El acuífero: hacer visible lo invisible

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La vida en Doñana depende del agua y, en buena medida, del agua subterránea. Es la que alimenta los arroyos que fluyen hacia la Marisma y la que sustenta muchos humedales durante los periodos de estiaje. Es también el agua más disputada, la que se extrae para el riego agrícola y el turismo, que se sustrae del ecosistema y la que en definitiva atrae el conflicto social y político. En torno a ella hay, además, importantes carencias de información y divulgación. 

Un acuífero es agua invisible a nuestros ojos, que ocupa los huecos entre los granos del terreno. Las arcillas de la Marisma tienen los granos muy juntos, son impermeables. Pero sus bordes están formados por arenas desde donde fluye el agua. No es fácil dibujar una imagen del acuífero de Doñana en profundidad. Hace miles de años, diferentes materiales geológicos fueron depositados por el mar durante distintos ascensos de nivel, y por el río Guadalquivir en los desplazamientos de la desembocadura. Por eso el acuífero es complejo y es difícil señalar exactamente dónde empiezan y acaban las arcillas, o dónde desaparece el acuífero. Es más, hay zonas donde se puede decir que hay dos acuíferos. Uno superficial, donde las arenas parecidas a las de la playa almacenan el agua. Y otro profundo, con granos gruesos, como las gravas de los lechos de los ríos. En la Marisma, bajo las arcillas de hasta 60 m de espesor, se encuentran gravas de las que se extrae agua para la agricultura. En Matalascañas, el agua que abastece a los veraneantes también proviene de gravas que hay bajo las arenas.

Doñana tiene la suerte de ser uno de los acuíferos españoles con mejores registros de niveles de agua subterránea. La Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG), con el apoyo del Instituto Geológico y Minero de España-CSIC, mide el nivel del acuífero desde los años 90 en más de 150 puntos. Los últimos datos disponibles de 2021, antes de este último año tan seco, mostraban que en algunos lugares el nivel llegaba a su mínimo histórico.

En Doñana hay zonas en las que el agua está comprimida bajo las capas de arcillas. Cuando se perfora un pozo en estas zonas, el agua mana libremente sin ayuda de bombas (pozo surgente). El comienzo de los bombeos de riego tuvo asociada la desaparición de pozos surgentes. En los últimos 10 años el número de pozos que han dejado de ser surgentes ha aumentado. En las zonas con dos acuíferos, el profundo muchas veces cedía agua al superficial. 

Los registros muestran varios de estos puntos donde el nivel profundo ha disminuido tanto que ya no da agua hacia arriba. Esto indica que ha decrecido la cantidad de agua subterránea que fluye a los arroyos, la Marisma y demás humedales. El acuífero superficial ahora tiene que repartirse entre estos ecosistemas y el acuífero profundo. Además, han disminuido los aportes directos del profundo que mantenían algunos de los humedales de Doñana. ¿Se puede decir cuánto han dejado las aguas subterráneas de aportar a arroyos, Marisma y otros humedales? Es complicado dar un valor exacto. Pero la tendencia es clara y los datos muestran que el acuífero de Doñana se está vaciando a mayor velocidad de la que se está recargando.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Ha habido dos factores desencadenantes. Por un lado, el aumento continuado de explotaciones desde los años 70 hasta nuestros días. Por otra parte, la falta de años húmedos en la última década y el ascenso de las temperaturas, que reducen el agua que se infiltra y recarga el acuífero. Estos factores provocan conjuntamente el descenso de las reservas de agua subterránea en Doñana. Otra consecuencia colateral de la agricultura es el deterioro de la calidad de las aguas subterráneas por la infiltración de los nutrientes para los cultivos.

¿Qué se ha hecho mal? Muchos de los fallos en Doñana son comunes a otros acuíferos españoles. Las extracciones ilegales y la falta de control de las legales son difíciles de justificar en esta época cuando abogamos por la transparencia y la digitalización. Si se tratase de dinero en lugar de agua, no se dudaría en ver mal que los contribuyentes evadiesen impuestos, o se usara dinero público sin permiso. Las investigaciones de la Comisión Europea impulsaron el cierre de más de 200 pozos ilegales, pero todavía quedan más de 900 por clausurar. La falta de control de bombeos no tiene explicación si pensamos que todos tenemos un contador de agua midiendo el consumo en casa. Las medidas de los bombeos son importantes para comprobar si se extrae más de lo asignado en los permisos. Además, no hay acceso a los datos de nivel del acuífero actualizados al día. Otro problema que obstaculiza la gestión es la ausencia de técnicos especialistas en hidrogeología en la plantilla de la CHG, hecho que se ha intentado paliar subcontratando.

En comparación con otros acuíferos, las figuras de protección de Doñana han ayudado a visibilizar la actual situación hídrica. En cambio, no impidieron que mientras aumentaban las declaraciones de hábitats protegidos se incrementaran las hectáreas regables. No hubo planificación hídrica ni del territorio que acompañase estos dos cambios. Tampoco se escucharon las voces que desde los años 90 advierten sobre la insostenibilidad de este modelo de desarrollo económico. Comités de expertos, hidrogeólogos de prestigio y la Comisión Europea han advertido de los efectos del cambio climático y la incompatibilidad de la explotación sin control del acuífero con el mantenimiento de los ecosistemas de Doñana.

Igualmente, los científicos y las instituciones responsables de la investigación en Doñana debemos hacer autocrítica. La Estación Biológica, fundada en 1965 y buque insignia de la investigación en el terreno, nunca ha tenido personal experto en hidrogeología. Los entes responsables de la investigación en el Espacio Natural de Doñana no han establecido líneas prioritarias sobre aguas subterráneas. No hay un repositorio del ingente conocimiento hidrogeológico generado desde los años 60. 

Los investigadores debemos pensar menos en nuestro protagonismo y buscar nuevas vías de comunicación con las Administraciones y entre nosotros, para poner en relieve qué procesos determinan la situación actual del acuífero. 

¿Qué soluciones hay? Están ya publicadas por los diferentes comités de expertos, pero tiene que haber voluntad de aplicarlas. Es imprescindible que haya consenso y coordinación entre las Administraciones local, regional y nacional, incluyendo las dos demarcaciones hidrográficas cuyos límites dividen el acuífero. Los agricultores no deberían esperar a que sus pozos se sequen para actuar. Entre todos se deben establecer soluciones socioeconómicas para los usuarios que reduzcan los bombeos. Es necesario que el seguimiento del estado del acuífero pueda consultarse sin embargo temporal por todos los agentes implicados en la gestión de Doñana. En este sentido, la solución del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico de incluir datos del nivel de los acuíferos en los Sistemas Automáticos de Información Hidrológica de las confederaciones es muy buena. Pero la tarea es lenta y queda por ver cuántos puntos incluirán. El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Digitalización del Agua es la oportunidad de implementar el control de los bombeos y del estado del acuífero. Ahora bien, esta inversión no será efectiva si no viene acompañada de un plan de recursos humanos de especialistas en hidrogeología para las confederaciones.

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