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Temporero, si tienes síntomas de coronavirus quédate en casa

Cuatro temporeros en una casa ocupada en La Granja d'Escarp (Lleida)
21 de julio de 2020 22:25 h

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El coronavirus no deja de sorprendernos. Entre los efectos secundarios más inesperado, el último es su capacidad de hacer visibles a los temporeros, esos miles de trabajadores extranjeros que recogen la fruta en España. Ha sido infectarse unos cuantos, y de pronto volverse visibles: reportajes en prensa y televisión, actuación de administraciones, reacción de vecinos, y yo mismo escribiendo por primera vez un artículo sobre temporeros después de años pensando que el melocotón que me acabó de comer lo había recogido un robot.

Sin coronavirus, los temporeros solo son visibles cuando arden sus asentamientos, como en las últimas semanas en Lepe; o cuando viene un relator de la ONU y nos saca los colores: en enero nos visitó el relator de Naciones Unidas sobre pobreza extrema, Philip Alston, y tras visitar un asentamiento en Huelva dijo que los trabajadores “viven como animales” en condiciones que “rivalizan con las peores” que había visto en otros lugares del mundo. Y siendo relator de la ONU ya imaginarán que tiene mucho mundo.

Pasó el relator, mereció su minuto de atención mediática, y los temporeros volvieron a invisibilizarse. Hasta que han aparecido varios brotes de coronavirus en asentamientos de Lleida, Huesca o Albacete, y de pronto se han hecho de nuevo visibles. Para la prensa, para los vecinos (ya sea para ayudarlos o rechazarlos), para los inocentes comefrutas como usted o como yo, y para las administraciones. Tanto que en algunos pueblos el ejército o los propios ayuntamientos han montado por primera vez campamentos o pabellones con literas, duchas y comedor… para quienes diesen positivo por covid y tuviesen que guardar cuarentena. Habrá quien haya dormido en una cama y comido tres veces al día por primera vez en mucho tiempo, gracias a haber pillado el virus.

En otros casos se les ha pedido a los afectados que se queden en sus casas durante un par de semanas. Pero si te quedas en casa no trabajas, y no cobras, porque allí no hay teletrabajo ni ERTE. Si encima tu casa es un almacén abandonado, una chabola de plástico o un piso donde se aprietan cuatro o cinco por habitación, ya imaginarán las pocas ganas de confinarse. Así pasó en Albacete, donde un grupo de trabajadores se manifestó el domingo por el centro de la ciudad por primera vez en la historia, rompiendo la invisibilidad del asentamiento en que malviven temporada tras temporada.

Cada vez que oigan que los afectados por un brote tienen que quedarse en cuarentena en sus casas, recuerden cómo describía el propio Alston las “viviendas” que conoció en Huelva: “chabolas hechas del plástico que se usa para cubrir las fresas, con dos o tres colchones para toda la gente, sin electricidad ni agua. Para los retretes tenían un solo lugar donde cuatro personas podían ponerse en cuclillas al mismo tiempo, sin privacidad.” Y sin Netflix, añado yo, para que entiendan lo duro de confinarse así.

Hay colectivos de temporeros, sindicatos y grupos sociales que llevan años denunciando, y organizando por su cuenta redes de apoyo. El Defensor del Pueblo, que este martes pidió derechos laborales y de vida dignos para los temporeros, lo ha hecho otras veces ya. Y las administraciones “toman nota” en cada ocasión, aunque luego pierden la nota, con la excepción de algunos ayuntamientos que se toman en serio el asunto. Así van pasando los años, las temporadas, las cosechas, las generaciones de trabajadores que son explotados por empresarios campeones de la exportación europea de fruta, que pagan miserias y usan ETTs para pagarles aún menos, a la vez que incumplen su obligación (según el convenio del campo) de garantizarles alojamiento digno, mientras ningún inspector de trabajo pisa un invernadero, las administraciones miran para otra parte, muchos propietarios de pisos les niegan alquileres, y los consumidores nos comemos el melocotón sin preguntar.

Hasta que se infectan de coronavirus, y entonces los vemos, pero ahora como amenaza, contagiosos. Supongo que la solución, en esto como en todo últimamente, es que los temporeros lleven bien puesta la mascarilla, tosan en el codo, mantengan los dos metros de distancia, se queden en casa con síntomas, y se laven las manos varias veces al día con jabón y refregándolas durante al menos 20 segundos. Si tienen agua corriente, claro.

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