La escritora Oksana Zabuzhko es tal vez una de las maestras de la cultura ucraniana más impresionantes que he conocido en estos dos años de guerra a gran escala en Ucrania. Y he conocido a unas cuantas. Pienso en periodistas como Olga Tokariuk o académicas como Sasha Dovzhyk. También en las mujeres que sólo he leído como la escritora Victoria Amelina, que murió en un ataque ruso contra una pizzería en Kramatorsk, o las que nos hizo conocer nuestra reportera Gabriela Sánchez, como Svetlana Antipova, la resistente profesora y antigua primera bailarina del Ballet de Odesa que logró ver a su nieta en el escenario.
Hace unos meses, Zabuzhko, ensayista, poeta, filósofa y activa feminista, defendió con vehemencia el poder de la cultura en una sala llena de la Tayloriana, la biblioteca de la Universidad de Oxford dedicada a las lenguas y literaturas europeas modernas que no son el inglés. Zabuzhko nos enseñó ese día los coloridos y brillantes mosaicos de Mariupol destruidos por el bombardeo ruso contra el teatro y los alrededores en marzo de 2022. No se sabe cuántas personas murieron exactamente, y menos después de la ocupación rusa que ha dejado a Mariupol aislada del resto del país, pero la agencia de noticias AP estimó con el análisis de imágenes y periodistas en el terreno que ese día el bombardeo ruso mató a unas 600 personas dentro y fuera del teatro.
Ante tal catástrofe humana parece nimio preocuparse por unos mosaicos por muy bonitos que sean o mucha historia que tengan. Pero Zabuzhko explicó bien su valor, algunos de una artista disidente ucraniana de los años 60, y por qué apreciarlos tiene importancia más allá de un manual de historia del arte. Con convicción, Zabuzhko defendió que si los mosaicos y el teatro de Mariupol hubieran estado en los libros de texto del siglo XX en Europa, tal vez hubieran tenido más posibilidades de sobrevivir igual que las personas que se refugiaron en el teatro.
Cómo los vecinos al oeste del telón de acero le dieron la espalda durante décadas a la cultura ucraniana y muchas otras del centro y este de Europa ayudó a la expansión de la visión dominante de Rusia que hoy sigue fascinando a parte de las élites occidentales y más allá. Esto lo cuentan también europeos de países como Polonia, Bulgaria o República Checa que hoy han recuperado su voz propia en parte gracias a la adhesión a la Unión Europea. Se sentían “la otra Europa”, como decía el Nobel de Literatura polaco CzesÅaw MiÅosz.
Ser un “otro” desconocido tiene consecuencias si estás en una posición vulnerable. “Aquellos que son conocidos son más difíciles de matar… La única manera de ser conocido es ser conocido culturalmente”, decía en Oxford con pasión Zabuzhko. También ponía como ejemplos la destrucción de símbolos culturales desconocidos para muchos en Kurdistán y en Afganistán.
La cultura ayuda a la empatía con personas en lugares alejados de nuestra experiencia y sirve para que la actitud hacia las víctimas de un conflicto no sea paternalista o instrumental para causas partidistas y batallitas locales, como estamos viendo ahora con la guerra de Gaza de una manera tal vez más cruda con espectáculos bochornosos en parlamentos y universidades sobre todo del mundo anglosajón.
'Aquellos que son conocidos son más difíciles de matar… La única manera de ser conocido es ser conocido culturalmente', dice Oksana Zabuzhko, la escritora ucraniana
Aquella tarde en la Tayloriana la escritora ucraniana también replicó con buen humor y fuerza al profesor de turno que intentaba cortarla porque tenía prisa por respetar el horario y pasar a la parte de la bebida, un clásico local. Ella logró marcar los puntos clave entre aplausos entusiastas.
Reconozco cierta satisfacción con la escena de mujeres ucranianas que les pegan cortes a hombres que las interrumpen o hablan demasiado, que es algo que también he visto a menudo. Muchas de ellas son el mejor ejemplo de cómo luchar contra el “Westsplaining” (“explicación desde el Oeste”), que consiste en dar lecciones a personas expertas y ciudadanos de un país sobre qué tienen que hacer o sobre quiénes son desde una posición de privilegio, distancia y casi siempre profunda ignorancia. Es una adaptación del término “machoexplicación”, esa tendencia tan habitual de (algunos) hombres a explicar cosas a mujeres que saben más que ellos y que en este caso se solapa bastante: señores españoles, estadounidenses o alemanes que les explican cosas a las ucranianas y los ucranianos sobre cómo es su país.
La cultura ayuda a la empatía con personas en lugares alejados de nuestra experiencia y sirve para que la actitud hacia las víctimas de un conflicto no sea paternalista o instrumental para causas partidistas y batallitas locales
El historiador Sergii Plokhy suele decir que, en cierto sentido, Ucrania ya ha ganado la guerra contra Vladímir Putin porque no se ha dejado invadir en dos días -como preveía en cierta medida el Kremlin y como vendían los oesteexplicadores, algunos a sueldo de Moscú- y seguirá siendo un Estado independiente. Ucrania ha logrado vencer los prejuicios y el desconocimiento al menos de los vecinos europeos, y eso ayudará a que el país siga siendo un Estado independiente y un día miembro de la Unión Europea.
“Es triste que necesites una guerra, que necesites sufrimiento y necesites ese tipo de resiliencia para que el mundo sepa quién eres. Pero esto tampoco es único. Aprendemos sobre el mundo a través de acontecimientos muy trágicos”, me decía Plokhy en una entrevista el año pasado.
Las perspectivas del Ejército ucraniano para recuperar la parte ocupada de su país -que como repiten los ucranianos son personas, no tierra- parecen ahora sombrías. La falta de munición -Christopher Miller, reportero del Financial Times en Ucrania, contaba hace unos días en Londres que a veces, para ahorrar, los soldados ucranianos disparan sin balas, sólo haciendo ruido para espantar a los soldados rusos-; la limitación del armamento -su alcance está capado para que las armas no lleguen a territorio ruso- y el bloqueo de la ayuda de Estados Unidos por parte de los republicanos complicarán aún más la situación los próximos meses.
La opinión pública europea es ahora más pesimista sobre el futuro, pero sigue apoyando a los vecinos ucranianos pese a la campaña de propaganda rusa documentada hace unos días con mucho detalle por Catherine Belton en el Washington Post.
La predicción más común entre europeos encuestados en 12 países para el centro European Council for Foreign Relations es que Ucrania y Rusia llegarán en algún momento a “algún tipo de acuerdo” y así terminará el conflicto a gran escala. Pero sólo una minoría cree que Rusia “ganará”. Como en casi todas las encuestas sobre asuntos complejos internacionales, de media, hay un porcentaje alto de personas que no están seguras de qué pasará o no ven claras las opciones -más de un 30% en este caso-, pero casi lo más llamativo es el porcentaje de personas que contestan que no les importa lo que pase en Ucrania, sólo un 3%.
Con tantos muertos y tanto sufrimiento, parece poco consuelo el interés y la empatía de vecinos que disfrutan de una vida cómoda sin el peligro de la muerte inminente y la tiranía de un régimen autoritario que quiere quedarse con tu país. Pero en esto Olga, Oksana, Sasha, Svetlana ya han ganado. Victoria no está para contarlo.