“Nosotras, las mujeres reunidas en este congreso internacional... protestamos contra la locura y el horror de la guerra, que lleva consigo un sacrificio irresponsable de la vida humana y la destrucción de tantas cosas que la humanidad ha tardado siglos en construir (Resolución 1) ...protestando con vehemencia contra las odiosas agresiones de que son objeto las mujeres en tiempo de guerra y especialmente contra la violación, presente en toda guerra (Resolución 2).
Este Congreso Internacional de Mujeres, aboga por el desarme universal y consciente de que este sólo se puede asegurar mediante un acuerdo internacional urge a todos los países, como un paso hacia este fin, a que por acuerdo internacional pongan fin a la producción de armas y municiones de guerra y controlen el tráfico internacional de las mismas. Pues en los beneficios privados derivados de las grandes fábricas de armamento anida un obstáculo poderoso para la abolición de la guerra…“ (Congreso Internacional de mujeres en La Haya, 1915).
Europa y el Mundo, hoy como en 1915, se encuentra en un momento de máxima tensión militar. Somos conscientes de la ola fervorosa de militarización, rearme y escalada que existe, como si ese camino sirviera para garantizar la paz. Ni antes, ni ahora, ni en el futuro, el camino de la militarización puede llevarnos a un objetivo que no sea el de la destrucción mutua.
La configuración de nuestro orden mundial se encuentra atravesado por el debilitamiento de los espacios democráticos y el retroceso de los Derechos Humanos, en favor de los instrumentos de la guerra, que como la OTAN apuestan por la unilateralidad y el beneficio de la industria de la guerra.
En Europa, hemos tenido oportunidades en los últimos años para construir una Seguridad Europea Compartida diseñada en el Acta única de Helsinki (1975), en la Carta de Paris (1990) y en los sucesivos acuerdos de la OSCE, de Budapest (1994) a Astana (2010), sobre la base de una seguridad integral europea, cooperativa, igual e indivisible, que relaciona el mantenimiento de la paz con el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales y vincula la cooperación económica y medioambiental con las relaciones pacíficas entre los Estados.
Esos pasos muy importantes para alcanzar un modelo de seguridad y confianza mutua, un espacio europeo que avance en su desmilitarización y en una zona libre de armas de destrucción masiva, naufragaron por la imposición de los países miembros de la OTAN de un modelo unilateral basado en la creciente militarización, el posible uso del arma nuclear, el aumento del gasto militar y una concepción de la seguridad basada en la seguridad de unos sobre la inseguridad de otros.
Según el SIPRI, en 2020, el gasto militar mundial creció hasta los casi 2 billones de dólares. En el primer año de la pandemia el gasto militar creció. El crecimiento del 2,6 % del gasto militar mundial se produjo en un año en el que el Producto Interior Bruto (PIB) se redujo un 4,4 % (proyección de octubre de 2020 del Fondo Monetario Internacional), principalmente a causa de los impactos económicos derivados de la pandemia de la covid-19. Como resultado de ello, en 2020, la proporción del gasto militar en el PIB —la carga militar— logró una media global del 2,4 %, respeto al 2,2% de 2019. Este fue el mayor incremento interanual de la carga militar desde la crisis financiera y económica global de 2009.
Parece poco razonable, desde el punto de vista de la Seguridad Humana que el gasto militar mundial en 2019 se estimase en 1,63 billones de dólares, el 2,2% del PIB mundial (la cifra más alta desde la guerra fría), frente a los 50.400 millones de euros de promedio anual durante el decenio de 1990 de ayuda oficial para el desarrollo.
Según Naciones Unidas con datos de 2019, más de 820 millones de personas pasan hambre y 2000 sufren su amenaza. El 26,4% de la población mundial no tiene asegurado un plato de comida al día y 80 millones de personas se convierten en refugiados al huir de las guerras.
El informe Social Mundial 2020 de Naciones Unidas, advierte de la creciente desigualdad, tanto en los países en desarrollo como en los ricos, exacerba las divisiones sociales y ralentiza el avance económico y social. Más de dos tercios de la población mundial viven en países donde la desigualdad ha crecido. El 1% de la población más rica tiene cada vez más dinero, mientras que el 40% más pobre obtiene menos de un 25 % de ingresos.
En ese escenario real, donde una parte muy importante de la humanidad vive en situaciones de insalubridad extrema, la apelación de los países OTAN a subir sus gastos militares al 2% del PIB, es una verdadera agresión a los valores y principios más elementales de equidad, solidaridad y justicia social.
En el caso de España, ese gasto militar inoportuno, comprometido por el Presidente de Gobierno Pedro Sánchez, se realizará, si no se remedia, a costa de la calidad de los servicios públicos, la lucha contra la pobreza en general y particularmente la infantil y una política estatal sobre los cuidados.
La sola existencia en el mundo de 13.865 misiles3 nucleares, tácticos y estratégicos, debería promover una acción urgente para alcanzar un Tratado de Prohibición y Destrucción ecológica de todo el arsenal nuclear.
Llama poderosamente la atención el silencio de las cancillerías europeas sobre la existencia de un arsenal nuclear y los comentarios que surgieron de su posible uso en la maldita guerra de Ucrania.
La prohibición de la guerra, solemnemente proclamada en el preámbulo y en los dos primeros artículos de la Carta de las NNUU, puede considerarse el principio constitutivo de la juridicidad del nuevo ordenamiento internacional con el nacimiento de las Naciones Unidas.
Para hacer imperativa esa prohibición, es necesario avanzar en la reforma de las Naciones Unidas para alcanzar, tal como lo define Luigi Ferrajoli, un modelo de “democracia internacional”, un ordenamiento basado en el carácter democrático-representativo de los órganos supraestatales y, sobre todo, en su función de garantía de la paz y de los derechos fundamentales de las personas y los pueblos
Quienes suscribimos este artículo lo hacemos porque nos une una visión compartida del mundo basado en la solidaridad, igualdad, fraternidad, la justicia social, la paz y el desarme. Nos une el deber de garantizar para nuestro presente y para las futuras generaciones, un orden mundial democrático, guiado por el interés general, que sitúe la vida en el centro.
La paz entre pueblos no es una utopía, es una necesidad. Y sabemos que no hay paz sin derechos y libertades al igual que no hay derechos y libertades sin paz. La experiencia europea con las grandes guerras, con la guerra civil española, con la guerra de Yugoslavia, pero también con la guerra de Israel contra Palestina, o de Marruecos contra el Sáhara, o las guerras invisibilizadas, y ahora la guerra de Rusia contra Ucrania, nos demuestra que cualquier avance democrático de los pueblos será arrasado por la lógica de la guerra y el rearme.
La cumbre por la Paz a realizar en Madrid los días 24, 25 y 26 de junio, convocada por diferentes plataformas pacifistas, se convierte en una oportunidad para defender una alternativa viable a la cumbre oficial de la OTAN de los días 29 y 30 de junio que reafirmará su decisión de ampliación, aumento del gasto militar, su posible uso del arma nuclear y su disposición a actuar fuera del marco de la Carta de las Naciones Unidas.
Esa cumbre alternativa por la Paz se convertirá en un acontecimiento internacional que congregará a todas las mujeres y hombres del mundo dispuestos a seguir luchando por la desmilitarización de la seguridad y construir una Seguridad Humana compartida.
En palabras de la pacifista alemana Luise Rinser: “Hasta ahora tendíamos a considerar la guerra como una maldición, y la paz como una bendición divina. Actualmente sabemos que los humanos hacemos y permitimos las guerras y que a nosotros nos corresponde forjar la paz, si queremos gozar de ella”.