20 años de la resolución 1325, un punto de inflexión

Directora del Instituto de la Mujer —

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Este año se cumplen 25 años de la celebración de la IV Conferencia Mundial de Mujeres de Beijing, una de esas fechas clave en el feminismo. Pero también este año se cumplen 20 de otro hito que seguramente pase más desapercibido: la aprobación de la Resolución 1325 de Naciones Unidas, seguramente una de las resoluciones más conocidas y nombradas entre las expertas (ha llegado a ser conocida como “la resolución de las mujeres”) pero muy desconocida para la población general. Se aprobó el 31 de octubre de 2000 después de muchos años de trabajo intenso por parte de las organizaciones de la sociedad civil dedicadas al activismo por la paz y también del feminismo. Esta resolución, llamada oficialmente Mujeres, Paz y Seguridad, constituye un hito en la incorporación de la perspectiva de género a la prevención, gestión y solución de los conflictos armados.

La realidad es que tanto hombres como mujeres experimentan los conflictos violentos como tragedias humanas muy graves y dolorosas. Y tanto hombres como mujeres experimentan la necesidad de la paz y la mayoría de ellos y de ellas desean y buscan un mundo sin violencia. Sin embargo, el terror y el dolor en la guerra, así como las experiencias, las necesidades e intereses en la reconstrucción de la paz, son diferentes en unos y otras. Aunque ahora mismo son muchas las mujeres que participan de una manera u otra en la guerra, siguen siendo hombres la mayoría de los combatientes y la mayoría también de quienes mueren por culpa de las armas empleadas. Sin embargo, ellas se ven afectadas por el terror y las torturas sexuales, son utilizadas casi como “tierra quemada” y son utilizadas para desmoralizar a los enemigos. Al mismo tiempo, en tiempos de guerra ellas se quedan a cargo de la familia en condiciones muy difíciles en los que tienen que emplear toda su energía en poner a salvo a hijos e hijas y personas dependientes.

En muchas ocasiones, la única manera de hacerlo es prostituyéndose y no pocas veces dicha prostitución es forzada no ya por la necesidad económica, sino por la propia fuerza enemiga; las esclavas sexuales raptadas por todos los ejércitos del mundo y usadas por combatientes y a veces por los cooperantes no son excepcionales. De la misma manera, cuando a causa de la guerra, miles de personas se convierten en refugiados y se apiñan en campamentos improvisados, vemos cómo las mujeres se encuentran con campamentos que no están pensados para ellas ni tienen en cuenta sus necesidades o las de las familias que ellas cuidan. Y a pesar de todo esto, cuando por fin llegan los procesos de paz, las mujeres no están presentes en las negociaciones y se pretende construir la paz sin ellas.

En un estudio del año 2009 titulado “La Violencia Sexual en los Acuerdos de Paz”, UNIFEM identificó que en 300 acuerdos de paz negociados desde 1989 hasta 2008 en sólo 18 casos se menciona la violencia sexual relacionada con el sexo y ni siquiera en un solo caso de esos 300 acuerdos se tomaron medidas para resarcir y proteger a las víctimas.

Eso es lo que vino a cambiar la Resolución 1325, que reconoce dos cuestiones fundamentales: que los conflictos armados no inciden de la misma manera sobre los hombres que sobre las mujeres, que estas los sufren de manera desproporcionada y particular y que las mujeres no pueden ser dadas de lado en la construcción de la paz sino que, al contrario, si no se suma a las mujeres a dicha construcción, no habrá paz justa. La 1325 es una resolución que reconoce que las guerras violan los derechos de las mujeres y niñas de una manera singular, por ejemplo mediante las torturas sexuales y las violaciones masivas, pero también que no es posible construir la paz si los sufrimientos de las mujeres, sus preocupaciones y sus necesidades no son incorporados a ella. En ese sentido la Resolución defiende también la adopción de una perspectiva de género en las cuestiones que tienen que ver con la repatriación y reasentamiento (por ejemplo en el diseño de los campos de refugiados), la rehabilitación y la reconstrucción; así, la resolución reconoce que las mujeres son “agentes de cambio”.

De acuerdo con estos reconocimientos, la resolución se fija dos objetivos fundamentales: por un lado incrementar la participación y representación de las mujeres en la prevención, la gestión y la solución de conflictos y por el otro, garantizar la protección y el respeto de los derechos humanos de las mujeres y las niñas, particularmente contra la violación y otras formas de abusos sexuales en situaciones de conflicto armado. Como dice la propia ONU: “La 1325 representa un cambio significativo en la manera en la que la comunidad internacional enfoca la prevención y la resolución de los conflictos, y convierte la promoción de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en una preocupación internacional de paz y seguridad”.

La Resolución 1325 es un marco normativo básico que permitió la aprobación de otras resoluciones relacionadas, entre las que hay que destacar la Resolución 1820 (2008) que es la que, por primera vez en la historia de la ONU, reconoce que la violación puede constituir un crimen de guerra o lesa humanidad o, en algunos casos, genocidio. En la aprobación de esta resolución tuvieron mucho que ver las mujeres víctimas de violaciones masivas cometidas durante la guerra de Bosnia.

Desde que la resolución fue aprobada diversos estudios internacionales han demostrado que la incorporación de las mujeres a los procesos de paz es esencial para el éxito y la consolidación de la misma y que dichos procesos tienen muchas más posibilidades de terminar siendo un éxito si las mujeres participan y tienen influencia en el proceso de negociación. No sólo los acuerdos que contaron con la participación e influencia de las mujeres tienen más posibilidades de resultar exitosos, sino que sólo si participan mujeres dichos acuerdos se ocupan de cuestiones relacionadas con el sexo (reparación a las mujeres víctimas de violaciones, por ejemplo) cosa que no suele ocurrir en aquellos en los que las mujeres no participan.

La aprobación de esta resolución fue muy importante pero, como ocurre siempre con las medidas que favorecen a las mujeres, las resistencias a su aplicación son muchas. A pesar de estos 20 años transcurridos, la presencia de las mujeres en los procesos de paz sigue siendo muy minoritaria y no suele pasar de un 10% la presencia de mujeres negociadoras en los acuerdos de paz. Las razones de que estas ausencias sigan siendo tan clamorosas es múltiple, como ocurre con todas las brechas de género, pero sin duda está muy relacionada con la falta de mujeres en los liderazgos políticos y en la toma de decisiones.

Estos 20 años son un buen momento para volver a recordar que no hay paz sin mujeres y para hacer un reconocimiento explícito a las que luchan en todo el mundo por un mundo en paz y seguro para las mujeres. Para hacer un reconocimiento a las Mujeres de Negro, a las mujeres que jugaron un importante papel en los acuerdos de paz de Colombia, a las mujeres de Liberia, a las israelíes y palestinas que trabajan juntas por una paz justa, a las que sostienen la humanidad en los campos de refugiados de Darfur o en todo el mundo sin que, por ejemplo, nadie se percate de que necesitan letrinas para mujeres. En definitiva, a todas las que se levantan de entre odio y la furia para exigir paz, justicia y reparación también para nosotras.