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Sí, se puede

Casi 300 diputados elegidos por primera vez posan juntos en la Cámara de los Comunes, en Londres este martes.
11 de julio de 2024 22:56 h

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Nada más perder las elecciones, Rishi Sunak pronunció un discurso especialmente respetuoso y generoso con el rival, sin excusas ni peros ni advertencias. Esta semana, en la sesión inaugural de la Cámara de los Comunes, el ya ex primer ministro dirigió unas palabras parecidas a su sucesor, Keir Starmer, con una sonrisa incluso, y volvió a pedir perdón a los colegas que ya no están del Partido Conservador, tras la peor derrota de su historia. Sunak dice que ha llamado uno a uno a los 175 diputados conservadores que han perdido su escaño. Starmer le devolvió los elogios y subrayó que nunca se debe subestimar el esfuerzo extra de Sunak para haber llegado a la cúspide del poder político como británico-asiático. 

Puede que Sunak sí sienta respeto personal hacia Starmer y viceversa, pero lo que hace es sobre todo por el respeto a la democracia y a sus instituciones, algo básico y que poco a poco se está convirtiendo en llamativo en Europa y en Estados Unidos, los lugares donde las democracias están más consolidadas y donde los servidores públicos están jugando con fuego. 

En el Reino Unido, plagado de errores y penurias, la mayoría de los políticos han hecho, sin embargo, un esfuerzo por mantener la lucha política en el plano que le corresponde: la rivalidad de ideas y de propuestas no la animadversión entre personas que transpira de las formas más turbias al electorado. 

Por supuesto, hay ejemplos de lo contrario, como Boris Johnson, que dimitió con un discurso pomposo que incluía críticas a sus propios colegas y que se marchó forzado por su partido y su Gobierno. Y Nigel Farage, el líder del partido de extrema derecha Reform, que esta semana aprovechó su primera intervención en la inauguración del Parlamento para criticar al antiguo speaker por haber puesto trabas, según él, al acuerdo del Brexit. Farage fue abucheado por ello. 

Pero hay un mínimo aceptado de respeto a las instituciones que se nota en un electorado menos polarizado que en otros países, sobre todo respecto a la llamada polarización afectiva, que consiste en odiar al rival por ser del equipo contrario más que por sus ideas. El problema del Reino Unido es ahora más la apatía, como me decía Luke Tryl, el director de More in Common, una encuestadora y proyecto cívico que me ha ayudado mucho para la cobertura de las elecciones británicas. 

La apatía es, sin duda, una señal seria de que habrá problemas a medio plazo, pero tiene mejor solución que la división partidista de los ciudadanos, las instituciones y cualquier bien común. Los políticos tienen un papel esencial en sus elecciones cada día, desde las palabras que usan a cómo tratan las instituciones.

La cortesía y la defensa de las instituciones independientes, también las incómodas, las que sirven de control o las que están en manos de la oposición, son primeros pasos. Nada de eso es garantía de que los gobiernos no vayan a tomar decisiones equivocadas o los votantes se crean a vendemotos peligrosos. Pero las múltiples voces expertas en democracia que he entrevistado en los últimos meses, como Sandra León, Ben Ansell o Steven Levitsky, ven por ahí un camino hacia la despolarización. 

El respeto de las costumbres democráticas y de la independencia de las instituciones en forma y fondo puede ayudar en un momento de desconfianza popular en especial hacia los políticos. Que los usos democráticos y las instituciones sean fuertes e independientes y tengan el respeto público es esencial si llega un líder autoritario que quiera cargarse los contrapoderes y poner todo el aparato del Estado al servicio de sus intereses. Se puede hacer, pero hay que tener voluntad política para ello, al menos para empezar y sobre todo desde la posición de poder de los gobernantes. El respeto, igual que su ausencia, es contagioso. 

En este momento de desconcierto democrático y ascenso del autoritarismo dentro de las propias democracias, nadie tiene la varita mágica. Pero lo que están haciendo estos días los políticos en el Reino Unido se parece más al camino posible que el que toman a diario sus colegas en España y en otros vecinos europeos. 

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