A.G. Sulzberger, el actual editor del New York Times, contaba en una entrevista en 2018, poco después de ser nombrado, su experiencia años antes como reportero en una granja de una zona muy remota de Dakota del Sur. Estaba haciendo entrevistas para un reportaje, probablemente éste de 2010, sobre inundaciones muy destructivas en la zona y firmado en un pueblo de menos de 100 habitantes.
“Me presenté a un granjero y le dije que era del New York Times. Su respuesta fue algo tipo, ‘Mis amigos de los programas de radio dicen que no tengo que confiar en ti’”, recordaba Sulzberger. “Y mi respuesta fue, ‘¿Cuándo fue la última vez que tus amigos de la radio se presentaron en tu granja para intentar entender lo que estás pasando en este momento?'”.
Dakota del Sur es uno de los estados más despoblados y conservadores del país, y las principales fuentes de información para sus habitantes son a menudo programas de radio hablada, no musical, basada en la opinión y muy a la derecha.
El escepticismo hacia la prensa, y en particular hacia el Times, en algunos segmentos de la población es especialmente extremo en Estados Unidos, pero también nos suena en España. Pese a realidades económicas, demográficas y políticas diferentes, Estados Unidos y España suelen tener casi el mismo índice de confianza en las noticias que publica cada año el Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford. Según los últimos datos disponibles, en Estados Unidos, sólo el 32% de la población dice que confía en la mayoría de las noticias la mayor parte del tiempo; en España es el 33%.
Una de las quejas habituales cuando se estudian los motivos y se interroga a las personas sobre su escepticismo o desinterés es que la prensa no cubre las preocupaciones diarias. Como explica el libro recién publicado Avoiding the News (“Evitando las noticias”) de Rasmus Kleis Nielsen y otros dos investigadores, basado en entrevistas en España, Reino Unido y Estados Unidos, una solución ante el desinterés por la información es asegurarse de que las variadas comunidades de un país se sientan reflejadas en los medios. Las personas que se parecen más a los periodistas o viven más cerca de ellos tienen inevitablemente más posibilidades de que sea así.
Dada la inclinación humana a moverse por el impulso de la novedad y la urgencia, las protestas de los agricultores estos días en España son una oportunidad para intentar entender al menos un resquicio de la vida de personas que están a menudo lejos de los núcleos urbanos donde están concentrados la mayoría de los periodistas y los medios.
Como en cada asunto complejo, hay múltiples intereses, demandas contradictorias y políticos dispuestos a sacar tajada o a difundir bulos. Las historias personales pueden ser a veces una anécdota y necesitan de un contexto más amplio, pero siguen teniendo valor para explicar más allá de los prejuicios, la burbuja o simplemente la experiencia diaria de cada uno. Y, sin duda, contar historias personales ayuda. Mario Tascón, pionero de la comunicación en Internet, solía decir: “Los datos se olvidan, las historias, no”.
Así es, y por eso a menudo recurrimos a voces personales como manera de retratar lo que muestran los datos agregados, como en este excelente reportaje tras el éxito de la película Alcarràs.
Contar historias es una forma de explicar, pero también una forma de acercarse a personas que a menudo no se ven reflejadas en los medios y, por eso, probablemente desconfían de ellos.
A veces, hace falta una nominación al Oscar o una protesta masiva para centrar la atención de los medios y de la audiencia en preocupaciones de gente corriente. Lo deseable es que al menos no sea una oportunidad perdida.
Caricaturizar a las personas por los tics habituales de la política partidista, que ya consume casi todo nuestro tiempo, suele ser un atajo que raramente lleva a una de las misiones principales del periodismo, como le decía A.G. Sulzberger a aquel granjero escéptico: “Intentar entender”.