¿Hay algo peor que gobernar un país sin presupuestos? Sí, gobernarlo sin presupuestos y teniendo que hacer frente a una pandemia. A no ser que el objetivo sea hacer caer al Gobierno porque fuera incapaz de aprobar unos presupuestos en un momento de excepcionalidad como este. Para los que anden cortos de memoria solo recordarles que las últimas cuentas aprobadas en el Congreso de los Diputados llevan la firma de Cristóbal Montoro. El propio exministro de Hacienda defendía en una entrevista en elDiario.es que en un momento como el actual lo deseable sería que, tratándose de un presupuesto de “emergencia”, hubiera concitado “la unión de voluntades políticas”. Ha habido unión, pero no porque hayan arrimado el hombro aquellos que se pasan el día dándose golpes en el pecho para defender lo que ellos creen que le conviene a España.
“Querernos hacer cargo de la realidad no nos hace menos independentistas”, ha proclamado Gabriel Rufián para defender su apoyo a los Presupuestos. El líder de EH Bildu, Arnaldo Otegi, ha reconocido que el sí a las cuentas le genera contradicciones pero que la izquierda abertzale lo considera como una oportunidad. Y el PNV justifica su posición porque, como siempre, negocie con el PSOE o con el PP, quien sale beneficiada es la economía vasca. Son los votos de estos grupos y no los de los que montan mesas petitorias con la bandera de España para llamar a la insumisión contra una ley de Educación o los que despliegan rojigualdas por la playa los que permitirán que España disponga de presupuestos.
Si Sánchez pacta con los nacionalistas, está subastando el Estado. Cuando lo hacía el PP los acuerdos eran para beneficiar a España, hasta el punto de suprimir la mili obligatoria como parte del pacto del Majestic firmado con CiU o cambiar su propuesta de reforma de las pensiones, como le exigió el PNV a Rajoy. Para muchos editorialistas que escriben desde y para Madrid, los partidos periféricos chantajean al PSOE y este cede a sus maléficas pretensiones mientras que si quien está en el Gobierno es el PP se trata solo de negociaciones políticas en el marco de la lógica parlamentaria. A ver si lo que ha pasado es que lo que se ha impuesto es el tan denostado pragmatismo. Decía Pasqual Maragall que para que España avance se necesita una alianza entre el progresismo del centro y los nacionalismos periféricos. Tal vez es la única alternativa a seguir ahondando en los enfrentamientos de los últimos tiempos.
Una parte del independentismo, sea vasco o catalán, se ha dado cuenta de que prometen independentismo sin independencia (aunque no lo reconozcan en público) y que les conviene transitar ese 'mientras tanto' ofreciendo recursos para gestionarlo en las mejores condiciones. Gabriel Rufián quiere ser Aitor Esteban, por si alguien no se había dado cuenta, y ERC aspira a ganar las próximas elecciones catalanas vendiendo algo más que el independentismo mágico de anteriores ocasiones. Esta vez los republicanos han preferido la ropa tendida a las banderas, como cantaba Rober Iniesta, que sin buscarlo hizo la mejor definición de lo que debería ser el realismo en política.
De momento los sondeos siguen situando al partido de Junqueras como primero y eso hace que la cúpula de ERC se reafirme en su cambio de estrategia en el Congreso de los Diputados y que muchos de sus dirigentes en semanas como esta miren Twitter lo justo para no encontrarse con los mensajes de los sectores más duros del independentismo que les reprochan, sin ofrecer alternativa alguna, que hayan copiado la táctica pujolista del 'peix al cove' que tanto criticaron en otros tiempos.