Cuando no eres bienvenido a Estados Unidos de un día para otro
Prohibir la entrada en EEUU a ciudadanos de siete países de mayoría musulmana es un disparate y una temeridad. La patria de Donald Trump es una tierra que fue construida por emigrantes. El presidente norteamericano debería examinar a su propia familia para darse cuenta de cuántas personas hay entre ella de origen extranjero.
La decisión del presidente norteamericano es miope desde el punto de vista político y estratégico. Es un mal comienzo de una nueva administración, porque seguramente será el principio de grandes tensiones en muchos lugares del mundo. Los ciudadanos norteamericanos de origen árabe o musulmán serán sus primeras víctimas. Sentirán la marginación y el rechazo de algunos de sus conciudadanos.
La enérgica reacción del mundo contra la medida de Trump y la inquietud de muchos sectores políticos y sociales es lógica porque esta decisión representa un castigo común y generalizado, basado en una fe determinada (el islam) con la excusa de garantizar la seguridad. Trump sabe bien que los ciudadanos de estos países son los que más han sufrido y siguen sufriendo la brutalidad del Estado Islámico y de las diferentes milicias tanto suníes como chiíes.
Aún hay mucha confusión sobre quiénes son los afectados por la medida, por ejemplo en cuanto a las personas con doble nacionalidad o con permiso de residencia en Estados Unidos y nacidos en alguno de los países en cuestión. Es mi caso: soy español nacido en Irak y en el pasado he podido viajar a Estados Unidos, entre otros motivos, con relación a mi trabajo como profesor universitario.
En una estancia académica en 2014 en la Universidad de Cornell (Ithaca – NY) que duró varios meses, observé cuán afables eran los ciudadanos de este país: acostumbran a saludar a las personas cuando se cruzan con ellas sin conocerlas o al menos les sonríen y hacen un gesto amable con la cabeza. Todo el mundo saluda al conductor del autobús al subir y al bajar. Yo no dejaba de preguntarme: si este es el carácter del pueblo norteamericano, entonces ¿de qué tinieblas surgen estos energúmenos políticos?
Porque Trump no es el primero. Sin dudarlo, podemos calificar la política exterior norteamericana de las últimas décadas de insensata e irracional particularmente en Oriente Medio. Para no ir demasiado lejos, comenzamos con el gobierno de Reagan por su implicación directa en la guerra irano iraquí durante los años ochenta. Una guerra que dividió al mundo musulmán y provocó más de un millón de muertos y la destrucción de la infraestructura y la economía de los dos países.
Le sucedió George Bush que lideró la Coalición Internacional para expulsar al ejército iraquí del territorio de Kuwait. Dividió al mundo árabe y sus tropas cometieron crímenes horrendos liquidando a decenas de miles de soldados iraquíes en retirada enarbolando banderas blancas en su huida por la “carretera de la muerte” que une Kuwait con Basora.
Le siguió Bill Clinton que continuó la política de su anterior bombardeando el norte del paralelo 36 y el sur del 32 del maltratado Irak y fomentó el sectarismo étnico y religioso entre la oposición iraquí. Financió a esta oposición en 1998 con la condición de que se organizara en virtud de su pertenencia confesional y étnica.
A continuación, vino George Walker Bush que atacó Afganistán, invadió Irak, desestabilizó la región y utilizó la excusa de la “guerra contra el terrorismo” para recortar libertades y derechos, estableció la tortura como sistema para conseguir confesiones de los detenidos y creó la cárcel de Guantánamo.
Después Obama, pese a su moderación cometió importantes errores. Dio alas a los islamistas que están causando estragos en buena parte del mundo musulmán; cedió ante Irán, cuyas milicias están actuando en los países vecinos a las órdenes de los ayatollah y siguió apoyando a Israel en su impune política contra los palestinos.
Y, por último, ha llegado Trump que durante estas dos semanas que lleva en el poder ha provocado la ira de buena parte del mundo por sus inadmisibles decisiones.
Trump cierra las puertas a los nacionales de siete países de mayoría musulmana y la elección de los afectados ha sido selectiva. Nos preguntamos: ¿por qué no está entre ellos Arabia Saudí y otros países del Golfo? ¿Sería quizá porque Trump y su administración están pendientes de acuerdos económicos, concretamente negocios de armas que alcanzan decenas de miles de millones de dólares? Todos sabemos que estos últimos precisamente son los que más han fomentado el radicalismo islámico. Además, el presidente norteamericano se olvida de que su país con su errónea política en la región ha participado activamente en el surgimiento de todo tipo de grupos terroristas y violentos.
El resultado: veremos cómo las puertas de EEUU estarán selladas para muchas personas que son víctimas de su incoherente política en Oriente Medio. En cambio, se abrirán de par en par ante un indeseable personaje como Benjamín Netanyahu, que sigue construyendo muros y nuevos asentamientos en el territorio palestino, confiscando tierras e incumpliendo las resoluciones de la ONU. Así sigue escribiendo Estados Unidos su relación con la región. Veremos qué consecuencias acarrea.