Andalucía, donde la derecha gana espacio y la izquierda pierde tiempo

Catedrático de Filosofía de la Universidad de Granada —
22 de junio de 2022 22:30 h

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Es una pesada broma de la historia que si alguien, en España y en los tiempos que vivimos, ha asaltado los cielos -¡que Marx me perdone citarlo sin haberlo mencionado, salvo por este inciso reparador de mi osadía!- ese ha sido Moreno Bonilla en Andalucía, al frente de un Partido Popular que en las elecciones autonómicas del pasado 19 de junio obtuvo una arrolladora mayoría absoluta, con 58 de los 109 escaños del parlamento andaluz. Así resulta que el candidato del PP, viniendo de ser presidente de la Junta de Andalucía, tiene el camino despejado para serlo en una nueva legislatura, sin necesidad esta vez ni de coalición alguna como antes ha sido el caso con Ciudadanos –fuera ya de la cámara andaluza por decisión de electores que antes confiaron en ese partido y ahora han traspasado su voto al PP-, ni del incómodo apoyo parlamentario de Vox con todo su tufo fascista. Moreno Bonilla, Juanma para los amigos y que, como Juanma, ha pedido el voto a los andaluces en alarde de proximidad populista, está que levita, lo cual hemos podido comprobarlo no solo en el escenario desde el que se dirigió a sus enfervorizados seguidores en la noche electoral, sino en el recibimiento brindado en la sede de Génova del PP. Allí ha acompañado a Núñez Feijóo, convertido en presidente del partido respaldado por el líder ganador, y observado de cerca por la mirada de Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, cuya expresión facial no podía disimular el dolor de verse desplazada de su papel de rutilante lideresa entre los barones territoriales populares. La victoria de Juanma, frenando a Vox y a su nefasta candidata a la Junta, provocando con su estrategia de voto útil que la ultraderecha solo creciera dos diputados sobre los doce que tenía, arrincona internamente al mimetismo respecto a los de Abascal del que se sirvió la presidenta madrileña para mantenerse en el poder. El presidente de Castilla y León, con Vox en su gobierno, busca de continuo dónde meterse para no dejar al descubierto sus vergüenzas, por lo demás de todos conocidas. 

Cubierto el capítulo de felicitación implícita en el mismo relato de los hechos, con la necesaria retranca para que nadie lo entienda como adulación, que sería tarea que a estas líneas no corresponde, a la vez que con el indispensable dejar constancia del alivio que para todos supone haber propiciado en Andalucía el parón de burro a Vox después de sus chulescas cabalgadas cual jinete apocalíptico revestido de todos los negacionismos habidos y por haber, es el momento de considerar la cosa en su anverso y su reverso. Es decir, el asalto a los cielos de unos es el verse por los suelos de otros. Hablamos de la izquierda o, si se quiere y para mayor precisión, de las izquierdas. Obligado es detenerse en primer lugar en la derrota del PSOE, descendiendo de 33 a 30 escaños, como todo el mundo sabe. El bueno de Juan Espadas, inducido desde la cúspide socialista de Ferraz a despojarse del traje a su medida que era la alcaldía de Sevilla para asumir la candidatura a la presidencia de la Junta, no pudo tirar del pesado carro del PSOE andaluz para, al menos, mantener su presencia parlamentaria en el nivel en que lo dejó la destronada Susana Díaz. Los aparatos de los partidos proponen –y algo más- hasta que el electorado dispone. Con encomiable ejercicio de humildad, el derrotado Espadas se echó a la espalda el fracaso del socialismo andaluz con una elegancia que no se ha podido apreciar en la dirección federal del partido. Será por la frialdad que siempre implica el distanciamiento centralista, aun en un partido que se dice federal. 

Con todo, de las explicaciones ofrecidas desde el PSOE-A acerca de tan grave pérdida de votos se pueden destacar algunas cuestiones llamativas bajo la envoltura de un discurso con inocultable sabor a excusas insuficientes. Si los buenos modos de Moreno Bonilla no significan que sea moderado el PP que encabeza, pues sus políticas neoliberales en sanidad y educación lo desmienten, sin que lo contrapese la buena imagen trabajada al hilo de las campañas de vacunaciones, los intentos del PSOE de apuntar los éxitos de gestión en la cuenta del gobierno central del PSOE y UP tampoco convencen. El caso es que los socialistas han perdido presencia en la vida social y en la dinámica política andaluzas –no solo porque sin resortes de poder caen redes clientelares-, siendo circunstancia que los populares han sabido aprovechar, detectando por dónde van cambios demográficos, generacionales y de intereses de la sociedad andaluza, especialmente de la tan invocada clase media. Mientras tanto, el PSOE se ha dejado llevar en Andalucía por una inercia que no da más de sí, sin suficiente renovación en sus estructuras y sin la necesaria innovación en sus propuestas. La falta de convicción en torno al voto es en tal caso lo que provoca crecimiento de la abstención, que no deja de ser reacción crítica que nada tiene que ver con pereza a causa de una desmotivación superficial. Si se tiene en cuenta el hecho de un posible desplazamiento de voto socialista al PP, los motivos de preocupación llegan al PSOE federal, pues sabido es que sin ganar en Andalucía malamente puede ganar en España. La dificultad insuperable de remover todos esos obstáculos es lo que hace decir a los socialistas que les faltó tiempo para dar a conocer y promocionar a su candidato. ¡Ay, el tiempo!

Vayamos, pues, al factor tiempo, que es con el que también tuvo que lidiar la candidatura de la coalición Por Andalucía. Desastroso fue ya que esta candidatura fraguara in extremis, habiendo tenido tiempo más que de sobra para haber hecho un trabajo previo, no solo sobre candidatas y candidatos de las diversas formaciones políticas que al final se sumaron, sino sobre un programa común del cual nadie ha tenido noticia. Bien podían haber hecho caso al tan mentado Anguita con aquello de “programa, programa, programa”. Pero si al llegar apurados al registro mismo de la coalición, se añade el llegar tarde por parte de Podemos –dejaron en el aire la sospecha que fue más por causalidad que por casualidad- al trámite ante la Junta Electoral, la culpabilidad se incrementa en cuanto a cómo tan lamentable proceso repercutió en la desconfianza de los potenciales votantes. Hablar sin más de desmovilización de la ciudadanía de izquierdas es una verdad a medias si no se reconoce la raíz de la misma y la responsabilidad al respecto, máxime cuando el fracaso en cuanto al número de escaños conseguidos –solo cinco- redunda negativamente en la operación de Yolanda Díaz de cara a las generales. Lo que, para colmo, no es de recibo es que desde Por Andalucía se eche toda la culpa de la caída de apoyo electoral sobre la decisión de Adelante Andalucía de presentarse en solitario a los comicios. La decisión puede discutirse, pero no hay que olvidar que hasta se quiso excluir a su candidata Teresa Rodríguez de los debates electorales en medios públicos. Ésta, que por su parte hizo una buena campaña recompensada con sendos escaños por Cádiz y Sevilla, siempre tuvo razón en un punto: la falta de autonomía de los partidos de la coalición de izquierdas en Por Andalucía debido al centralismo madrileño en cuanto a las decisiones de sus respectivas organizaciones. Con buena memoria es fácil recordar las divergencias entre Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez sobre ese punto. 

Es ante el panorama resultante tras las elecciones andaluzas que suele indicarse por toda clase de comentaristas que se puede estar ante un cambio de ciclo electoral, entrando en fase de ascenso de la derecha y declive de la izquierda. Innegable es que la victoria apabullante del PP entra en lo que se recogerá como hecho histórico en la comunidad andaluza. Más al fondo de los cambios epifenoménicos que puedan darse en futuras convocatorias a las urnas, sí cabe decir, con un PP asentándose en el poder autonómico y activando su sintonía con un electorado que se va situando en la pretendida seguridad de posiciones conservadoras, que estamos ante un cambio de hegemonía, que de estar detentada por la izquierda durante décadas pasa a ser ejercida por la derecha, sobre la base de una continuidad en cuanto al sostén del régimen del cual se presentan como mantenedores los partidos mayoritarios de Andalucía, los del bipartidismo que de nuevo asoma cuando los partidos de lo que se entendió como nueva política hacen mutis por el foro. Aparte de sus cuidados modos y de sus alardes en cuanto a pretensión de transversalidad –incluso apuntándose mérito de aglutinar al pueblo andaluz-, es exitosa tarea de Moreno Bonilla haber garantizado la continuidad del régimen incluso dando pie al apuntado cambio de hegemonía, de forma que, como se dice, se la ha perdido el miedo a la derecha en una comunidad que votaba mayoritariamente a la izquierda. 

La conclusión es que en Andalucía la derecha ha ganado espectacularmente en espacio político. Mientras tanto, el problema de fondo de la izquierda es que ha perdido tiempo, y no solo tiempo en su culpable lentitud a la hora de afrontar la convocatoria electoral que se veía venir. Las izquierdas, en sus tres bandas, han perdido la capacidad de situarse como debieran en el tiempo histórico en el que estamos, dejando escapar ese “tiempo ahora” que el filósofo Walter Benjamin cifraba como momento abierto a la respuesta ante lo que acontece. Por ello y recogiendo lo que decía hace décadas el analista alemán Reinhart Koselleck, la potencia de la izquierda en cuanto a abrir para la acción política un “horizonte de expectativas” es lo que ahora se echa en falta. De ahí la carencia en cuanto a un proyecto renovado, a un discurso en el que se enmarque la misma gestión política ofreciendo un hilo conductor de hacia dónde se quiere ir. 

Es el déficit señalado lo que explica la falta de movilización habiendo incluso logros de los que enorgullecerse, desde la reforma laboral hasta el salario mínimo o el ingreso vital. Si falta un hilo conductor, hasta los logros positivos se quedan en el bagaje disperso que arrollan tiempos difíciles de crisis, de inflación, de consecuencias de la guerra en Ucrania, de decisiones sin razones suficientes que las expliquen… Y sin un plan claro para problemas tan graves como qué hacer con nuestro Estado y su pluralidad nacional, algo para lo que no tiene respuesta el españolismo regionalista en que consiste, en el mejor de los casos, el autonomismo del PP. Los partidos que se presentan sin otra etiqueta que la de “progresistas” se quedan así en el vacío cuando en tiempos inciertos se derrumba la fe en un progreso que estaba mitificado. Aparece entonces una profunda melancolía, pero se quedará en sentimiento refugiado en la impotencia si no es capaz la izquierda de transmutarlo en potencial de transformación emancipadora mirando de frente las causas de las derrotas.