Este lunes Reino Unido empezará a vacunar contra el coronavirus, un hito que también llegará a España y que poco a poco nos devolverá nuestras vidas en los próximos meses. Pero incluso en el país en la primera línea, el mensaje del poco a poco está claro. El ministro de Sanidad de Reino Unido dijo: “Podemos ver el amanecer en la distancia, pero tenemos que llegar hasta la mañana”.
El panorama es muy diferente del de marzo. Hay una luz en el horizonte y sabemos cómo llegar a ella. En primavera, habían empezado los proyectos de investigación de vacuna, pero nadie sabía con certeza cómo de fácil sería conseguirla. Tampoco sabíamos si lo que nos iba a contagiar era tocar el pomo de la puerta, dar una vuelta a la manzana o hacer cola en el supermercado, y lo más cerca que estábamos de conseguir una mascarilla era recortando una camiseta.
Hoy ya hay vacuna -en el resto de Europa, se espera que la vacunación empiece en enero- y sabemos que lo que más contagia es estar en un lugar interior poco ventilado y sin mascarilla (y sí, quitársela para comer es estar sin mascarilla). El riesgo en invierno es mucho mayor porque pasamos menos tiempo al aire libre, el coronavirus se junta con otras enfermedades respiratorias, hacemos menos ejercicio y recibimos menos luz natural. Esta información, si se utiliza, salva vidas.
Pero muchos gobiernos y ciudadanos se siguen resistiendo a utilizarla.
Y por eso estamos viendo récords de hospitalizaciones y muertes en Estados Unidos y en Europa, donde ya han muerto más personas en la segunda ola que en la primera pese a la experiencia en los posibles tratamientos y las medidas de precaución. En España, han muerto 18.000 personas más de lo normal entre septiembre y noviembre, con uno de los índices de mortalidad de coronavirus más altos del mundo.
La vida social es una elección. La vida laboral, no. Tampoco los cuidados de niños, mayores o personas vulnerables. Los sanitarios y los celadores no pueden dejar de ir al centro de salud. Los maestros no pueden dejar de dar clase en las escuelas. Los transportistas, cajeros y reponedores no pueden quedarse en casa. Los periodistas no pueden dejar de ir al hospital a hacer entrevistas. Los funcionarios que atienden al público tienen que abrir la ventanilla. Y dejar a una persona mayor sola a menudo tampoco es una opción igual que no llevar a los niños al colegio. Cada acción en pandemia es un equilibrismo de riesgos.
Pero el “lujo” de la vida social es algo a lo que podemos renunciar unos meses más a cambio de salvar vidas. La nuestra, la de nuestros familiares, la de nuestros vecinos. ¿Tanto sacrificio es no celebrar una peligrosa cena de 10 personas a cambio de hacer que esas personas (y sus familiares y sus amigos y sus vecinos) estén vivas el año que viene?
Tenemos que llegar a la mañana. Y por primera vez en este año nefasto estamos cerca. Pero tenemos que llegar.