Cambio climático y género
El pasado 28 de febrero el Grupo de Trabajo II del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por su siglas en inglés) publicó el sexto informe de Evaluación de Cambio Cambio climático bajo el título: Cambio climático 2022: Impactos, adaptación y vulnerabilidad. El informe debería haber sido el titular de cabecera de cualquier informativo, pero pasó sin demasiada atención por parte de muchos medios, entre otros motivos, por el convulso momento bélico que vive Europa. El informe bien podría servir de inspiración para un guión de cine de terror sobre el apocalipsis humano, pues su máxima conclusión es que si el calentamiento global continúa como hasta ahora, la adaptación no será posible. Es decir, que como especie no podremos adaptarnos.
Los efectos del cambio climático a nivel físico pueden traducirse, de forma simplificada, en un aumento de los fenómenos meteorológicos adversos, pérdida de glaciares con el consecuente aumento del nivel del mar, incendios de magnitud insospechada, muertes de coral hecatómbicas, múltiples extinciones de especies, reducción de tierra fértil… Pero, ¿qué efectos tendrá sobre la humanidad? ¿Afecta o afectará a todas las personas del mismo modo? La respuesta viene a nuestra mente, aunque sea de forma intuitiva, mientras se lee la pregunta.
En la segunda sesión de la Asamblea Ciudadana para el Clima, en la que colaboro junto a otras 15 personas expertas independientes, expliqué precisamente esas consecuencias desiguales. La Asamblea es un proceso deliberativo en el que 100 personas elegidas al azar debaten y consensuan recomendaciones para hacer frente a la emergencia climática.
El cambio climático afecta más donde la sociedad es más vulnerable. Afecta, en primer lugar, a la población de los países en vías de desarrollo, donde hay menos estructura social, pero también afecta de forma distinta en función de la localización geográfica. Casi el 40% de la población humana vive en zonas costeras que pueden acabar inundadas, por lo que deben reubicarse, deben moverse, deben migrar. Igual que deben hacerlo todas aquellas personas que vivan en zonas donde las temperaturas ya no permitan los cultivos, donde haya sequías constantes o donde las condiciones de vida sean imposibles. El aumento de la temperatura al ritmo actual amenaza la producción de alimentos, el suministro de agua y la salud humana. Y en esta vorágine de consecuencias a la humanidad vemos también esa afectación desigual: en función de la raza, de la edad y del género.
Cuanto más nos alejamos del prototipo de hombre blanco occidental, más riesgo existe de sufrir las consecuencias del cambio climático. Los ancianos son un grupo de riesgo por su vulnerabilidad, igual que la infancia, pero sobre todo destacan las mujeres. Si combinamos los factores infancia y mujer el riesgo crece exponencialmente, pues son particularmente las niñas el sector de población más afectado.
Las mujeres de los países en desarrollo son las encargadas del abastecimiento de agua; para ello deben recorrer distancias que cada vez son más largas y durante el camino quedan expuestas a todo tipo de peligros. También recorren distancias para conseguir leña o alimentos para alimentar a sus familias, pero el aumento de las temperaturas hace que cada vez sea más complicado el abastecimiento. La persistencia de normas sociales y culturales discriminatorias las convierten en diana de abusos de todo tipo.
Como señala la ONU, el 80% de los desplazados por desastres relacionados con el clima son mujeres. Las sequías en Somalia han provocado desplazamientos poblacionales y las mujeres han quedado expuestas a la explotación sexual. Según el PNUD, durante los periodos de sequías en Uganda aumentaron las tasas de violencia doméstica y abuso sexual. Tras las inundaciones de Pakistán o los ciclones de Bangladesh los hechos se repitieron. La lucha por la supervivencia obliga a muchas mujeres a usar su cuerpo como valor transaccional cuando nada les queda, lo que además supone un riesgo para su salud. Mujeres de Tanzania tuvieron que recurrir a las relaciones sexuales transacionales tras las malas cosechas por las sequías, dando lugar a un elevado número de infecciones por VIH/sida. Muchas familias optan por casar a sus hijas de forma precoz para que haya una boca menos en el hogar, y así se multiplican los matrimonios pactados o la venta de “novias” en países como Malawi, Mozambique o Indonesia.
La salud de las mujeres también se expone con la falta de agua, que conlleva dificultades en la higiene. Estas dificultades aumentan en los partos y se traducen en infecciones o por vectores como el virus del Zika, que en embarazadas pueden causar defectos como la microcefalia. La mortalidad femenina e infantil también aumenta con el cambio climático. Según la UNFPA, tras el paso de la tormenta Anna en Mozambique hubo que reforzar la asistencia de servicios de salud sexual y reproductiva y de las poblaciones más vulnerables, en este caso, las mujeres en edad reproductiva, de 15 a 49 años.
La lucha contra el cambio climático no es solo por evitar la pérdida de biodiversidad, trágica y con consecuencias directas en los ecosistemas. Es también una lucha que pocas veces se traduce en las consecuencias sobre las personas, consecuencias que están atravesadas por la desigualdad. Lamentablemente el cambio climático es también una cuestión de género.
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