Catalunya vive una revolución democrática, entre el pasmo y la incomprensión de la izquierda española. Ni siquiera en la Transición se produjo un movimiento social de estas características; nada de lo vivido es comparable por su grado de participación popular, extensión geográfica y temporal y por aunar calle e instituciones. Es un fenómeno propio de una nacionalidad oprimida que lucha por sus derechos democráticos y, con mirada equidistante, desde “España” no se puede entender, como no se entiende que en Euskadi la clase obrera se agrupe mayoritariamente en sindicatos nacionalistas, o que la derecha española sea siempre minoritaria en las urnas, por ejemplo.
Pero en realidad, el fondo del sentimiento catalán, es fácil de comprender: después de 40 años de dictadura y otros 40 de centralismo “democrático”, ya no pueden esperar nada del Reino de España ni en lo democrático ni en lo social y se han fijado como objetivo de emancipación conquistar la república catalana, y podemos estar o no de acuerdo, pero se han ganado el derecho a decidir su futuro. El Estado español, heredero del franquismo, está descargando toda la artillería antidemocrática contra el pueblo catalán en nombre de la constitución.
El PP ha decidido aplastar la rebelión del pueblo catalán. Para ello necesitaba la triple alianza, lo de Cs como reedición de falange ya estaba asegurado, pero necesitaba también, era imprescindible, la sumisión del PSOE. Un partido cuyos dirigentes han hecho de la traición cíclica a sus votantes y parte de su militancia su misión histórica; en la transición con la dirección del PCE, pero después con el pacto secreto tras el golpe de estado de febrero del 81, o con ZP aceptando las ordenes de la troika. Ahora, que aparentaban recomponer el partido, han respondido sin rechistar a la llamada de sus amos, en lugar de tomar el timón desalojando al gobierno del PP.
En esas condiciones la burguesía española, con esas tres carabelas y embarcando también a la monarquía, ha decidido reconquistar el suelo patrio a cualquier precio. Han hecho cuentas y salen ganando con una apuesta: aplastar Catalunya y ganar apoyo para una deriva reaccionaria en el resto del Reino de España. Es un envite duro, con toda la carne en el asador, y algo así solo se hace cuando se considera que está en peligro el sistema y, una vez hecho, no se van a parar en detalles, recortaran la carne de la democracia hasta los mismos huesos.
La norma constitucional que hoy se aplica no es nueva, estaba ahí desde 1978. La composición del Senado, que da mayoría absoluta a la derecha, tampoco es nueva, se aceptaron sus normas incluso antes de la Constitución, en las elecciones organizadas por la dictadura en 1977. Los parlamentarios del PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, votaron a favor de todas estas normas, los parlamentarios del PCE de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, también votaron a favor de esta constitución, en ambos casos por absoluta unanimidad.
En el referéndum constitucional de diciembre de 1978, yo me encontraba entre aquellas personas de izquierdas que rechazábamos la “carta magna”. Y lo hicimos por normas como el artículo 155, la concepción del Senado en su conjunto como cámara para frenar la transformación social, la negación del derecho de autodeterminación, el borrado de la memoria histórica, el mantenimiento de la monarquía restaurada por el dictador Franco, el entramado económico corrupto de un sistema construido sobre la represión y el crimen, en definitiva por el mantenimiento intacto del aparato del Estado de una dictadura atroz.
Pero podemos ir más lejos, el tipo delictivo de sedición del Código Penal de 1995 que hoy se aplica para empezar a arrojar a las cárceles presos políticos, está incluido en el que fue llamado el “Código Penal de la democracia”, junto a otros tipos penales reaccionarios, y recibió el voto favorable, no sólo del PSOE, sino también del grupo parlamentario de Izquierda Unida, con Julio Anguita al frente. En esa época, desde la izquierda marxista, intentamos que IU no cometiese ese error, pero siempre ha sido una organización demasiado vertical, de centralismo burocrático (lo sigue siendo hoy) como para que las propuestas de las bases cambien los planes de los órganos dirigentes.
Al estallar el conflicto entre la reclamación de derechos democráticos por parte de Catalunya frente al Estado, existía una posibilidad de redención histórica de la izquierda española. Si usamos este calificativo político en un sentido muy generoso (sólo admisible por razones históricas) incluimos también al PSOE, además de al PCE (que domina todos los órganos de dirección de IU y sus cargos institucionales), y a Podemos.
En el último período el PSOE había sufrido una crisis esperanzadora, que llevó a rechazar el acercamiento al PP y, aunque ahora parezca mentira, Pedro Sánchez fue aupado para cumplir los deseos de las bases socialistas de acabar con el gobierno del PP, abriendo el camino a un entendimiento de la izquierda.
Es evidente el cambio de ciclo político que se produjo desde la ilusión a la frustración tras la incapacidad de mantener el eje de acción en las movilizaciones y no saber ponerse de acuerdo a tiempo, tanto en las candidaturas electorales, como en las alianzas de gobierno, lo que permitió que el PP volviese a la Moncloa. La resaca suele ser proporcional a la borrachera, según dicen.
La victoria de Pedro Sánchez no anunciaba un futuro, era el último reflejo de un impulso del pasado. Es todo un síntoma de la gravedad que para el régimen del 78 y el propio Estado burgués español representa este conflicto, pues el partido socialista se inmola en la pira de la defensa del orden burgués, al igual que hizo en la transición (junto al PCE). Eso refuerza al poder y ha dejado con el paso cambiado a los dirigentes de Unidos Podemos que basan todas sus perspectivas en soñar con un gobierno de coalición con el PSOE, algo imposible, salvo que renunciasen no a una parte, sino a casi todos sus principios programáticos. Sólo cabe la opción teórica de una ruptura del PSOE, pues una parte decisiva de ese partido es irrecuperable para una alternativa de izquierdas. Ya no es sólo el “susanismo”, es también el sector de Pedro Sánchez, que jamás aceptará un gobierno que incluya en su programa el derecho de autodeterminación, y sin eso no puede haber gobierno de izquierda.
El PCE e IU, llevaban un tiempo, desde el advenimiento de Garzón (una crisis en otras coordenadas pero con una similitud histórica con la del PSOE), hablando de “revolución democrática”, “recuperar las calles”, “organizar el conflicto” (sin enterarse del cambio de ciclo político primero, y sin adaptarse a ese cambio después), pero ante los primeros sones de “Els Segadors” y el anuncio de un referéndum para proclamar la República Catalana, se convirtieron en lo que PIT autodenominaría “un partido de orden”, llamando a respetar la legalidad en general, el orden constitucional en particular y poner sordina, una vez más, a la lucha de clases y las revoluciones, para sustituirlas por el pacto social (“dialogo, consenso, pacto, acuerdo”) con el gobierno del PP.
Podemos no tiene un pecado original que lavar, como partido no estaba en la Transición, si bien la mayor parte de sus cuadros provienen del PCE y beben en las mismas fuentes eurocomunistas y post marxistas. Pero al no tener el lastre de un aparato de un partido esclerotizado, podía haber tenido un gran margen de maniobra que ha desperdiciado al sucumbir a ese aire centralista tan madrileño, de pensar que es en la capital del reino donde se debe decidir lo que se haga en Catalunya.
La izquierda ha sido incapaz, hasta ahora, de ocupar los dos terrenos que le correspondían, en los que hubiese adquirido un papel determinante, en Catalunya y en el Reino de España. Al dejar ese vacío, se refuerza un proceso tan natural en política como en la naturaleza, el vacío es ocupado por otra fuerza, en la nación oprimida por el nacionalismo democrático, en la nación opresora por el nacionalismo reaccionario. La mayor responsabilidad del reforzamiento de ambos nacionalismos es, por ese orden, de los dirigentes políticos agrupados en torno a Sánchez, Iglesias y Garzón. Ahora mismo, en lugar de protagonizar la lucha y estar dispuestos a encabezarla si el gobierno de la Generalitat claudica, la izquierda, en este guarismo político, está siendo un cero a la izquierda.
Desde el punto de vista programático, y teórico, se requiere mucho espacio para contestar a todas las vaguedades, lugares comunes y generalidades que han dicho, para justificar su aversión a la lucha presente del pueblo catalán, pero llama la atención la endeblez de sus construcciones. Pretender justificar con “obrerismo internacionalista” el rechazo al derecho de autodeterminación es como rechazar la lucha por las mejoras salariales en nombre de la consigna socialista de “de cada cual según sus posibilidades y a cada cual según sus necesidades”, es decir la oferta de una abstracción impracticable frente a una opción de realidad concreta. Decir que hay burgueses en esta movilización como argumento, sería como decir que no defendemos el derecho al divorcio, ya que el matrimonio y la institución familiar, a más de ser patriarcal, reproduce las relaciones de dominio de la sociedad capitalista. El colmo de la inmersión en el nacionalismo español es decir que el pueblo catalán defiende sus derechos democráticos porque es “más rico”, con un argumento así debiéramos abandonar la lucha por cualquier mejora social o política en cualquiera de los países llamados desarrollados. En definitiva excusas de cátedra, en lugar de análisis marxista y compromiso.
Claro que la hipotética independencia no resolverá los problemas sociales del pueblo pero, dejando de lado la obviedad de que menos aún los ha resuelto la dependencia, eso se sabe perfectamente en las calles llenas de vida que bullen de aspiraciones transformadoras, no necesitan que desde Madrid se explique, lo saben. Lo que hace falta es ponerse a la faena, no dar lecciones desde la barrera, sino darle a la lucha el mayor contenido posible de clase, como han hecho los estibadores, los bomberos, la enseñanza, y ahora los trabajadores del sector de la comunicación y, en buena medida, hasta los propios mossos d`esquadra.
Lo que hizo el pueblo de Catalunya el 1 de octubre es una heroicidad, un ejemplo, algo digno de alabanza, una lección de dignidad, y la reacción de los líderes de la izquierda española descalificando ese referéndum conquistado con sangre y lágrimas una indignidad, que conduce a que desde Catalunya se ponga un cero a la izquierda.
Si entendiesen la idea de la Revolución Permanente, que fue elaborada por Marx y Engels y defendida, entre otros, por Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, comprenderían que una revolución por objetivos democráticos, si crece, se plantea objetivos de transformación social en una concatenación lógica, dialéctica, pues las libertades se persiguen para poder defender necesidades materiales, y esa es una tarea que sólo se puede completar adoptando una perspectiva de clase trabajadora, es decir un programa de transformación socialista de la sociedad que incluya el derecho de autodeterminación, pero que persiga el control público y democrático de los resortes económicos de la sociedad.
Aún estamos a tiempo de cambiar de rumbo, seamos capaces de comprender que para ser escuchados por el pueblo catalán, tenemos que estar codo a codo con su causa democrática, que para frenar a la burguesía española debemos luchar juntos que, en definitiva, su lucha es nuestra lucha, su derrota será la nuestra y si vencen será una victoria común.