Resulta curioso cómo se puede hacer viral la imagen de un caballito de mar anclado a un bastoncillo, una tortuga asfixiada por una pajita, estrangulada por anillas de latas, comiendo plástico que confunde con medusas o aquella que es incapaz de nadar porque está atrapada en una maraña de plástico. Tampoco podemos ignorar a las aves marinas que no se pueden alimentar porque restos de plástico les anudan el pico, o grandes cachalotes varados en playas con cantidades ingentes de plástico en el estómago. También resulta triste oír las quejas continuas de los pescadores porque sus principales capturas han sido sustituidas por toallitas desechables y basura. Los ejemplos de cómo el plástico resulta extremadamente dañino para la fauna marina son innumerables, y es cierto que el mensaje cala en la población mientras la agenda política, de momento, no aporta soluciones.
Los mares de todo el mundo se han convertido en grandes vertederos que, cubiertos por un manto de agua salada, están fuera de la vista de todos, y claro “ojos que no ven, corazón que no siente” y, en consecuencia, políticos impasibles.
Estos días se debate en el Congreso y el Senado la renovación de Ley de Residuos, una herramienta clave para trasladar a la normativa española la Directiva Europea sobre plásticos de un solo uso, cuya principal motivación fue precisamente el problema de la basura dispersa en el medio marino, cuestión que expertos y legisladores han definido como un problema mundial creciente. Tanto es así, que a nivel global la reducción de la basura marina constituye una acción clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
Existen cuestiones básicas que deberían ser atajadas desde esta Ley de Residuos. Hoy, el texto que tiene el Senado en sus manos se queda corto tanto en ambición, como en aplicación de medidas contundentes. Por ejemplo, la incorporación de sistemas de devolución y retorno, medida apoyada por organizaciones medioambientales, es una cuestión que no queda cerrada y se decidirá en el futuro si tira adelante. En fin, luces, pero también muchas sombras.
Ya no valen las medias tintas, y la ley no debe quedar en una mera declaración de intenciones. “Promover”, “fomentar”, “apoyar”, “identificar” son palabras recurrentes en el texto actual, pero que convierten las medidas en herramientas realmente débiles. En su lugar, deberían ser sustituidas por acciones de calado que empoderarían el texto, siguiendo así las directrices que marca la jerarquía de residuos a nivel europeo. Es decir, primero prevención y reutilización, frente a reciclaje, valorización para otros usos, y eliminación en vertedero.
Existen medidas factibles de ser aplicadas desde la ley, que pueden ir desde incorporar restricciones a los plásticos de un solo uso en edificios de la administración pública, en hostelería y restauración, a prohibir las anillas de latas o las liberaciones masivas de globos. Se podrían incluso incorporar obligaciones al uso de envases y recipientes reutilizables o la venta a granel. Hacer que los productores de plástico respondan económicamente ante el impacto que causan sus productos en el medio ambiente, es otra manera de hacer más justo el principio “quien contamina, paga”, de este modo, se evitaría que fueran las arcas públicas municipales o los voluntarios ambientales los responsables de limpiar las playas y los fondos marinos.
En vista de la situación, ¿por qué el mensaje no llega a los políticos? ¿Por qué no se toman medidas drásticas para terminar de una vez por todas con los plásticos de un solo uso?
No quiero ver cómo las generaciones futuras perciben los mares como vertederos, no quiero ver cómo vivimos de espaldas al océano, no quiero ver más plásticos que peces en el mar. Quiero ver un mar azul, un pulmón del planeta limpio y lleno de vida. Diputadas y Diputados, Senadoras y Senadores, es la hora. Queremos soluciones ya para acabar con la acumulación de plásticos en el mar.