España, una de las economías con mayor dependencia energética del exterior (72%). Importaciones diarias de 128 millones de euros en el 2018. Especialización en economía de servicios. Especialización: turismo.
A su vez somos un país rico en horas de sol, en viento, en biomasa, en ingenierías, en conocimiento y experiencia en energías de origen renovables.
Las dos variables, la negativa y la positiva nos señalan que la transición energética no es sólo un eslogan, es la palanca que nos puede permitir reverdecer la economía y a la vez reindustrializarla, preparándonos ante un escenario en el que España sufrirá particularmente el cambio climático como país del sur de Europa y un escenario europeo y global que demandará servicios y tecnologías ligados a la transición energética. Pasamos de un modelo de importar combustibles fósiles a uno capaz de crear nuevos modelos económicos y puestos de trabajo de calidad localizados en el territorio.
No sólo podemos, sino que debemos protagonizar una introducción masiva de energías de origen renovable.
Dicha introducción, para ser exitosa necesita como mínimo de dos ingredientes para que sea viable. El primer ingrediente es la necesidad de la participación ciudadana y la inversión múltiple y no sólo concentrada en muy pocas manos. Es evidente que podemos reproducir el “business as usual” y que pocos inversores protagonicen el cambio. Pero para que haya implicación y no resistencias es imprescindible un modelo que garantice la participación de vecinas y vecinos, con un uso del territorio intensivo y que a su vez garantice dicha implicación. Esto multiplica el ritmo al que pueden desplegarse las renovables, ayudándonos a cumplir con los objetivos internacionales, permite que el consiguiente desarrollo económico sea también mucho más repartido/compartido, en un país al que la dependencia energética se le suma una profunda desigualdad de rentas.
En segundo lugar necesitamos gestionabilidad. Y ya no de la producción sino de la demanda. Si hasta ahora el modelo lo que hacía era básicamente casar la producción con la demanda prevista, lo que necesitamos en un contexto de fuerte producción renovable es ajustar las curvas de demanda a los momentos de producción de origen renovable. Consumir más cuando hay más generación renovable, y ahorrar e incluso aportar lo acumulado cuando no haya energía renovable.
Para ello es fundamental adaptar el marco normativo en la línea de lo que marca el paquete de invierno de la Comisión Europea: el usuario deja de ser un actor perceptor a ser un actor activo. El Paquete “Energía limpia para todos” tiene como objetivo empoderar a los consumidores para que sean actores más activos y fundamentales en los mercados energéticos del futuro (consumir, producir, almacenar, y vender) pero también reaccionar a las indicaciones de precios.
Dicha gestión tiene un valor para el sistema (ya que permite tener menos centrales eléctricas de respaldo, pendientes de si sube la demanda o baja la generación renovable) y por tanto puede suponer un ahorro para el precio de la electricidad. Pero para que eso sea así debemos darle un valor económico para el usuario. De acuerdo con la propuesta de la Comisión Europea, cualquier consumidor con recursos energéticos distribuidos –como placas solares, baterías o incluso un vehículo eléctrico– debe tener libertad para ofrecer su flexibilidad a cualquier sujeto que elija. Y ello debe permitirnos que la flexibilidad del lado no sólo de la oferta sino de la demanda. Esa flexibilidad se traduce en servicios concretos al sistema eléctrico, que suponen una fuente de ingresos al titular de los recursos energéticos, sin que eso tenga que suponer una pérdida de calidad de servicio para el cliente.
Es en este escenario en el que nuevas figuras, pueden y deben cambiar el modelo. Por ejemplo, la figura del agregador, capaz de agregar consumos, así como titulares de Recursos Energéticos Distribuidos (que incluyen las baterías de casas o vehículos) capaces de agregar consumos para que la gestión de los mismos den mayor sostenibilidad al sistema. Si bien un único usuario doméstico no tiene la capacidad técnica ni el volumen suficiente para ofrecer gestionabilidad al sistema, la agregación, o suma, de muchos consumidores individuales por parte de agentes especializados es la puerta de entrada a que el consumidor pueda participar en los servicios al sistema eléctrico.
La figura del agregador de consumos es una pieza clave para poder ofertar al operador del sistema ahorro simultáneos, ya sea de un consumo con señales ya sea por un uso de las baterías que tengan los hogares y los vehículos. La irrupción de dicha figura puede conseguir, por tanto, el titular de la batería pueda ser aquel que gestiona esta batería, abaratando de forma extraordinaria el acceso al vehículo eléctrico y permitiendo un uso más eficiente de la misma.
El agregador puede configurarse ampliando las funciones del actual comercializador o bien ser un agregador independiente, es decir, un agente sin un papel previo en el mercado (como podría ser un fabricante de baterías o una empresa de servicios energéticos).
Así la comercializadora, así como el proveedor de recursos energéticos distribuidos, las Tecnológicas de la Información y la Comunicación, las empresas de servicios energéticos, u otros podrían jugar ese rol.
La regulación de la agregación debe estar en las coordenadas que se mueve en Europa (agregación a partir de 1MW) y es urgente que sea realidad. De no ser así, nos podríamos encontrar con que los años pasan, empresas adquieren experiencia en otras latitudes, y un tema que podríamos liderar lo acaban abanderando aquellos sectores empresariales que han adquirido el 'know how' en aquellos que abrieron antes el mercado de la agregación.
Otro y segundo elemento clave para que la demanda se pueda ajustar a las curvas de generación renovable es el acceso neutro al dato de los usuarios. Digitalización y electricidad se traduce en más competencia. Y eso significa que haya actores que puedan disponer de los datos de los contadores inteligentes para que el usuario sea un activo.
Es fundamental la creación de una plataforma neutra, de una “data hub”, que el usuario pueda acceder a los datos y a las curvas de su propio consumo o generación de energía, y pueda ceder dicho dato a otras comercializadoras, a empresas de servicios energéticos al agregador. El acceso fácil y detallado de los usuarios a su consumo energético les permite también entender mejor sus perfiles de consumo e identificar medidas para ahorrar en la factura. El titular de los datos debe ser el usuario. Y es esa titularidad y la posible cesión a terceros es la que debe introducir competencia. Dicha plataforma, debería permitir, a su vez, preservando la privacidad del usuario, que las diferentes administraciones pudiesen detectar aquellas zonas más ineficientes, multiplicando en esas áreas sus estrategias de ahorro, eficiencia y autoconsumo. A su vez, el agregador podría operar añadiendo niveles de gestión de la demanda que son muy difícil de ofertar sin el acceso al dato. Contamos con la ventaja en la instalación de contadores inteligentes en todo el territorio. Y si bien hasta ahora ese dato lo ofertaban las distribuidoras, unas con mejor hacer que otras, es obvio que la neutralidad y el detalle al que se debe entrar en el acceso a ese dato, la demora en que se ofrece el dato al usuario, aconsejan que hagamos lo que hacen o están empezando a hacer los países de nuestro entorno: el acceso al dato en una plataforma neutra.
Las reformas que encarar son muchas. Y no todas se pueden hacer en un tiempo corto y con la actual correlación de fuerzas –y no sólo hablo de la correlación política–. Para promover la participación activa de la demanda necesitaríamos señales de precio en que primase más la energía consumida que la potencia contratada (algo ya se ha hecho en este sentido). Pero lo que hoy ya es posible es abrir los mercados de capacidad, energía y de ajuste del sistema a la participación de los recursos distribuidos (generación, demanda y almacenamiento) en igualdad de condiciones que el resto de recursos centralizados.