Después de meses de crisis continua, el Govern de la Generalitat de Catalunya presidido por Pere Aragonès se ha roto. El detonador de la ruptura ha sido el resultado de la consulta que desde Junts se propuso para salir de la enésima crisis de gobierno que tuvo lugar durante el Debate de Política General y en la que desde las filas postconvergentes se llegó a pedir que Aragonès se sometiera a una cuestión de confianza en el Parlament. Con casi un 80% de participación, el 55% de la militancia de Junts ha escogido abandonar el Gobierno de Aragonès y que la formación de centroderecha independentista pase a la oposición. Esta consulta a la militancia deja un partido dividido en el que coexisten dos almas: la insurgente de Borràs y Puigdemont, que vive instalada en octubre de 2017, y la de Turull, Sánchez o Giró que sin renunciar al independentismo empezaba a emitir señales de recolocarse en la Catalunya postprocés y que dejaba parte de los mitos que dieron lugar a la refundación de este espacio político a un lado.
Sin embargo, el resultado de esta crisis no debería coger por sorpresa a nadie. El gobierno de Aragonès, surgido de la mayoría de los votos y escaños que el independentismo cosechó en las elecciones del 14 de febrero, ya nació herido después del tira y afloja constante con el que tuvo lugar la investidura. Desde su nacimiento hasta la ruptura, la relación entre los dos socios solo ha ido a peor y la distancia entre ellos y entre las dos corrientes mayoritarias del independentismo que representan no ha hecho más que ensancharse.
Ahora bien, más allá de la batalla política por el relato entre ERC y Junts, para entender esta crisis debemos analizar algunos factores estructurales y otros más vinculados a la coyuntura política actual. El primer factor estructural que debemos tener en cuenta es que la agenda nacional de ambas formaciones era incompatible desde que iniciaron su acuerdo de gobierno. ERC y Junts representan los dos caminos que el independentismo está tomando desde el fracaso de la apuesta de octubre de 2017 y son imposibles de mantener a la vez. Mientras que en ERC se asume la derrota de laturales vía unilateral de manera autocrítica y se busca una negociación política con el Estado que permita avanzar en el camino de la independencia, pese a que el resultado más realista sea algún tímido avance en términos de autogobierno, Junts se aferra a una retórica de confrontación, que, aunque no se materialice en ningún programa de acción política sigue insistiendo en la validez del referéndum del 1 de octubre y en el choque contra el Estado. Esta manera de entender la última etapa del proceso independentista y el escenario actual hace imposible que ambas formaciones puedan compartir una mínima agenda en el eje nacional y en la resolución política del conflicto entre el independentismo y el Estado.
El otro factor estructural es la lógica de competición política existente entre ambas formaciones. Desde el inicio del proceso independentista ambas formaciones han luchado para obtener la hegemonía del bloque independentista catalán. Una hegemonía no solo basada en liderar política y electoralmente el bloque independentista sino en fijar también su dirección estratégica. Una batalla que se inició en 2012 y que ha transcurrido por muchas fases diferentes hasta que en 2021 ERC se hizo con el liderazgo de un bloque que había pertenecido a las diferentes mutaciones de Convergència. La pérdida de la hegemonía dentro del bloque nacionalista e independentista catalán por parte de Junts ha tensionado al partido y a la militancia hasta hacer imposible la convivencia con sus socios de gobierno y esta es una de las causas que explican el deterioro del pacto y las continuas crisis que se han sucedido en el ejecutivo catalán desde su conformación.
Por último, existe un último factor estructural que explica la ruptura y que se relaciona con la mutación definitiva del espacio político convergente. Junts ya nada tiene que ver con Convergència. A pesar de que haya una continuidad en algunos cargos orgánicos y liderazgos políticos o de que haya absorbido gran parte de los votantes del antiguo espacio convergente, el resultado de la consulta y la decisión que toma Junts de salir del gobierno lo alejan de las lógicas políticas, institucionales y culturales de la antigua Convergència. La cultura política, la hegemonía ideológica y las redes sociales que caracterizaban a Convergència ya no son las mismas que Junts. El mapa y el comportamiento políticos de sus votantes ha cambiado y el espacio que pretende ocupar Junts nada tiene que ver con la capacidad aglutinadora que tenía el alma mater del nacionalismo catalán antes y durante la primera etapa del procés. Ello explica que haya pesado más la opción de romper el gobierno y volver a competir contra ERC de manera frontal que retener espacios de poder y garantizar la estabilidad institucional del país.
Si vamos a los factores más coyunturales, nos encontramos con las tendencias políticas y sociales que muestra la sociedad catalana en los últimos años. El independentismo está en su momento más bajo desde 2014. Esto quiere decir que las preferencias por un Estado independiente o el % de personas que votarían sí en un referéndum están en mínimos desde que se inició el proceso independentista hace más de una década. Además, una gran mayoría de catalanes y catalanas apuesta por una solución pactada. El momento de la confrontación pasó. Pero no solo esto. Las preocupaciones de la sociedad catalana, los principales problemas de Catalunya y las principales demandas giran todas ellas alrededor del eje socioeconómico y de la insatisfacción política. Ni rastro del conflicto territorial que es cuarta preocupación en algunas de las últimas encuestas del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat.
La ruptura, sin embargo, no es buena para ninguna de las dos formaciones políticas. Empecemos por Junts. El partido liderado por Borràs y Turull se autoexcluye de la gobernabilidad del país con lo que eso supone a nivel orgánico y de poder institucional. La pérdida es enorme. Además, corren el riesgo de quedar atrapados en una posición marginal dentro de la lógica política catalana al situarse en una esquina del tablero y no en el carril central de la sociedad catalana. Sin embargo, la apuesta de Junts no es tan suicida como parece: los postconvergentes lo hacen pensando en que más pronto que tarde llegarán unas elecciones catalanas en las que puedan volver a competir contra ERC siendo ellos el voto útil del independentismo que entiende que no hay nada que negociar y más si en el gobierno del Estado se produce un cambio de mayoría política. La estrategia de Junts es movilizar el votante independentista más irredento para superar a ERC y forzarla a un gobierno en los que ellos sean el socio débil.
ERC, por su parte, también sale perdiendo de este envite. En primer lugar, el gobierno Aragonès se debilita enormemente. ¿Qué posibilidades tiene de sobrevivir un gobierno de 33 diputados (ni el 25% de la cámara)? Aunque Aragonès y su partido hayan cerrado la puerta a cualquier mayoría de gobierno alternativa esa decisión es más un deseo que una realidad. Más allá de la retórica y del relato que desde la presidencia de la Generalitat se quiera fijar y de la inclusión de perfiles independientes cercanos a otros espacios políticos en el nuevo ejecutivo, Aragonès solo tiene dos opciones reales: 1) gobernar en solitario y deteriorar una presidencia que ya ha sufrido el impacto de un año y cuatro meses de inoperancia a la espera de convocar elecciones al Parlament; o 2) admitir la posibilidad de tejer alianzas con otros actores ya sea mediante su inclusión en el ejecutivo o con un acuerdo de legislatura. El riesgo de que la primera presidencia de ERC desde la República se salde con unas elecciones anticipadas de incierto resultado puede pesar más al president que el cambio de alianzas por el que deberá apostar.
La ruptura del Govern de la Generalitat cambia todo el escenario político en Catalunya y la lógica que ha imperado hasta la fecha. El gobierno de ERC y Junts, de la holgada mayoría independentista y del 52% de los votos, ha implosionado por su incapacidad de afrontar de manera coherente el conflicto territorial y por las disputas alrededor de quien lidera el bloque independentista. Pero esta implosión se da en un momento en que las principales demandas de la sociedad catalana se sitúan en el eje socioeconómico y dejan de lado la cuestión territorial. Todo ello parece apuntar a que Catalunya inicia una nueva etapa en que los bloques nacionales no serán determinantes a la hora de conformar pactos, acuerdos y alianzas políticas. Tardará unas semanas en ser asumido por todos los actores, pero con la ruptura del gobierno de ERC y Junts hemos iniciado el año 0 después del proceso independentista.