El bolo de la Bardem

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La actriz Pilar Bardem ha muerto. Lo oigo por la televisión desde la cocina, salgo corriendo, y digo: “No”. Y me quedo absorto mirando la pantalla, viendo las imágenes sin sentido, pero en mi cerebro empieza a cocerse algo que no tiene que ver con lo que veo. Es el Dorín, una cafetería que estaba entre el Teatro Español y la Comedia, donde nos reuníamos los actores durante la huelga. Aquel día, mi amiga Pilar y yo habíamos quedado. Llega con la portada del diario Pueblo y me la planta en la cara: “Lee. El Consejo de Ministros acepta el reto de los actores. Toma reto, majo.” Nos quedamos mirando, se sienta en silencio, sujeta mi brazo, siento una vibra nerviosa y desconocida, y aparece la inevitable furtiva lacrima. Nunca supimos si era de alegría victoriosa, o del cague que teníamos encima.

“A ver. No se trata de un sueldo más, se trata de un día de descanso. Cojones”, tronó la voz de la Bardem entre la aprobación de las compañeras y compañeros en aquel bar de copas de un actor en la calle Hileras. Aquello se nos quedó chico y nos mudamos a Don Hilarión, un café-teatro donde celebramos varias asambleas. En tanto, hacíamos manifestaciones durante el día, y la gente nos veía con simpatía, y con preocupación los jefes del Vertical, temiendo que algún día la armáramos. Así conseguimos abrir las puertas del sindicato. Allí nombramos la mítica Comisión de los Once, que negoció con los empresarios, hasta conseguir un día de descanso. “Somos la única profesión en el mundo mundial que cuando logramos trabajar, no descansamos. Hay que joderse”, decía la Bardem. Este primer éxito dio lugar a que un grupo de gente de la profesión empezáramos a elaborar un documento donde se recogían las carencias del sector, tales como sueldos dignos, pagos de ensayos, de pruebas de vestuario, actividades culturales, etc. Le arrancamos al sindicato unas elecciones libres, que ganamos por goleada a la candidatura oficialista. Ese fue el germen de la lucha que dio lugar a la ya mítica huelga de actores de febrero de 1975. No se consiguieron todas las reivindicaciones laborales, pero ganamos en conciencia política. La profesión fue madurando, dando pasos cívicos en manifestaciones de todo tipo, hasta llegar a tomar la tribuna de invitados del Congreso interrumpiendo la sesión de control sobre Iraq a Aznar, al grito de “no a la guerra”. Y allí, entre otros compañeros y compañeras, estaba Pilar.

Eran tiempos en que la lucha por las libertades y por la democracia originaban manifestaciones de todo tipo reclamando la amnistía y la libertad de compañeros abogados y de otros sectores, como por ejemplo, los del Proceso 1001 contra los sindicalistas de Comisiones Obreras. Un día en uno de esos líos le pregunté a Pilar cómo lograba compaginar la lucha con su trabajo profesional, y con el cuidado y la educación de sus tres hijos, con la tensión y angustia que originaba el día a día de la lucha. “Porque es lo único que amo. Lo único que tengo.” Ya en la Democracia creó, junto a otros compañeros, una sociedad de gestión de los derechos de imagen del actor, poniendo el acento en la creación de un fondo social como ayuda a los compañeros más necesitados “por estricto orden de sus necesidades”, decía Pilar, parafraseando a los autores de teatro que cuando escribían el texto o lo editaban señalaban “por orden de aparición en escena”. Siempre que había alguien necesitado, incluso a nivel personal, allí aparecía ella, en primera línea, ya sin el nimbado con que se soñaba de pequeñita en sus labores de misionera, allá en un país remoto, cuidando a enfermos, a niños, a mujeres violadas. “Misionera, sí. Pero laica. ¿O qué leches te crees tú?”, puntualizaba siempre.

Era una de nuestras grandes, una actriz con un inmenso conocimiento del oficio que le permitía construir personajes desde dentro hacia fuera, haciéndolos de verdad –esa verdad cinematográfica–, con una inteligencia profunda, sensible, imaginativa, capaz de transmitir la emoción: no sólo emocionarse, sino trascenderla, inundando esa riquísima gama de personajes que ha recorrido a lo largo de su carrera. Habéis notado que en esta semblanza a Pilar no hay más nombre propio que el suyo. Sólo Pilar, y la Profesión.

Gracias, Pilar, por existir, por tu legado profesional y por tu lucha. Gracias por hacerme revivir, a pesar de tu muerte, tanta vida contigo peleando y soñando por un mundo más justo. Gracias por dejarme disfrutar esta tourné contigo, y, finalmente, una vez más, infinitas gracias por dejarme estar en la bajada de telón de tu último bolo.