El dolor inesperado produce miedo y el miedo paraliza. Empezamos a salir poco a poco de la parálisis en que nos han sumergido los atentados de Barcelona y es momento de analizar lo que nos ha pasado; es momento de pensar.
Estamos ante un asunto muy complejo en el que se mezclan cuestiones que van de lo local a lo internacional, desde la integración hasta los intereses empresariales españoles en algunos países árabes. Muy complejo, por lo que es más necesario aún analizarlo globalmente y desde la perspectiva de lo que se puede hacer realmente.
El 11M fue un atentado perpetrado por extranjeros; ahora estamos ante un atentado yihadista cuyos responsables han crecido en nuestro país. Es lo habitual en Francia o en Reino Unido, que tienen modelos de integración e identitarios diferentes entre sí y diferentes al nuestro, pero no aquí. ¿Cuál es la razón? ¿Qué pasa por la cabeza de unos chicos que están aparentemente integrados? ¿Dónde perdieron el futuro?
Durante casi ocho años trabajé en la fundación pública Pluralismo y Convivencia, cuyo objeto es asegurar el ejercicio de la libertad religiosa a las confesiones minoritarias. Estuve esos años muy cerca de la realidad de la comunidad musulmana española. Más de un millón de musulmanes y musulmanas —más de un tercio de ellos españoles— no lo están teniendo fácil para normalizar su religión. Cuestiones que parecen normales como enterrarse en un cementerio público por su rito —reconocido por ley— o abrir un centro de culto siguen siendo muy difíciles.
Lo que es imposible es disponer de un imán formado en España. En una comunidad musulmana la autoridad la tiene el presidente y la junta directiva, el imán es un contratado que no suele pasar muchos años en el mismo lugar y que es habitualmente despedido cuando su prédica no gusta por radical —eso no va a pasar con el sacerdote católico de Madrid que ha echado la culpa de los atentados a Ada Colau. El problema es que cuando se busca un imán, éste se ha formado en Marruecos, Egipto o Arabia Saudí, porque aquí no hay como estudiar. Hay decenas de facultades de teología católica, pero ninguna islámica. Y esto es un problema. La religión genera dinámicas culturales —celebraciones, arte…— pero es diferente cultura que religión. Un imán formado en el Golfo trae dinámicas culturales que no son religiosas, pero que al final transmite.
¿Por qué no se ha normalizado? Aquí hay tres escollos importantes. El primero: Arabia Saudí, que financia mezquitas, imanes y sobre todos los libros de teología —traducciones de libros saudíes— cuyo objetivo es extender su visión rigorista del Islam. Sirva como ejemplo que el gobierno de Kuwait no deja importar libros de religión saudíes porque le parecen extremistas. El gobierno español lo sabe pero en la otra parte de la balanza están las armas que compran, el AVE de Meca a Medina y la licitación del metro de Riad; unas decenas de miles de millones euros para empresas españolas —algunas que aparecen en los sumarios de las tramas de corrupción del PP. En esa balanza ha ganado el dinero y no la normalización.
El segundo es Marruecos, que intenta no perder el control de sus emigrados porque piensa que de fuera les vendrá el cambio. Para esto intentan mantener su identidad, de manera que los hijos nietos y bisnietos de marroquíes sigan manteniendo la identidad del que emigró y no la del país del que han nacido. Eso deja a muchos hombres y mujeres en un limbo identitario, sin saber de donde son y eso es un problema. Escucho que los atentados han sido contra nuestra forma de vida, pero es la misma que la que tenían los que los han realizado. Llama la atención que en la prensa marroquí estos días se esté reclamando de nuevo el control de los imanes en España para que el discurso sea moderado. En este caso la cuestión no es de discurso, sino de identidad. Este camino lleva a segundas y terceras generaciones —que son españoles— a no saber de donde son, cuál es su casa, donde van a desarrollar su proyecto vital. Cuando esto ocurre, las identidades se buscan fuera de la realidad, muchas veces vía internet. El gobierno español lo sabe, pero en el otro plato de la balanza tiene la pesca, los intereses de las empresas españolas y las pateras. De nuevo pierde la normalización.
El tercero es el propio gobierno, que en lugar de dar pasos para normalizar el islam español, se ha dedicado a presionar a la Comisión Islámica de España mediante decretos —algunos con informe negativo del Consejo de Estado— para controlarla y recortando al extremo el dinero y los esfuerzos destinados a la integración de las comunidades y a dar transparencia al ejercicio de la libertad religiosa. Porque no hay nada que ejerza más control que la transparencia —en esto y en todo.
Hay un camino de integración por hacer que debe ir en paralelo, pero conectado con la seguridad y la política internacional. Aún así siempre habrá un riesgo que tiene que ver con la condición humana, la personalidad, la situación económica, la afectiva… y esto es muy relevante y poco controlable.
Se ha puesto de nuevo en la agenda la necesidad de la unidad y de reactivar el pacto antiterrorista. La cuestión de fondo es cómo. Porque el que lo propone es el gobierno que mira para otro lado ante la realidad de los musulmanes españoles, que ha reducido el trabajo de normalización que se había puesto en marcha, que usa la situación como táctica política contra el nacionalismo o los municipios del cambio. Recordemos que los únicos resultados de este pacto hasta ahora han sido encarcelar a algunos tuiteros y señalar al que no se suma incondicionalmente. Hoy más que nunca es necesario abordar el terrorismo con profundidad y seriedad, desde un análisis exhaustivo y poniendo por delante la resolución del problema y no los intereses comerciales o políticos; actuando en lo que podemos hacer aquí y no en lo que deben hacer otros. El objetivo no puede ser repetir todos al unísono “unidad”.
Pasos para un pacto real serían acoger a los refugiados que han sufrido en sus países el horror que vivimos ahora o empezar a generar políticas para la normalización de los españoles musulmanes. Se trata de anteponer el bien común a otro tipo de intereses. Se trata de sacarnos el miedo que si se queda nos va a paralizar. Se trata de pensar.