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#seacabó

Las jugadoras de la selección española de fútbol celebran el segundo gol en el partido contra Costa Rica en el Mundial de Fútbol en Wellington, Nueva Zelanda.
25 de agosto de 2023 22:32 h

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El #metoo español se llama #seacabó. “Se acabó” es la expresión que utilizaron este viernes varias jugadoras de la selección española de fútbol para expresar en redes sociales su asco ante el discurso del presidente de la Federación. 

La etiqueta de indignación se parece a la que empezó a emplear en Estados Unidos una activista y que en último término simbolizó un movimiento que llevó a un cambio y acabó con abusos de múltiples formas. La etiqueta es un símbolo, pero lo que sirvió para que salieran a la luz abusos de todo tipo –en los casos más graves, violación y acoso sexual; en los menos, una cultura machista pegajosa– fueron tres factores esenciales que ahora se cumplen también en España.

En primer lugar, el valor de unas pocas mujeres, y luego de muchas más, para hablar aunque supusiera un riesgo para su trabajo, el escarnio público o más acoso online y offline. El segundo factor, un caldo de cultivo de una sociedad que ha cambiado pero donde aún perduran desigualdades, frustraciones y abusos cotidianos contra las mujeres y con algún elemento de indignación concreta (en el caso de Estados Unidos, la victoria de Donald Trump después de múltiples denuncias de abusos contra mujeres y de haber presumido de ello). Y, un tercer factor esencial, el trabajo minucioso y extraordinario de un grupo de periodistas. 

La expresión “me too” (“yo también”) la utilizó por primera vez una activista llamada Tarana Burke, que bautizó así en 1997 su esfuerzo para ayudar a víctimas de abusos. En octubre de 2017, la actriz Alyssa Milano utilizó la expresión como etiqueta en Twitter unos días después de las primeras revelaciones en el New York Times y el New Yorker sobre violaciones y otros abusos sexuales cometidos por el productor de Hollywood Harvey Weinstein. El interés hizo que muchos medios investigaran denuncias de abusos y también una cultura machista que perjudicaba a trabajadoras de sectores con menos exposición pública. La base para el cambio, sea empujado o no por activistas, son los hechos y a esto ayudó el cuidadoso trabajo periodístico también en los años previos

El activismo animó a más personas a no callar aunque los cambios no hayan sido homogéneos ni tan duraderos en todos los sectores. El patriarcado, como dice Ken en la película Barbie, puede ser “un coñazo” también para los hombres, pero tiene una historia demasiado larga como para que no siga permeando con sus peores manifestaciones en los equipos, los bares, las universidades y, por supuesto, las redacciones. 

En España, la mezcla del cambio cultural y el trabajo cuidadoso de periodistas como Carola Solé, Eva Lamarca, Ángela Bernardo, Iñigo Domínguez, y, en esta casa, Ana Requena y Pol Pareja, también ha servido para sacar a la luz abusos en ámbitos concretos. Pero, pese a las multitudinarias manifestaciones del 8 de marzo, tal vez hasta ahora no ha existido un movimiento de la misma dimensión de #metoo y con tanto grado de consenso para políticos de izquierda a derecha, múltiples generaciones y personas reacias que se han parado a pensar. 

El caso que ha despertado el #seacabó es mucho menos grave que algunos de los denunciados con #metoo, pero esconde detrás una ristra de humillaciones y desigualdad que las jugadoras llevan años denunciando y cuya gravedad hasta ahora no había calado entre el gran público. Basta leer las preguntas y las respuestas de esta entrevista de 2015 en El País a Verónica Boquete, una de las futbolistas más laureadas de la selección y pionera en sus denuncias. 

Han pasado muchas cosas en los cinco días desde que las campeonas del mundo alzaron la copa en Australia y varios hitos han contribuido a la unidad en el apoyo a las jugadoras. 

Su triunfo, valentía y resistencia personal sin duda han sido clave. Pero también el trabajo periodístico concienzudo de medios de todo tipo y tamaño. En particular, Relevo, un medio de Vocento, dirigido por Óscar Campillo, ex director del Marca, pensado para jóvenes y que ha invertido en cubrir el fútbol femenino con reporteras como Natalia Torrente, Sandra Riquelme y Mayca Jiménez, muy experimentadas y que tenían buenas fuentes cuando llegó el momento de dar una noticia clave: las presiones a Jennifer Hermoso y a su familia, y la invención de declaraciones de la jugadora en el comunicado de la Federación. La información de El Confidencial y El Mundo, que han publicado escándalos durante años, elDiario.es, que ha informado sobre las malas condiciones de la selección desde su nacimiento, El País o múltiples radios han destapado lo que estaba pasando. 

En el Gobierno, ministras como Yolanda Díaz e Irene Montero lo vieron claro desde el principio, pero otros ministros reaccionaron con palabras más tibias: el presidente Sánchez subrayó que no tenía responsabilidad en la Federación y pidió en genérico “más pasos”. Ha sido la presión de los hechos, revelados por la prensa, y de las propias jugadoras la que ha cambiado las cosas. 

Lo más fácil siempre es callar ante las humillaciones cotidianas que infravaloran el trabajo de las mujeres en cualquier ámbito y que todas seguimos viviendo en España. Unas pocas son capaces de decir “Se acabó” por posición y valentía (aunque seas campeona del mundo, dar un paso adelante para exponerte siempre cuesta). Ahora quien tiene responsabilidad pública tiene que estar a la altura de su papel. 

Las jugadoras han dado lecciones de coraje y periodistas concretas han cumplido con su trabajo, pero esto no es suficiente. Porque, como recordaba Jodi Kantor, la reportera del New York Times que desveló el escándalo de Weinstein, “el periodismo no es un sustituto, en último término, de instituciones que han fallado”. Kantor decía en una conversación con Ann Marie Lipinski, exdirectora del Chicago Tribune: “Estoy esperanzada sobre el impacto que hemos tenido. Estamos comprometidas con seguir con este trabajo, pero no es una solución estructural”.

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