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Banalizar el mal

El vicepresidente primero y conseller de Cultura de la Generalitat valenciana, Vicente Barrera.

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Sucedió todo el mismo día. En la radio, Nieves Concostrina subrayaba un episodio demasiado desconocido de la Historia: que Hitler no arrasó en las elecciones que pusieron fin a la República de Weimar en 1932. Para poder gobernar, la derecha alemana se alió con la ultraderecha creyendo que la podría controlar. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. La derecha pactó con la ultraderecha sin medir el peligro que suponía para la democracia. El resto de la Historia es de sobra conocido.

Eso fue por la tarde. Por la mañana, en Les Corts Valencianes, la ultraderecha evidenció los peligros que entraña banalizar el mal. El vicepresidente del Consell anunció que la Generalitat elimina todo apoyo económico a un largo listado de entidades ligadas a figuras insignes de la cultura valenciana como Vicent Andrés Estellés, Joan Fuster, Carles Salvador o la red de institutos comarcales. Cátedras, museos, centros de investigación y de divulgación. Da igual. La Generalitat no va a apoyar a “ningún organismo, autor o entidad” que se salga de su perímetro ideológico. Tampoco a autores; es decir, personas. Un menoscabo a la libertad de expresión y de creación artística para muchos ciudadanos. “Yo defiendo mi trinchera”, dijo el número dos de la Generalitat. “Y presumo de ello”, remachó. 

Ya por la noche, las casas del pueblo socialistas estaban rodeadas. Una masa virulenta gritaba, insultaba y amenazaba con quemar la sede de un partido político con 144 años de historia. Quemarla: literalmente. No sabemos si estaban dispuestos a quemarla con gente dentro o no: eso no lo especificaron. Pero sí sabemos que son los mismos que pusieron bombas a Joan Fuster y a Manuel Sanchis Guarner. Que son los mismos que la noche siguiente vi encapuchados, y desfilando como escuadristas fascistas, por la Gran Vía de Madrid. En 2023.

En solo cuatro meses, la regresión de libertades es alarmante en la Comunitat Valenciana. Prohibieron banderas de inclusión. Censuraron revistas y libros en las bibliotecas. Retiraron nombres a auditorios. Anularon conferencias a autores non gratos. Ahora ya, sin complejos –es más: presumiendo de ello– proclaman que con el dinero de todos solo se apoyará a quienes piensen como ellos. Hasta se permiten decir una sandez tan insultante como que Acció Cultural organice una novillada para poder recibir apoyo público. La pregunta es: ¿Dónde piensan llegar?

Una sociedad madura no puede naturalizar la hegemonía anticultural de la extrema derecha. Un partido de gobierno no puede permitir este sectarismo institucionalizado y este intolerable camorrismo callejero. Porque no se trata de un asunto de Vox; en esa trampa no caeremos. Es la Generalitat Valenciana. Y tiene un responsable: su president. Es amoral decir –más bien: copiar– que hay cinco millones de maneras de sentirse valenciano y, después, perseguir, censurar y castigar desde la institución a quien no se amolde a su estrecha mirada. La palabra palidece frente al hecho. El discurso queda en papel mojado. Un blablablá sin crédito que, por dignidad, no debería pronunciar de nuevo. Porque no buscan la unidad. Ni la diversidad. Buscan someter. Dividir entre valencianos buenos contra malos. Anhelan el vasallaje. Lo contrario a la cultura. La antítesis al espíritu democrático. Ya lo advirtió Joan Fuster: “El fanático es un convencido: un individuo que está convencido del todo”. Que tiene alergia a la base de la duda: el pensamiento.

Al escuchar a Nieves Concostrina hablar del final del III Reich, recordé aquella visita al campo de concentración de Mauthausen-Güsen. En los campos nazis perdieron la vida más de seiscientos valencianos. Uno de ellos fue Manuel Ferrer Gasulla, hermano de mi abuelo, siempre presente en mí. La escritora Hannah Arendt apeló a no banalizar el mal. Advirtió del peligro de que ciertos individuos actúen dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. En los campos nazis, esgrimirían más tarde algunos, solo cumplían órdenes. En el pacto valenciano de la servilleta entre PP y Vox se sentaron las bases de lo que ahora estamos viendo. Era esto el nacionalpopulismo: lo peor del siglo XX, el nacionalismo excluyente, y lo peor del siglo XXI, el viejo populismo remasterizado. Precisamente esto. No hay decisiones inocuas. Y tan responsable es el autor como su cómplice.

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