Finalmente, Izquierda Unida decidió, por una aplastante mayoría de un 85%, expulsar al Partido Feminista de sus filas, decisión que ha conseguido desatar una guerra en Twitter, red por todas conocida como la más pacífica de las redes sociales.
Quienes defienden la decisión han estallado en júbilo, mientras que quienes la rechazan acusan a IU de machista. La siempre confiable acusación de machismo, tan útil para atacar a cualquiera que señale las deficiencias y errores de las organizaciones feministas.
No lo negaré, yo fui de las que se emocionaron por la decisión. Decir que la defensa de una ley trans es una estrategia del lobby gay para legalizar los vientres de alquiler, explotar sexualmente a mujeres, operar quirúrgicamente a niñes de 8 años, destruir el feminismo y algunos delirios más, tiene sus consecuencias. Entre ellas, un repunte de los discursos de odio contra las realidades trans, especialmente en redes sociales, que han recrudecido el debate público dejando, nuevamente, a las más precarias de entre las precarias en una posición aún peor. Con esta decisión, IU demostró que los actos tienen consecuencias y que la transfobia no sale gratis.
Para tratar de enmascarar lo que no es sino transfobia pura y dura, las terfs han focalizado el objetivo de sus críticas en la teoría queer, nuevo chivo expiatorio, origen de todos los males del mundo, pero incurren en tres falacias. La primera es que parece obvio que no han leído ni un libro de teoría queer en su vida. Se hacen unas afirmaciones sobre lo que dice la teoría queer francamente delirantes. No, la teoría queer no dice que ya no existen hombres y mujeres y que podemos cambiar nuestro género cuando nos apetezca, eso es, o mentira, o una profunda ignorancia.
La teoría queer, simplemente, ofrece una explicación sobre cómo se construyen las subjetividades individuales, a través de la microfísica del poder y la capacidad performativa de los actos comunicativos. Este análisis es, por cierto, muy necesario, dado que cierto feminismo radical decidió que la raíz de la opresión estaba en el patriarcado y que no hacía falta indagar más, que no hacía falta preguntarse cómo se conformaban esas identidades que el patriarcado jerarquizaba. (Parece que a muchas les duele que la raíz estuviese más profunda de lo que pensó el feminismo radical).
La teoría queer es solo una teoría sobre por qué la realidad es la que es, no es una descripción de una realidad inexistente, como lo quieren pintar ciertos sectores conservadores (a izquierda y derecha). La realidad es que las personas trans existimos mucho antes de que se teorizara sobre nosotras.
De hecho, existimos desde siempre, como se puede ver en los restos tan desconcertantes para los arqueólogos de “huesos de hombre enterrados con joyas femeninas”, o como se puede ver en los sistemas sexo-género no binarios de sociedades tan distintas como los bugis de Sulawesi, Indonesia (que tienen 5 géneros) los Ciucki siberianos (que admiten 7) los dos-espíritus de muchas tribus nativo americanas, etc.
De hecho, lo que parece es que la clasificación de los seres humanos en hombres y mujeres, de forma exclusiva y con base inapelable en la genitalidad (una genitalidad que, por cierto, las personas intersex demuestran que tampoco es cierto que sea binaria) es un constructo occidental y colonial.
Incluso en las sociedades occidentales, tenemos conocimiento de la existencia de personas trans desde siempre. Susan Stryker, en su libro 'Historia de lo trans', recoge un estremecedor relato sobre una chica trans nacida en el Imperio Austrohúngaro en 1862. La obra relata el calvario que la protagonista pasa durante toda su vida por no poder vivir su identidad: abandona a su familia, tiene que ir escapando de país en país, un hombre intenta violarla y descubre que es trans, etc. Como vemos, todo muy posmoderno. Estábamos poniendo excusas para legalizar los vientres de alquiler desde 1862…
La segunda falacia es que toda la actuación del activismo trans está basada en la teoría queer, que es seguida por una parte del activismo trans, pero ni de lejos por la mayoría. Nuestras reivindicaciones están basadas en nuestra realidad, la que vivimos día a día, y en las necesidades detectadas. No, la reivindicación de que mi identidad, lo que yo sé que soy, solo puedo decirlo yo, y no ningún médico, no es ningún delirio posmoderno, es respeto básico a la dignidad humana y al libre desarrollo de la personalidad con plena seguridad jurídica.
Y la tercera falacia es que queramos acabar con el feminismo, cuando las mujeres trans son, probablemente, las que más necesitan el feminismo. Pero no ese feminismo blanco, cisheterosexual y burgués que caracteriza a muchas. Las mujeres trans necesitan del feminismo de verdad, el interseccional, el que tiene en cuenta todos los factores de opresión y lucha para que las vidas más precarias sean dignas de ser vividas. A las mujeres trans, sobre todo a las más mayores, les va la vida en que el transfeminismo triunfe.
Para finalizar, hay una cosa que quiero dejar muy clara y es que las personas trans somos seres humanos. Esto es necesario recordarlo porque entre ciertos sectores de la extrema derecha y del feminismo radical está de moda reducir nuestras realidades o bien a nuestra genitalidad, o bien a la teoría queer y, por lo tanto, apoyar a las personas trans sería, o bien ir contra la ciencia, o bien defender una ideología posmoderna determinada. Sin embargo, reducir a una persona, sea trans o no, a sus genitales, es cosificar una realidad inmensamente compleja que nunca puede ver reducido el todo a una de sus partes. Y reducirnos a una teoría, la teoría queer, en este caso, es deshumanizarnos de forma brutal. No, señoros y señoronas, no soy una teoría, soy una persona con una experiencia diferente a la de ustedes y que no solo no son capaces de comprender, sino que se han cerrado en banda a intentarlo.
Que desprecien la experiencia vital, la identidad y la propia subjetividad, el núcleo irreductible de la dignidad vital de tanta gente como “la última ideología de moda” es tan deshumanizador que se vuelve intolerable. Y como es intolerable, espero que no solo IU, sino ningún partido político permita que este discurso de odio crezca en sus filas. Nos va, literalmente, la vida en ello.