Estamos teniendo turnos muy duros en la urgencia de La Paz. La carga de trabajo es inmensa. Paramos lo justo para un café, beber agua y un bocado rápido. Sacamos el trabajo adelante con mucho gusto, pero no por eso dejamos de notar las carencias que sufrimos. Faltan camas en las que ingresar a los pacientes, se habilitan gimnasios y pasillos con sillones y camillas. Las camas de cuidados intensivos se llenan, se están preparando nuevos espacios para prestar estos cuidados. Con todos los médicos intensivistas trabajando a plena capacidad, las nuevas camas serán atendidas por anestesistas. A pesar de los refuerzos, faltan manos. Especialmente para las labores menos reconocidas: limpieza, celadoras, administrativos, pinches de cocina. A los invisibles apenas se les refuerza. Pero su labor no deja de ser imprescindible para el funcionamiento de un hospital: mucho retraso para subir a los pacientes a las plantas, para limpiar las salas. Fuera de la urgencia y la UVI, el material de protección escasea.
Los aplausos de nuestros vecinos nos animan. Llegan docenas de cajas de pizza de distintos establecimientos. También mascarillas y gel desinfectante donado por la comunidad china. Nos llaman héroes. Hay quien dice que no es momento para críticas.
El 15 de marzo se contaban en Madrid 3544 casos de coronavirus. En 2018, último año del que se han publicado estadísticas, el Servicio Madrileño de Salud tenía 2088 camas instaladas que no estaban funcionando. El hospital Infanta Sofía de San Sebastián, inaugurado en el año 2007, mantiene inhabilitada la torre 4, que podría contener 120 camas de hospitalización. El SUMMA 112, servicio público de urgencias extrahospitalarias, desde hace años no cuenta con médicos suficientes, por lo que algunas de sus unidades móviles no pueden funcionar, tampoco en estos días. Su centro coordinador se encuentra saturado por falta de personal. La actuación de las contratas de limpieza y demás empresas que gestionan servicios privatizados en los hospitales está siendo por lo general bochornosa. En el hospital La Paz, Ferrovial mantenía antes de la llegada del virus 50 limpiadoras de baja sin sustituir, a pesar de que el contrato lo prohíbe. Circunstancia conocida y tolerada por la Consejería de Sanidad. Tras una semana de intensas presiones y atención mediática, se ha contratado a 22 personas. Menos de la mitad de las necesarias para el funcionamiento del hospital en condiciones normales. Debido a la falta de equipos de protección y formación en su manejo, varias trabajadoras han sido puestas en cuarentena o se han contagiado. En el hospital Clínico San Carlos, la empresa vasca de limpieza Garbialdi sancionaba hace pocas semanas a cuatro personas por denunciar públicamente la escasez de material necesario para realizar su labor. Se les entregaban seis o siete mopas para todo el turno, cuando se debe cambiar de mopa cada vez que se limpia una habitación para evitar contaminaciones cruzadas. En el hospital del Henares, el personal no sanitario es gestionado por Sacyr. Dos delegados sindicales con diez días de empleo y sueldo tras pedir equipos de protección adecuados para afrontar una plaga de chinches. El personal de limpieza no ha recibido ningún refuerzo ante el virus, trabajando sin material de protección alguno y con personas de baja sin sustituir. En las residencias de ancianos de la red pública madrileña, el personal se enfrenta a casos declarados de coronavirus sin apenas material de protección. La falta de personal previa a la llegada del virus se agrava al no contratarse personal de refuerzo.
En estos días de ruido y confusión se decide cómo vamos a salir de esta crisis, que ahora es sanitaria pero en unos meses será también económica. Podemos hacerlo como en 2008: apretando el cinturón a los más humildes, mientras aumentan al mismo tiempo la pobreza y el número de millonarios. Ganancia de pescadores en río revuelto, recortes y privatizaciones. Esas decisiones dieron estos resultados: abusos laborales, pobreza, desahucios, una sanidad pública debilitada y listas de espera eternas para citas, pruebas y cirugías que ahora se alargan varias semanas más. Pacientes en los pasillos y planes para albergarlos en hoteles (ya veremos a qué precio), tras años de desmantelar camas hospitalarias. Me pregunto qué estragos estará causando el virus en aquellos países en los que la gente evita o retrasa las visitas al médico porque las facturas a menudo causan la ruina familiar.
Alternativamente, podemos salir de esta crisis repartiendo sus costes equitativamente. Al igual que otros sectores han tenido que cerrar temporalmente por el bien común, los centros sanitarios privados deben asumir los pacientes que saturan los hospitales públicos. Sin beneficios. Hay trabajadores sanitarios que hacen muchísima falta en sus hospitales. Llevan días en cuarentena esperando a que se les haga la prueba para saber si están contagiados o pueden incorporarse a sus puestos. Mientras tanto, hospitales y laboratorios clínicos privados hacen la prueba a quien esté dispuesto a pagar entre 165 y 400 euros, aunque no la necesite. No puede haber pacientes en gimnasios y pasillos, no podemos echar en falta camas de cuidados intensivos ni respiradores, ni pruebas diagnósticas, mientras haya recursos de este tipo disponibles, sea donde sea. Los profesionales de la sanidad privada, a menudo escasos y mal pagados, son tan válidos y están tan dispuestos como nosotros. Porque somos la misma gente. Muchos hemos trabajado para ambos sistemas.
La población nos demuestra su voluntad de sostener la sanidad pública trayendo comida, mascarillas, aplaudiendo. No debería ser necesario que nos donen recursos básicos, porque los ciudadanos ya sostienen la sanidad pública con sus impuestos. Los responsables políticos de todos los colores y niveles territoriales deben respetar la voluntad popular y asignar a los servicios públicos recursos suficientes en los presupuestos. La sanidad pública debe contar con suficientes recursos, camas y personal para poder minimizar las listas de espera y afrontar emergencias con todas las garantías, en lugar de contratar apresuradamente personal insuficiente y con poca experiencia, improvisar espacios en los que atender pacientes y retrasar las listas de espera hasta lo inhumano.
Debemos garantizar una sanidad pública sin privatizaciones, universal y de calidad, patrimonio de toda la sociedad y al margen de vaivenes políticos. Lo contrario supone el sufrimiento cotidiano por las listas de espera y la exclusión sanitaria, y una saturación agravada del sistema cada vez que se produzca una emergencia. A raíz de esta crisis mucha gente está entendiendo para qué sirve una sanidad cuyo objetivo no son los beneficios sino, por encima de cualquier otra consideración, la salud de la población.