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Cómo condenar al franquismo sin destruir la Cruz del Valle

Fachada principal de la basílica del Valle de Cuelgamuros. EFE/ Fernando Villar
23 de marzo de 2025 21:24 h

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El dios del Antiguo Testamento se caracteriza porque, después de la Creación, no dejó de destruir; desde los diluvios de Noé hasta los fuegos de Sodoma. Sin embargo, hubo también un culpable elegido para salvarse de entre tanta destrucción, de nombre Caín. Lejos de ser un relato que nos hable del perdón o la misericordia, Dios marcó a Caín con el estigma de la culpa y le obligó a vivir y a cargar con ella por un mundo errante. Destruir la cruz del Valle de Cuelgamuros sería como el castigo a Sodoma, pero yo propongo una penitencia como la de Caín.

Por todos es sabido que la cruz del Valle no es solo un símbolo de la cristiandad, sino de la barbarie, cuando no de ambas. Cualquier devoto de las instrucciones de Jesús se sentiría aliviado de su destrucción, pues con ésta desaparecería parte de las pruebas de aquellos crímenes que se cargaron a la cuenta de por Dios y por España. Los cristianos de buena fe en desacuerdo con las atrocidades del franquismo podrían, con la desaparición física del lugar del crimen, comenzar un proceso de olvido y tratar de lavar la sangre de sus símbolos. Por ello es tan sorprendente que sean los creyentes, aquellos que recibieron la doctrina “No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra. No los adorarás ni los servirás” (Éxodo 20, 1-6), los más fieros defensores de la cruz de hormigón y cemento. Pero claro, quizá quienes encabezan las demandas contra Quequé o Esther López Barceló por proponer la destrucción de la cruz del Valle no lo hagan por lo cristiano, sino por lo fascista. 

De entre los motivos que se suelen dar para mantener estas 200.000 toneladas de hormigón y sufrimiento, creo que no se ha valorado la conservación como condena de cadena perpetua. Es normal, porque esta práctica es más propia de franquistas que de demócratas. Y es de estos primeros de quienes aprendí ese modelo de conservación: el monumento de culpa. 

En 1936 un grupo de republicanos capitaneados por una miliciana se fotografió simulando un pelotón de fusilamiento al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles en Getafe (Madrid), el mismo que demolieron pocos días después. Aunque sigue habiendo dudas respecto a la autoría de aquel acto iconoclasta, el franquismo supo sacarle partido a aquella destrucción. Investigando en la hemeroteca di con unos titulares bastante reveladores: 'Con los restos del monumento al Sagrado Corazón de Jesús se harán relicarios'. ¡Ojo, relicarios! Fue una estrategia sublime para hacer llegar a los hogares madrileños el relato de la culpa de aquellos rojos iconoclastas. Al final, la propuesta de dinamitar la cruz no era tan innovadora en comparación con las ocurrencias del franquismo. 

No conforme, el régimen decidió conservar también buena parte del conjunto escultórico que había saltado por los aires, lo trasladó al lado opuesto del cerro, y dejó su emplazamiento original libre para la reconstrucción del monumento. Así pues, hasta la inauguración del sustituto en 1965, se celebraron semanalmente peregrinaciones para rezar y llorar a las ruinas de este como forma de desagravio. La dictadura conservó aquel cristo fusilado por los rojos para marcarlo con la culpa y, por si quedaban dudas, con un letrero que rezaba “Cabeza de la imagen del Sdo. Corazón de Jesús profanada por los rojos”. Hoy, las dos caras del Sagrado Corazón (la fusilada y la réplica) se miran desde cada extremo de aquella explanada. 

Durante la dictadura, el régimen se aseguró de recordar quién era su enemigo secuestrando su cultura material. Y si hoy la batalla cultural es contra el fascismo, conviene ganarle con sus métodos. Además, si vamos a comprar el discurso fratricida, ¿qué mejor forma de monumentalizar que siguiendo la voluntad de Dios para con Caín?

Aunque la culpa nunca desaparecerá de la memoria de las víctimas, los archivos y la literatura específica, es importante que esta sea visible en un espacio de representación amplio. La cruz del Valle de los Caídos es visible desde una distancia más que considerable, para eso se levantó. Creo que de poco sirve erigir monumentos a las víctimas y hacer desaparecer las huellas del verdugo. Reflexioné sobre ello hace unos meses trabajando con los sellos de Franco. La retirada material en los circuitos de representación de las esculturas, retratos, sellos, placas, etc. de la dictadura no ha conseguido detener sus ideas, hoy en auge, sino que además han bloqueado su condena. Pienso en la escultura ecuestre de Franco en Barcelona, vecinalmente vandalizada en 2016 e imagino lo maravillosamente democrático que sería exhibir la efigie del dictador ridiculizado, vandalizado, finalmente ajusticiado por los propios vecinos. Porque las democracias no olvidan, las democracias condenan –o deberían–. Y eso también se aplica a lo patrimonial.

Creo que Cuelgamuros merece un trato similar al de otros casos anteriores, como el del relieve fascista de Bolzano, en el que aparece representado Mussolini montado a caballo con el brazo en alto y una leyenda que dice “Credere, Obbedire, Combattere” (creer, obedecer, combatir). En 2014, tras un concurso público, se decidió intervenir el monumento con carteles LED donde expone una cita de Hannah Arendt que reza: “Nadie tiene derecho a obedecer”. 

Pero claro, a diferencia del fascista italiano, Franco murió en la cama y siguió vivo en las calles. Mientras la presidenta de la Comunidad de Madrid se niega a colocar una placa que recuerde los crímenes y torturas cometidos en la Dirección General de Seguridad, es decir, en la Puerta del Sol, hoy su sede gubernamental, propongo utilizar los 152 metros de hormigón de la cruz del Valle de los Caídos como soporte de esas placas que nunca llegaron, esos homenajes que no se convocaron y esa justicia que nunca llegó (ni llegará). 

Mientras que el panorama contemporáneo invita a que la memoria democrática consuele el recuerdo de las víctimas, considero que, parafraseando un lema de la lucha feminista, la memoria cambie de bando. Y sean los fascistas quienes no puedan escapar de ella. No sé si algún día encontraremos la cruz del Valle envuelta en una gigantesca tela como las instalaciones de Christo y Jeanne-Claude, o cubierta de espejos a modo de trampantojo, o grafiteada por supervivientes de la represión hasta el último centímetro, pero estoy convencido de que es así como hallaremos la mejor forma de condenar el régimen franquista y de no permitirle a sus seguidores, ni a los victimarios, el dulce privilegio del olvido. 

En definitiva, propongo obligar al franquismo a que, habiendo respondido ante Dios, lo haga ahora ante la democracia. 

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