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Europa es mucho más

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La Unión Europea no son Francia y Alemania. Cuesta interiorizar la idea en un país como España, que no se quita el complejo de haber llegado más tarde a la fiesta europea y de estar en la periferia geográfica respecto a las regiones donde se ha concentrado la riqueza del continente durante siglos. 

Está claro que los dos países que nos inquietan estos días son los mayores en PIB y población con los derechos y deberes que eso conlleva. Pensando en las consecuencias para la Unión Europea, si sus partidos de extrema derecha llegan al poder la ayuda a Ucrania estará en peligro -su cercanía a los argumentos de Putin es más pronunciada que la de otros ultras en Europa- igual que cualquier plan para reforzar las instituciones comunes, luchar contra la cambio climático o incluso repartir más fondos de ayuda europea. La arriesgada apuesta de Emmanuel Macron en Francia y la debilidad del Gobierno de Olaf Scholz llegan en un momento especialmente delicado para Ucrania, y por ello para Europa.

Pero viene bien recordar que estos dos países ni son los más europeístas ni representan solos las esencias europeas ni lo que pasa ahí refleja el estado de ánimo de todo el continente. Los orígenes de algunos de los problemas tan difundidos hoy en Europa y más allá vienen precisamente de ignorar la realidad de un continente y una Unión Europea con más amplitud y profundidad. 

El politólogo y escritor Ivan Krastev explica con detalle en su brillante ensayo La luz que se apaga cómo líderes autoritarios y nacionalistas explotaron el resentimiento de parte de la población en Europa central y oriental ante el abandono de sus vecinos mientras sufrían la opresión de sus regímenes comunistas; las exigencias paternalistas de reformas aceleradas para entrar en la UE, y la despoblación que ha abierto una brecha generacional entre jóvenes que se van a otros países y los mayores que se quedan, desconectados de la nueva realidad y de sus propias familias. Krastev, que es búlgaro y fundó un centro de estudios para la participación cívica en Sofía, reconoce que él mismo es parte de ese éxodo. Vive desde hace 15 años en Viena, donde trabaja como académico y estudioso de la opinión pública europea. 

Entrevisté a Krastev en Oxford unas horas después de las elecciones europeas y él señalaba que paradójicamente ahora mismo los atisbos de luz están en los últimos países que han entrado en la UE. Por ejemplo, en Polonia, tal vez el mejor ejemplo de cómo puede haber fuerzas proeuropeas y proderechos en el Este de Europa, algo que, por ejemplo, Alemania no ha conseguido mirando a la parte oriental de su país. Igual que en algunos países de Europa occidental ha habido una reacción contra las últimas olas para la igualdad de derechos, la reacción contra las políticas más conservadoras está ayudando a consolidar una sociedad más libre y abierta, aunque sea un camino lleno de obstáculos, como contaba en este excelente reportaje Icíar Gutiérrez desde Varsovia.

La extrema derecha ha caído en las europeas en los países nórdicos y en otros donde les fue mejor en elecciones generales, como Países Bajos, Portugal, Eslovaquia o incluso Hungría, tal y como explicaba nuestro Javier Biosca en esta pieza llena de datos importantes.

España, más centrada que la mayoría de los vecinos, tiene una oportunidad y casi una obligación vista la incertidumbre en otros lugares de ejercer un papel más activo en Bruselas. Es capaz, especialmente si el PSOE y el PP son capaces de mirar más allá de sus broncas españolas y hacer buen uso de su peso en los dos principales grupos políticos europeos.  

Europa es muchas cosas a la vez y entenderla más allá de París y Berlín es una condición necesaria para su fortaleza. Dentro y fuera de sus fronteras, con vecinos que siguen luchando por el sueño europeo por caro que les cueste.  

Francia, en particular, está llena de banderas europeas, pero sus relucientes insignias azules con estrellas amarillas no tienen tanto valor como las que ondean heróicamente los georgianos en las protestas contra su gobierno por intentar imponer leyes de corte putinista. Las banderas europeas en cualquier palacio francés o alemán no tienen tanto valor como la que tristemente vimos en abril de 2022 en el llavero de la joven ucraniana muerta en un bombardeo ruso en Irpin. Europa es y puede ser mucho más.