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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Menos peros

9 de noviembre de 2023 22:50 h

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Hace unos días, el director del New York Times, Joe Kahn, nos contaba a un grupo de periodistas en Boston que “nunca” había visto “sentimientos tan fuertes” entre sus reporteros y sus lectores como en el caso de la guerra entre Israel y Hamás. En una conversación organizada por la Fundación Nieman para el periodismo de la Universidad de Harvard para celebrar su 85 aniversario, Kahn nos explicaba muy serio cuál es su actitud ante las múltiples críticas, quejas y debates que le llegan por email, en persona o en Slack, la plataforma de comunicación interna que utiliza el Times: “No discutas en Slack, vete a buscar una historia” es su principal consejo.

Contar una historia concreta es la mejor herramienta de cualquier periódico y, como explicaba, lo que propone a cualquiera que sugiere que su cobertura es insuficiente o partidista: “Si sientes que nos estamos perdiendo algo, encuentra una historia”. Una sólida, con fuentes fiables, información en el terreno y que pueda ser contada con los estándares del diario. También explicaba que uno de sus grandes problemas es no poder enviar a periodistas de su redacción a Gaza porque ni Israel ni Egipto los dejan entrar y porque ahora es demasiado peligroso, algo que –decía– nunca le había pasado al Times, que siempre ha encontrado la manera de enviar a sus reporteros a las guerras y protegerlos hasta donde sea posible. Al menos 39 periodistas han muerto en el conflicto desde el 7 de octubre, según la información confirmada por el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, en sus siglas en inglés). Aun así, el New York Times es uno de los pocos medios internacionales que tiene a reporteros locales en Gaza, incluida la fotógrafa Samar Abu Elouf, que trabaja como colaboradora para el diario desde 2021 y está haciendo una labor extraordinaria. 

Pese a que el periódico está ofreciendo una cobertura muy completa hasta donde es posible, llamaba la atención la preocupación y humildad con la que Kahn hablaba de su trabajo, limitado por la dificultad de conseguir “información periodística fiable” desde Gaza. 

El Times ha sido señalado por comprar imágenes de los ataques del 7 de octubre a fotógrafos que supuestamente acompañaban a Hamás, según una web estadounidense centrada en lo que considera prejuicios anti-Israel de la prensa. La agencia Reuters, que difundió algunas de esas fotos, ha aclarado que como parte de una cobertura más extensa compró imágenes a dos periodistas con los que no había trabajado hasta entonces, que no eran sus enviados y que las fotos fueron tomadas después de los ataques. El Times defendió a su fotógrafo y alertó de que “acusaciones sin pruebas y amenazas ponen en peligro” en particular a colaboradores en zona de guerra. La agencia AP dijo que ya no tenía relación con otro fotógrafo que había colaborado con la agencia y supuestamente aparece en una foto recibiendo un beso de un cabecilla de Hamás.

La presión en un país dividido y con muchas conexiones personales con la región es constante. Y todo en medio de las prisas por contar qué está pasando en un entorno muy oscuro y con niveles de desinformación en redes inéditos.

El director del New York Times nos contó con mucho detalle por qué creía que su diario se precipitó al atribuir aunque fuera citando a fuentes de Hamás el ataque contra un hospital en Gaza el 17 de octubre (el Times publicó una nota de rectificación por su primera versión de la noticia) y dijo que ahora más que nunca, vistos los obstáculos para recabar información y comprobarla rápido, la política del Times es poner “por defecto” el titular más cauto (aunque ya lo suela hacer y probablemente también sea criticado por ello).

Kahn hablaba abiertamente de limitaciones bastante únicas por la falta de acceso y la división que nunca había visto en su redacción y en su país sobre un asunto, ni siquiera con la guerra de Irak o con la Presidencia de Donald Trump. 

La humildad en el tono se parecía a la que utiliza también David Remnick, el director del New Yorker, explicando sus propios límites. “La única manera de contar esta historia es intentar contarla de la manera más fiel a la realidad y sabiendo que vas a fracasar”, escribía en el arranque de su reportaje hace unas semanas en Israel, donde visitó los escenarios de la masacre del 7 de octubre y habló con amigos, conocidos y expertos israelíes y palestinos. “Llego a esto no con una identidad, sino con múltiples identidades. Soy estadounidense, soy judío, soy reportero”, le explicaba a la periodista Brooke Gladstone en On the Media, un programa sobre periodismo de NPR, la radio pública. “Intento señalar esas identidades, reconociendo cualquier poder que tengo y también debilidades, para contar la historia lo mejor que puedo, como digo en el comienzo de la pieza. Esto no es retórica, es casi una confidencia sabiendo que, al menos para muchos lectores, fracasaré”.

Remnick, con décadas de experiencia de corresponsal y reportero también en Oriente Próximo, le contó a Gladstone que para él era útil “utilizar la palabra ‘y’ cuando uno está tentado de utilizar la palabra ‘pero’, porque una idea y un hecho no cancelan a otros”. El “pero” después de una masacre para mencionar otra de otra guerra u otro lado es una forma de justificación consciente o inconsciente que le quita importancia a ambas tragedias. Hablando sobre el miedo de israelíes y gazatíes en los días en que empezaban los ataques contra civiles en Gaza, sobre lo que han sufrido y siguen sufriendo, Remnick insistía “esto es un ‘y’’, no un ‘pero’”.

La buena información es sólo una pieza, a menudo pequeña, a menudo insuficiente, en la lucha contra la abrumadora deshumanización en una guerra que no parece tener límites en la crueldad. Conseguir información es especialmente difícil cuando los pocos que la pueden contar desde dentro son víctimas e incluso objetivos a diario. Pero un punto de partida para los de fuera es al menos intentarlo con humildad, con más ‘y’ que ‘pero’.