Bandera negra por los inocentes en Lampedusa
“Ignacio, por lo que más quieras, ábreme, no dejes que me maten”, era el espejismo acústico que perseguía a Abel Ignacio, el personaje del libro de Muñoz Molina La noche de los tiempos, respecto a una voz que una noche de julio de 1936 decía su nombre al otro lado de la puerta cerrada.
En la travesía en la que me encuentro por el Mediterráneo central rumbo a las costas de Libia, a bordo del barco “Astral” de la ONG “Pro Activa Open Arms”, también como Abel Ignacio, creo oír gritos y suplicas de auxilio que, poco a poco, se debilitan y diluyen en el mar. Nada extraño en este increíble paisaje que cobija catástrofes todavía más increíbles; muchas ignoradas, otras no atendidas a tiempo y otras evitadas.
La primera que se recuerda es la tragedia de Lampedusa, ocurrida hace hoy cinco años; el naufragio a solo media milla de Lampedusa de una barcaza abarrotada con al menos 518 migrantes a bordo procedentes de Somalia y Eritrea.
El caso es que los tripulantes, para pedir auxilio, en su desesperación, encendieron una camiseta con gasolina pero no pudieron controlar el fuego voraz. Entonces, cundió el pánico y la muerte salió al encuentro de 366 personas.
Hoy, todos los que navegamos en el Astral, al pasar por Lampedusa, hemos rendido honores a esos santos inocentes izando bien alto nuestras velas, hemos colocado la bandera negra del luto y llorado de dolor e indignación por ellos, por sus familias y por todos los que sucumben en este mar carnívoro huyendo de la maldad humana.