El nombre de nuestro distrito se debe al puente construido en 1731 para unir Madrid y las vías de comunicación con Levante. Pocos años después, el historiador y abate Antonio Ponz se refería a este enclave con las siguientes palabras: “El camino de Madrid a Vallecas es pésimo en tiempos lluviosos y el arroyo que lo atraviesa, llamado el Abroñigal, peligrosísimo cuando crecen las aguas, en él han perecido no pocos pasajeros queriéndolo vadear, por estar el puente de lo más ruin”. Pero el tiempo es implacable y, una vez que el arroyo se canalizó, concluyó también la finalidad para la que se construyó el puente de Vallecas.
Con la construcción de la M-30 surgió un nuevo paso elevado, esta vez sin enlazar nada. La paradoja del puente de Vallecas, si hablamos de la infraestructura actual, es que nunca cumplió la función principal de ser un puente, que es la de conectar, sino todo lo contrario: ha servido para separar Vallecas del resto de la ciudad. Es uno de los exponentes físicos del desequilibrio territorial que define a Madrid, en el que los barrios del sureste han sido siempre los grandes olvidados.
Desde hace más de 20 años, los vecinos y vecinas de los distritos de Puente de Vallecas y Retiro han reclamado la desaparición de este paso elevado, que supone una de las principales barreras que impiden la continuidad de la ciudad.
Esta reivindicación ha sido retomada con fuerza por la mesa de Medio Ambiente del Foro Local de Puente de Vallecas y recogida por Más Madrid en el proyecto Conecta Vallecas para ampliar y diseñar el comienzo de la que podría ser una de las actuaciones más importantes para el sureste madrileño. Sería esta la primera etapa de un plan más ambicioso sobre los terrenos de ADIF en el Abroñigal, entendido como un proceso de transformación participada en el que prime la sostenibilidad y la mejora de los servicios públicos.
Y lo proponemos justo ahora, en un momento en el que el Ayuntamiento de Madrid, gracias a la reducción de la deuda y el saneamiento de las cuentas -herencia de nuestra gestión en el mandato anterior-, la suspensión de las reglas fiscales que afectan a los municipios y la eliminación de los límites para el gasto público, tiene la posibilidad de acometer actuaciones de gran envergadura que inicien una transformación de la ciudad. Transformación en la que deben primar actuaciones y políticas de reequilibrio territorial, dirigidas a la mejora de las infraestructuras y el espacio público, así como a la intervención en ámbitos sociales, que permitan reducir la brecha entre las diferentes zonas que componen la ciudad.
En el caso de Vallecas, entendida como la 'Gran Vallecas' -integrada por los distritos de Puente y Villa de Vallecas-, hay que recordar que en 1950 dejó de ser municipio independiente para pasar a ser dos de los distritos que componen la ciudad. Desde entonces, el abandono institucional ha sido combatido con una fuerte iniciativa vecinal, ejemplo de lucha y solidaridad que, pese a su gran éxito en algunos ámbitos, no ha estado acompañado de políticas de reequilibrio que aseguren el derecho a la ciudad (entendido como la posibilidad de que la ciudad te proporcione servicios municipales dignos y suficientes en toda su extensión). En este sentido, no debemos olvidar, por ejemplo, que Vallecas sigue siendo el basurero de Madrid, pese a todos los informes que indican el enorme riesgo que las instalaciones del Parque Tecnológico de Valdemingómez tienen para su población.
Conectar Vallecas con Madrid supone iniciar una metamorfosis indispensable para construir una ciudad más verde, sostenible, saludable y amable para su ciudadanía. El desmantelamiento del paso elevado de Vallecas unirá dos distritos situados casi en los extremos del ranking de la desigualdad de nuestra ciudad: Puente de Vallecas es el más vulnerable en términos absolutos y Retiro, el primero más favorecido.
Crear un gran parque urbano por donde hoy pasa una autovía es un paso imprescindible para instaurar un nuevo modelo de ciudad más cohesionado, regenerando barrios como San Diego y Numancia, donde los índices de vulnerabilidad han experimentado un notable crecimiento, interviniendo en el mercado de la vivienda y del suelo para evitar la gentrificación de la zona.
En el futuro, tal vez, será más apropiado hablar de 'los puentes de Vallecas' que del paso elevado de Vallecas. Mejor aún, puesto que no habrá puente, hablemos de ellos como una metáfora: un puente de barrios o un barrio de puentes. Puente de solidaridad con los más desprotegidos, puente de entendimiento entre diferentes formas de pensar, puente de culturas diversas y, sobre todo, un puente de futuro, construido sobre los pilares de una nueva ilusión colectiva que nos una como comunidad para vadear corrientes impetuosas y obstáculos aparentemente infranqueables. Sabido es que el puente es funcional si conecta al que necesita con lo necesitado. Un punto intermedio entre la realidad y la utopía, un espacio común, público y de encuentro, pero en permanente tránsito, porque el puente es encrucijada y, en definitiva, cambio.