No tenemos de qué preocuparnos. Lo dijo el ministro Borrell, el pasado jueves, mientras explicaba que las bombas que vendemos a Arabia Saudí son un armamento de “precisión”, guiado por láser, que no produce efectos colaterales “en el sentido de que da en el blanco que se quiere con una precisión extraordinaria”. Y lo confirmó la portavoz del Gobierno, tras el Consejo de Ministras del viernes, casi con las mismas palabras: “El Gobierno sabe que lo que está vendiendo son láser de alta precisión y, por tanto, no se van a equivocar matando a yemeníes”. Luego matizó: “no parece que vayan a utilizarse en esa dirección”. “No parece”, dijo....
Es difícil aceptar que haya bombas “inteligentes” que seleccionan a quién van a matar. Aunque lleven láser. Más difícil aún es suponer inteligencia en quienes las arrojan. Y mucho más, que sean inteligentes los que las venden, salvo que por inteligencia admitamos la capacidad del ser humano para ganar dinero a cambio de matar. De asesinar niños, por ejemplo.
El 9 de agosto pasado, un ataque de la coalición que dirige Arabia Saudí mató a 50 personas en el norte de Yemen. Según Cruz Roja, 29 eran niños menores de 15 años. Otras fuentes hablan de 40 niños muertos y 30 heridos. El autobús escolar en que viajaban recibió el impacto de un misil de características similares a los que vende el Gobierno español. No produjo muertos colaterales, es cierto: los niños eran el único objetivo del ataque y el misil dio en el blanco con precisión terrorífica.
Las imágenes de la matanza resultan insoportables. Nos acercan a la escena del crimen. Niños mutilados. Destrozados. Sin piernas. Abiertos en canal. Con la cara ensangrentada y el cuerpo atrapado entre los hierros. Llamando a gritos a sus madres. O en silencio y con la mirada vidriosa por la proximidad de la muerte. Imposible aproximarnos al corazón de las madres desgarradas por el dolor.
Borrell es un tipo listo y sabe razonar. Yo le invitaría a que se dé una vuelta por Yemen, y trate de persuadir a las madres de los niños asesinados, de que nuestras bombas “son de precisión y no producen efectos colaterales”. Puede que las convenza. O que convenza a las familias de los 97 asesinados el pasado mes de marzo en un mercado yemení, por otra bomba de precisión. O a los familiares de los 155 muertos por una bomba igual de precisa que destruyó un tanatorio en Yemen, en octubre de 2016. Le invitaría a que les explique que las bombas tenían objetivos militares y que eran de alta precisión. Quizá les alivie. Borrell razona bien.
Otro tipo listo, de cuyo nombre no quiero acordarme,trató de convencernos de que en Irak había armas de destrucción masiva. “Puede estar usted seguro y todas las personas que nos ven. Estoy diciendo la verdad”, dijo en una entrevista en el año 2003. Nos metió en una guerra en la que, según los asesores militares, se iban a utilizar armas tan precisas que podían elegir entre meterse en el lavabo de señoras o en el de caballeros. Murieron miles de iraquíes inocentes asesinados con brutal precisión y toda la región quedó desestabilizada. También murieron algunos españoles: agentes del CNI. El innombrable, dicen que anda por ahí dando lecciones de ética.
Naturalmente los tipos listos siguen vivos. Representan esa política asquerosa que maneja el cinismo como propaganda. Esa política sin escrúpulos que antepone el negocio a la vida de las personas. La política de la venta de armas que difícilmente podría realizarse sin la colaboración imprescindible de esos monarcas que habitan en la Zarzuela, cuya fraternal amistad con los príncipes saudíes facilita el intercambio comercial. Hay quien dice que alguno de ellos ha cobrado suculentas comisiones por la tarea.
En la más universal de sus obras, “Madre Coraje”, Bertolt Brecht nos hizo reflexionar sobre quiénes se benefician de las guerras y el precio que pagamos por ellas los ciudadanos. Pero, mientras hablaba del horror de las contiendas, en el trasfondo de su obra subyace un formidable alegato contra ese capitalismo salvaje que antepone el comercio a la vida. “De por siÌ es prueba de que algo está corrompido, si en algún lugar se encuentran tantas virtudes juntas”, le dice Madre Coraje al Mariscal que defiende con ardor las armas y el heroísmo de sus ejércitos.
Madre Coraje. Las mujeres estamos especialmente llamadas a defender la vida. La de nuestros hijos, desde luego, pero también la de los niños del Yemen. O de cualquier lugar del planeta. La vida de todas. Todas las vidas. Así lo han entendido las mujeres del movimiento feminista vasco, que cada mes toman el puerto de Bilbao para denunciar la salida de barcos cargados de armas hacia Arabia Saudí, ese país que financia el terrorismo internacional y está llevando a cabo un auténtico exterminio en la población yemení.
El Gobierno del señor Sánchez debería replantearse si es lícito vender armas a Arabia Saudí. No se trata solo de un dilema moral: la venta de armas a países que están en guerra vulnera las disposiciones de Naciones Unidas y el derecho internacional humanitario. Y no cabe alegar la excusa de que si no vendemos nosotros las armas, lo harán otros. Ni la de que se perderían puestos de trabajo si no se exportasen bombas. Habrá que buscar una actividad distinta para esas industrias. Porque las bombas, aunque sean de precisión como dice el señor Borrell, matan. Y demasiadas veces matan a gente inocente. Basta con dispararlas contra un autobús escolar, un colegio, un hospital, un mercado o una boda que suelen ser objetivos frecuentes en las guerras.
No debería usarse el cinismo sin escrúpulos para justificar el negocio del crimen. La política tiene que estar al servicio de la verdad y de la vida. Y quienes venden la muerte no nos representan.