Coincidiendo con la conmemoración de los 40 años del triunfo del Partido Socialista en las elecciones del 28 de octubre de 1982, quiero compartir la celebración de otro aniversario más personal, en parte paralelo al anterior. Hace 50 años, a principios de noviembre de 1972, me incorporé al PSOE y a la UGT, organizaciones socialistas a las que me encuentro vinculado a lo largo de estas cinco décadas.
Yo era un joven profesor universitario comprometido en la lucha contra la dictadura y por la democracia. Nunca participé de la tradición comunista, predominante entonces en la izquierda universitaria, me sentía socialista, pero en mis años de universidad no llegué a conocer a ningún militante de la organización histórica del socialismo español. Con Elías Díaz compartía estudios y reflexiones sobre el pensamiento socialista. Sabía del exilio y de la existencia del entonces llamado Partido Socialista del Interior de Tierno Galván, pero no conocía a ningún socialista del PSOE. A finales de 1969, con ocasión de unas elecciones al Colegio de Abogados de Madrid en las que se presentó una candidatura progresista encabezada por Ruiz Giménez, en una cena a la que asistí a la vuelta de mi confinamiento y del segundo servicio militar, uno de sus participantes confesó que era miembro del PSOE; se trataba de Pablo Castellano.
Un par de años más tarde, en agosto de 1972, se celebró el Congreso de Toulouse, el último de Rodolfo Llopis, al que asistió Gregorio Peces Barba, quien al volver nos informó de que se había afiliado al PSOE. Poco después nos convocó a un grupo de PNNs –Profesores no numerarios- de la Complutense a una comida en el entonces llamado Mesón del Conde, en la calle Pelayo de Madrid. En esa reunión, celebrada el 3 o 4 de noviembre de 1972, a la que también asistió Enrique Moral -cuyo nombre de guerra era León-, ingresamos Virgilio Zapatero y yo tanto en el PSOE como en la UGT. No olvidemos que en aquella época la afiliación era prácticamente simultánea a ambas organizaciones de matriz socialista: el partido y el sindicato.
En la UGT me incorporé enseguida a dos federaciones. Como profesor, a la FETE de Madrid, donde muy pronto conocí a Luis Gómez Llorente, quien más tarde lideró el movimiento por la Alternativa Democrática para la Enseñanza y con quien desde entonces me vinculé ideológica y políticamente, además de gozar de su amistad personal. Más tarde, en marzo de 1976, asistí como delegado al primer Congreso de la FETE en Cádiz. Y como joven abogado participé en la entonces existente Federación de Trabajadores del Derecho (FETRADE), en la que militaban conocidos abogados y otros juristas socialistas, como Carlos López Riaño, Liborio Hierro y, por supuesto, Pablo Castellano y Gregorio Peces Barba.
En el ámbito del partido iniciamos la reconstrucción de la Agrupación Socialista Madrileña, para cuyo Comité Provincial fui elegido miembro unos años después, creo recordar que en 1975. Previamente, en octubre de 1974, asistí como invitado junto con Javier Solana al Congreso de Suresnes, siendo uno de los militantes madrileños que insistimos a Nicolás Redondo para que optara a la secretaría general del partido, a lo que éste se negó contestando que él quería dedicarse a la dirección de la UGT y dando así paso a la elección de Felipe González.
Fui delegado por Madrid a los Congresos 27 y 28 del partido. El primero fue un Congreso de presentación multitudinaria en el interior de España, pero en el segundo, tras la derrota en las elecciones generales de marzo de 1979, estallaron las diferencias políticas dentro del PSOE entre el sector encabezado por Felipe González y la izquierda del partido, lo que se llamó el “sector crítico”, cuyo liderazgo político y moral ejerció Luis Gómez Llorente y en el que participé desde su origen. Igualmente asistí al Congreso Extraordinario de septiembre de 1979, formando parte de las candidaturas que se presentaron, encabezadas por el propio Gómez Llorente, que fueron derrotadas.
Más tarde intervine activamente en la fundación de la corriente de opinión Izquierda Socialista (IS), que se presentó el 16 de noviembre de 1980 en la sede de la FSM (Federación Socialista Madrileña) en Madrid con un Manifiesto Fundacional que afirmaba la voluntad de revitalizar la democracia interna, impulsar el debate político y “contribuir al rearme ideológico” del partido y a “su proyecto histórico emancipador”, frente al riesgo de su derechización, de convertirse en un partido radical, y frente al cesarismo y el “culto a la personalidad”. Además de ser elegido miembro del Comité Federal en 1987, al dejar el partido Pablo Castellano y Paco Bustelo, asumí junto a Antonio García Santesmases y Viçent Garcés, la portavocía de IS.
El 28 de octubre de 1982 participé con gran entusiasmo en el triunfo electoral del PSOE, que estos días recordamos, apoyando al Gobierno de Felipe González en sus muchos aciertos, pero criticándolo también en lo que consideraba eran importantes errores que difuminaban el proyecto socialista. Porque en aquellos tiempos se debatían los mismos temas que en nuestra época, temas que constituyen el debate permanente en el seno del socialismo español.
En primer lugar, el ideológico, la definición de las señas de identidad del socialismo ante la hegemonía del pensamiento neoliberal del que una parte del partido se contaminó, incluida su relación con los sindicatos. De ellos llegó a decirse que eran como colegios de abogados.
Luego, la política de alianzas, proponiendo IS el “entendimiento” con la izquierda, tanto política como sindical, frente a la idea de Felipe González del partido como proyecto autónomo, que le sirvió más tarde para pactar con Convergència i Unió en lugar de con IU.
El tercer asunto de debate era el referido al modelo de partido, en el que la izquierda reivindicaba profundizar en la democracia interna, el voto individual, la proporcionalidad en los órganos de dirección; hoy algo obvio, pero que supuso fuertes resistencias y arduos debates internos. Más tarde discutimos sobre las primarias, incluso con apertura a los simpatizantes, conscientes de que a la vez suponen una mayor concentración de poder en el líder, en detrimento incluso de las propias corrientes de opinión, lo que requiere de unos contrapesos hoy prácticamente inexistentes. Y por último, el modelo territorial, un modelo de España centralizada propia del nacionalismo español, muy arraigado en algunos sectores del PSOE, frente a un modelo federal, que hoy propicia un federalismo plurinacional.
Como portavoz de Izquierda Socialista he participado en muchas de esas discusiones clave: contra la permanencia de España en la OTAN, en la que destacaron las intervenciones en el 30 Congreso de 1984 de Antonio García Santesmases junto a Nicolás Redondo; el apoyo a UGT en la Huelga del 14-D de 1988; la defensa del Estado de Derecho frente al terrorismo de Estado; el apoyo a José Borrell como candidato a presidente; más tarde la oposición junto a Juan Antonio Barrio y Pérez Tapias a la reforma del artículo 135 de la Constitución; la presentación de éste último a secretario general del PSOE, obteniendo un 18% de votos; el apoyo mayoritario a Pedro Sánchez frente a Susana Díaz; la oposición a la gran coalición y la opción por el pacto con Unidas Podemos, así como la reivindicación de la memoria histórica, iniciada por Zapatero y hoy completada con la reciente Ley de Memoria Democrática, solo por citar lo más relevante.
También en esos años ejercí diversos cargos públicos. Quizá los más significativos fueron los de alcalde de Fuenlabrada, Consejero de Educación de la Comunidad de Madrid y diputado al Congreso. Pero, a la vez, mantuve siempre la doble militancia, canalizando mi actividad profesional como abogado de la UGT, defendiendo a trabajadores y trabajadoras y a comités de empresa, asistiendo en la negociación colectiva, interviniendo en ERE, asesorando a los órganos de dirección confederal del sindicato y siendo miembro por UGT del Consejo Económico y Social de España.
Me suelo considerar un abogado de trabajadores, un ugetista, que circunstancialmente ha participado en instituciones políticas en representación de mi partido, el PSOE, siempre desde una conciencia y convicción socialista. Y en diversas ocasiones en que las posiciones que he defendido o compartido eran derrotadas, me han planteado que por qué no dejaba el PSOE y me incorporaba a otra formación política, como de hecho hicieron otros compañeros, y aún hacen unos u otras. Pero siempre tuve claro mi sitio, porque me siento partícipe de una tradición de larga traza, la socialista, que es plural y que se canaliza desde hace 143 años a través del PSOE, a pesar de sus errores, que los ha tenido, y de mis desacuerdos, que han sido muchos. Por eso, las otras organizaciones han girado siempre alrededor de aquella.