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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Amianto

El portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros; la secretaria general del partido, Macarena Olona; y el presidente de Vox, Santiago Abascal, antes del comienzo de la primera sesión del debate de investidura a la Presidencia del Gobierno

Luis Cueto

concejal de Más Madrid y ex coordinador general del Ayuntamiento con Manuela Carmena —

Durante muchos años este material fue considerado un gran avance técnico: gran aislante, barato y eficaz.

A los pocos años de su despegue comercial comenzaron a oírse voces preocupadas por sus posibles efectos perjudiciales para la salud de los trabajadores, pero las grandes inversiones realizadas y la ganancia económica que generaba aconsejaban (y consiguieron) acallar estas voces y seguir durante muchos años “como si nada”. Hasta que comenzaron a llegar “en diferido” las enfermedades y las muertes.

Uso esta metáfora para advertir que en nuestro sistema político (y destacadamente por su simbolismo, en Madrid) se han empezado a construir gobiernos con un peligroso material de amianto llamado Vox.

Los empresarios que han invertido en este material, con cuantiosas inversiones nacionales y extranjeras para reforzar la arquitectura conservadora (en España el PP, vía mamandurrias en sus inicios y en el extranjero hasta con una marciana facción iraní disidente) y los comerciales de este material, que no lo fabrican pero se lucran con su aprovechamiento (en España el inefable Rivera, con una insospechado protagonismo como bombero pirómano), quieren, claro está, amortizar sus inversiones antes de que la comunidad científica (en este caso social), demuestre el daño que causan.

Ahora parece que el material funciona: se consiguen mayorías se desaloja a la izquierda (a la extrema izquierda, dicen) y renunciando a las propuestas de fuegos artificiales (nuevas fiestas nacionales, cambios de nombres de organismos) consiguen lo que de verdad les importa (supresión de impuestos, recorte de ayudas, endurecimiento de las actitudes gubernamentales hacia el feminismo, consolidación de la precariedad laboral).

A quienes constituyen mayorías de esta manera les da igual el deterioro de los servicios públicos: ya se pagan con su dinero sus servicios privados (“y con lo que me ahorro con la rebaja de impuestos, ¡pues me cambio de coche!, que también me lo merezco, con todo lo que sigo pagando”) y siguen abonados al mantra thacheriano de que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos que en el del gobierno. Claro, en el bolsillo del que tiene dinero, porque el que no llega a fin de mes ya no tiene ni bolsillo…

Este veneno que viene tiempo inoculándose en la savia social está marchitando el éxito colectivo: los que emigran una vez formados aquí para cundir allí, los jóvenes a los que no queda más remedio que sobrevivir en la precariedad (porque no ven alternativa), las pequeñas empresas a las que ahoga una burocracia formalista, las grandes empresas que han decidido emanciparse de una clase política no fiable… todos estos elementos van desgastando los dientes de los engranajes y se nos va la energía sin rendimiento.

Esto no puede ser. Esto no debe ser.

A no tardar mucho, y en un diferido más corto que el de nuestro viejo conocido barceniano, los efectos colaterales de estas alianzas nos van a pasar factura. En esta legislatura han decidido estar agazapados, acumulando poder, conocimiento, contactos, introduciéndose en terrenos y colectivos a los que no habían llegado con su antiguo y obsoleto traje franquista.

De sus intenciones, nada que objetar (o más bien TODO que objetar), pero lo más grave es la hipocresía y el descaro de sus patrocinadores y comercializadores. Sigue siendo necesario escandalizarse, no aceptar que disimulen y miren para otro lado o cambien de tema; mirarles a los ojos y recordarles su apoyo infamante. No se puede llegar con manchas en la camisa y pretender que no te miren: “oye, ¡tienes manchas! ¿No te habías dado cuenta?”.

Quien mantiene esa actitud autista, más que un listillo, empieza a ser visto como un idiota que nos avergüenza a todos.

En la ciudad de Madrid, como a otros en otras partes, tenemos que exigir al PP y a Ciudadanos (porque hay que individualizar responsabilidades y beneficiarios, casi podríamos decir testaferros, de este apoyo) que se separen de este abrazo maligno, que gobiernen sí, claro que sí, con todo el derecho y la legitimidad de desarrollar su visión de Madrid y sus proyectos y que luego juzguen los ciudadanos. Pero que no sigan construyendo su edificio con amianto, porque nos va a enfermar como sociedad, porque más pronto que tarde aparecerán los síntomas de problemas respiratorios, porque salvo que su único proyecto sea gobernar nosotros (y no había otra forma de quitar a Manuela), acabarán teniendo que rendir cuentas de esa promoción.

Cada vez que se pasa revista a grandes procesos históricos que han generado convulsiones y los historiadores bucean aguas arriba, se encuentran esos momentos en los que se miraba hacia otro lado, en los que parecía que no pasaba nada, pero sí pasaba: se estaba normalizando la anomalía, se estaba legitimando a quienes querían cargarse la legalidad. Es, en este sentido, bien conocida la llamada paradoja de tolerancia descrita en 1945 por el filósofo austríaco Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos  afirmando que si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes. Popper concluyó que, aunque parece paradójico, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia.

Obviamente la mejor receta para recuperar la credibilidad de las formaciones democráticas es actuar y pronto con empatía y ofreciendo resultados: actitudes valientes como la de Nadia Calviño, copiando la iniciativa francesa de implantar ya sin más vetos de unanimidades europeas la “tasa google”, asumiendo la salida de las parasitarias SOCIMIS (verdaderas hipócritas societarias, secreto a voces, si se les empieza a exigir, control de los precios de los alquileres), etc.

Es ante la falta de soluciones y ante la tesitura de “más de lo mismo” que muchas personas (no sólo los votantes adinerados protegiendo su situación) se arriesgan a estas aventuras.

No podemos aceptar a estos anti-sistema repeinados y disfrazados de personajes decentes (no dudo de que lo puedan ser como personas, aunque la crónica diaria de sus chanchullos privados lo pone difícil), pero pienso hacer todos los esfuerzos para combatir sus ideas y sus propósitos… y me gustaría invitar a todas las personas decentes, voten a quienes hayan votado, a esta tarea.

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