Recibe en casa las revistas de eldiario.es
Este artículo fue publicado en 'La revolución de la marihuana', número 23 de la revista de eldiario.es. Hazte socia antes del 28 de julio con nuestro pack verano y te la mandamos a casa.
Han transcurrido más de cuarenta años desde que los Países Bajos regularon el uso recreativo del cannabis, proceso al que más recientemente se han sumado Uruguay, Canadá y una decena de estados de EEUU. Por otro lado, hace unos veinte años se implementaron en California y otros estados de EEUU, así como en Canadá, los primeros programas de dispensación de cannabis medicinal en el mundo, a los cuales han seguido muchos otros (por ejemplo, en los Países Bajos, Israel, Uruguay, Alemania, Italia y Colombia, además de otra veintena de estados de EEUU). Durante estos últimos años se han ido produciendo en diversos puntos del planeta más avances en la aprobación del uso terapéutico del cannabis y también, aunque tímidamente, en la despenalización de su uso recreativo. Todo ello vuelve a traer a la opinión pública de nuestro país la ya sempiterna pregunta de: “¿Para cuándo la regulación del cannabis en España?”.
El cannabis se ha empleado medicinal, ritual y recreativamente desde hace al menos cinco milenios. Sin embargo, los aspectos precisos de cómo actúan en nuestro organismo sus componentes activos (los “cannabinoides”) no se dilucidaron hasta los años 90 del siglo pasado. Desde entonces, y a pesar de las engorrosas restricciones legales para obtener, manipular, prescribir y dispensar derivados del cannabis, la investigación científico-clínica sobre los cannabinoides ha experimentado un auge espectacular, gracias al cual hoy en día conocemos bastante fidedignamente cómo actúan estos compuestos en el organismo y cuáles son sus principales aplicaciones terapéuticas y efectos adversos. En lo que se refiere a sus acciones medicinales, y según prestigiosos informes recientes (por ejemplo, el de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU o el de Health Canada), existe evidencia científica de que el cannabis, a través de su cannabinoide más paradigmático, el Δ9-tetrahidrocannabinol (THC), es efectivo para el tratamiento de síntomas asociados a diversas enfermedades muy debilitantes, especialmente dolor crónico de distintas etiologías, náuseas y vómitos en pacientes de cáncer tratados con quimioterapia, espasticidad en pacientes de esclerosis múltiple y trastornos del sueño en pacientes de ciertas enfermedades. A estas aplicaciones terapéuticas, digamos “clásicas”, se suman otras estudiadas más recientemente, entre las cuales destaca el empleo de otro cannabinoide, el cannabidiol (CBD), para atenuar las convulsiones en epilepsias infantiles, así como para disminuir el riesgo psicótico del THC y hacer por tanto más seguro el uso del cannabis. Estos efectos de los cannabinoides suelen ser, eso sí, de una potencia moderada, pero en conjunto permiten atenuar distintos síntomas simultáneamente y, por tanto, “matar varios pájaros de un tiro”. Sirva como claro ejemplo el tratamiento paliativo de los enfermos de cáncer, en los que, con los cannabinoides, se pueden combatir las náuseas y vómitos, el dolor, la pérdida de apetito, la ansiedad y el insomnio.
Aparte de los efectos terapéuticos, para cualquier medicamento en general y psicofármaco en particular debemos sopesar sus efectos perjudiciales. El perfil de seguridad del cannabis y los cannabinoides en el contexto clínico es más que razonable y los efectos secundarios como somnolencia, desorientación, confusión, cansancio, sequedad de boca y taquicardia que aparecen en algunos pacientes suelen caer dentro de los márgenes aceptados para otros medicamentos. Conviene asimismo aclarar que muchos de los efectos perjudiciales adscritos en algunos estudios al consumo de cannabis, sobre todo en el terreno de la salud mental (por ejemplo, alteraciones cognitivas, ansiedad, depresión, psicosis y síndrome amotivacional), se circunscriben esencialmente al abuso (no uso) de preparados fumados (no orales o vaporizados) ricos en THC (no balanceados entre THC y CBD) por adolescentes (no adultos). Con estas precisiones contextuales, y sin ninguna intención de banalizar el uso del cannabis, este se suele asociar a menores riesgos para la salud de los adultos que psicofármacos como opioides, psicoestimulantes, benzodiacepinas y barbitúricos, así como, no lo olvidemos, que nuestras dos drogas legales (alcohol y tabaco).
Desde las instancias oficiales de nuestro país no se quiere ni oír hablar del derecho al uso recreativo del cannabis y se nos dice que para qué queremos cannabis medicinal si ya tenemos Sativex. Este medicamento, que contiene THC y CBD en su composición, está aprobado en España para el tratamiento sintomático de la espasticidad asociada a la esclerosis múltiple. La cuestión, señores gobernantes, no es “Sativex o cannabis”, sino “Sativex y cannabis”, como, lógicamente, han decidido ya los países que han regulado el cannabis medicinal. Y es que el Sativex, aunque posee sin duda un interesante nicho terapéutico, no satisface las necesidades de una gran mayoría de pacientes debido tanto a su composición química (ratio THC: CBD fija; excipiente alcohólico; quimiotipo sativo, esto es, activador) como a su vía de administración (oromucosal, es decir, lenta), que se suman a su desorbitado coste económico.
Además, no debemos olvidar que la salud no se limita ni mucho menos a la mera “ausencia de enfermedad o daño”. Si me he roto un brazo, se me ha infectado el apéndice o sufro enfermedad de Parkinson, tengo un problema de salud. Elemental. Sin embargo, el concepto de “salud”, tal y como sostiene la propia OMS, va mucho más allá e implica un equilibrio complejo e integrador entre, al menos, las dos caras más arquetípicas de nuestra individualidad (el “cuerpo” y la “mente”), así como la relación con nuestros congéneres y entorno. Bajo esta visión holística de la salud, el cannabis, huelga decir que con un empleo responsable, posee numerosas acciones terapéuticas sensu lato que permiten a los usuarios disfrutar de una mejor calidad general de vida. Dejémonos de monsergas: ¿quién se atrevería a rebatir que uno es más feliz si puede, por ejemplo, disminuir el estrés, conciliar el sueño, olvidar sus problemas, reír a carcajadas, elevar su estado de ánimo, gozar del sexo o deleitarse con la música? Ciertamente existen muy diversas vías para tratar de coronar esas cimas del bienestar, pero entre ellas está procurarse de cuando en cuando una ayudita con el cannabis.
Ya somos mayorcitos: por favor, que nos respeten y nos dejen ejercer nuestros derechos. Que se aporte a la ciudadanía información, y sobre todo formación, acerca del uso, efectos y riesgos del cannabis. Y que cada mayor de edad decida libre y responsablemente cómo proceder. Desde una perspectiva individual: ¿Por qué uno puede tomarse cinco cubatas y no comerse una galleta de marihuana? Desde la acción política: ¿Nuestro Gobierno va a afrontar abiertamente el tema de una vez por todas o continuará mirando para otro lado durante varios lustros más? Desde un enfoque socioeconómico: ¿De verdad no resultaría mejor para todos comprar el cannabis al Estado en lugar de al narcotráfico? Desde una perspectiva sanitaria: ¿Por qué no podemos conocer la composición precisa del cannabis que consumimos y estar completamente seguros de que carece de contaminantes? En definitiva, los nuevos vientos que parecen soplar en el mundo, concretados en las regulaciones sobre cannabis medicinal y recreativo ya implementadas o en vías de serlo, ponen claramente de manifiesto la necesidad de que la administración española revise las obsoletas restricciones legales que todavía impiden a muchos usuarios terapéuticos y recreativos llevar a cabo una práctica que, por otro lado, cada vez es más habitual en nuestro entorno.
Este artículo fue publicado en 'La revolución de la marihuana', número 23 de la revista de eldiario.es. Hazte socia antes del 28 de julio con nuestro pack verano y te la mandamos a casa.