Varios estudios científicos sugieren que los niños y adolescentes que sufren acoso escolar pueden desarrollar cambios en el cerebro a, medio y largo plazo. Estos cambios pueden derivar en depresión o ansiedad, entre otras patologías (psicológicas y físicas).
Dan Oleweus, psicólogo nórdico, fue el primero en definir en los años 70 qué es el acoso escolar: “Un estudiante es acosado o victimizado cuando está expuesto de manera repetitiva a acciones negativas por parte de uno o más estudiantes”.
Muchas veces me he preguntado si nuestro país está haciendo todo lo posible por erradicar esta auténtica lacra. A mi entender, los protocolos no están bien establecidos o el sistema falla, porque las cifras de acoso escolar siguen subiendo, Unicef señaló ya en 2019 que al menos 2 estudiantes en cada aula sufren acoso o violencia en España.
Existe el acoso físico, que es más visible y luego está el psicológico, el que tal vez duela incluso más. El acoso disimulado, el de la tribu, ese que permite que la masa actúe impunemente. El invisible y doloroso acoso psicológico.
Además de la figura de los acosadores (que suelen actuar en grupo, como participantes directos o espectadores), está la de los profesores que deciden no hacer nada. Según explicaba el III Estudio sobre el acoso escolar y ciberbullying elaborado de forma conjunta por la Fundación Mutua Madrileña y la Fundación ANAR sobre el papel del profesorado “los responsables educativos continúan teniendo un elevado conocimiento de los casos de acoso y ciberacoso escolar. No obstante, pese a ser conscientes de estas situaciones, los profesores no reaccionaron ante la violencia en el 48% de los casos de acoso y en un 34% de los casos de ciberbullying”.
Hace unos años, participé activamente en la campaña No hate speech movement del Consejo de Europa y pude acudir a diferentes reuniones a partir de 2013 cuando se lanzó la misma.
Esta campaña buscaba movilizar a los jóvenes para combatir el discurso de odio y promover los derechos humanos, tanto de manera online como fuera de Internet. Entre los datos más relevantes, estaban estos: en toda Europa, el 6% de los usuarios de Internet de 9 a 16 años informaron haber sido acosados en Internet y el 3% confesó haber acosado a otros. El 78% de los jóvenes preguntados en una investigación indicaron que se habían encontrado con discursos de odio en Internet regularmente.
El acoso escolar tarda mucho en superarse. Yo era una adolescente alegre y extrovertida, con ilusiones y sueños, y sufrí acoso escolar durante toda secundaria y puedo afirmar que el dolor que produce el acoso escolar en una etapa de vital importancia en la vida de la persona perdura mucho más allá que esos años. Hace falta resiliencia y apoyo para evitar que ese dolor se convierta en rencor y frustración. Hace años no se oía hablar de acoso ni de “bullying”, pero sí había profesores que veían y callaban, tal vez superados por hechos que no contaban con ningún protocolo en el ámbito escolar, o simplemente por desidia.
Seguí siendo una persona sociable y comunicativa, pero no pude evitar recordar aquellos años con un halo de tristeza, ya que aquellas personas me robaron mi adolescencia.
Fue hace algunos años cuando un día me di cuenta que ya no sentía pena, ni siquiera enfado, sino indiferencia hacia aquellas personas. Y eso me produjo mucha paz interior. Indiferencia y superación personal.
Pero no todo el mundo cuenta con apoyo, o se tarda mucho en detectar el acoso escolar. No son “cosas de niños”. Afecta al bienestar de las personas y es una forma de discriminación que deja huella durante años.
El 2 de mayo fue el Día Internacional contra el acoso escolar. Ese día las redes están llenas de hashtags sobre el tema. Sin embargo, padres, educadores, gobiernos y ciudadanos: no olvidemos que detrás de las campañas e informes se encuentran casos verdaderos que exigen protocolos obligatorios en todos los centros. Criemos seres felices y empáticos, y eduquemos en tolerancia y respeto a los demás.
Tal vez, eso sea lo que nos salve de todas las miserias humanas.