta Sánchez, Alejandro Sanz o Nena Daconte, que está casada con un miembro del PP. Pero es que además esa misma noticia ya fue publicada por Okdiario en 2016. La misma, sin cambio alguno: “La TV de Pablo Iglesias ha recibido 9,3 millones del Gobierno de Irán desde paraísos fiscales”. La noticia era igual de falsa en 2016 que en 2020, pero al menos hace cuatro años era una novedad. De hecho, la querella de Manos Limpias por esos hechos ya fue desestimada en febrero de 2016 por considerar el juez que no había nada constitutivo de delito.

La noticia falsa, y plagiada a Okdiario cuatro años después, llevaba aparejado un editorial que acababa con esta frase: “Las cloacas del partido del vicepresidente huelen cada vez peor”. La confesión involuntaria de la campaña contra Podemos es esa, negar la existencia de unas cloacas de las que El Mundo formó parte con algunos de sus periodistas y que publicaron informaciones falsas creadas desde una organización policial corrupta dirigida por adversarios políticos. Porque ese sí es un hecho incontestable, la existencia de esas cloacas. Negarla acusando a la víctima de victimario es asegurarse salvar el propio pellejo. Sirva como colofón que una de las periodistas estrella de El Mundo participó, cuando ya se cobraba por hacerlo, en Fort Apache sin que eso sea motivo para acusarla de estar financiada por Irán. Porque entonces tendríamos que acusar a Fernando Lázaro de estar financiado por el dictador Teodoro Obiang al cobrar de la empresa a la que Guinea Ecuatorial mete publicidad.

La campaña de difamación ha tenido actores necesarios en otros sectores, también jueces y fiscales, y de ello se han servido varios medios para no dar tregua al acoso y derribo. Siempre con el nexo común de negar la existencia de unas cloacas del Estado que precisa de colaboradores en algunos medios. La mejor defensa es siempre un buen ataque. El caso Dina ha sido la última excrecencia de ese tipo de actuaciones. Darle la vuelta a un caso en el que Pablo Iglesias era parte perjudicada para hacerle aparecer ante la opinión pública como culpable. Todo basado en que Pablo Iglesias habría destruido la tarjeta de Dina Bousselham antes de entregársela. Esa acusación se desmoronó como un castillo de naipes esta semana cuando la empresa encargada de haber analizado la tarjeta Micro SD del móvil de Bousselham remitió un informe asegurando que la tarjeta llegó a ellos físicamente intacta. Es decir, Pablo Iglesias se la entregó a Dina sin dañar. Los medios de comunicación que han hecho de esa acusación una campaña feroz no solo no se disculparon, sino que volvieron a retorcer los hechos. La verdad nunca les ha interesado. La realidad es solo un estorbo para su fin, que ya no es periodístico, sino político.

Estas campañas no caen en saco roto. Puede que no consigan el objetivo principal de derrocar a Pablo Iglesias y descabalgarlo del gobierno, pero convierten en enemigo al adversario político a ojos de la opinión pública más radicalizada. Cuando se deshumaniza al rival todo está justificado en su presencia. Por ello esos comportamientos periodísticos infames que atentan contra cualquier código ético y deontológico acaban poniendo una diana en la cara de los responsables políticos de la formación morada. Las mentiras en portada terminan legitimando que se golpee el coche de Yolanda Díaz al grito de “cerda” y “zorra” y que echen a Juan Carlos Monedero de un bar entre insultos de “maricón de mierda”. Es el diario negro contra Podemos, aquel que convierte la disensión y la crítica en señalamiento público con noticias falsas. Propagandistas del odio.  

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