En la conocida obra de Antonio Tabucchi llevada al cine y protagonizada por Marcello Mastroianni, Sostiene Pereira, hay un momento dentro del proceso de transición subjetiva que vive el protagonista que puede resultarnos útil para pensar nuestra coyuntura. Se trata del momento en el que el personaje del doctor Cardoso le cuenta a Pereira, la teoría que había aprendido en Francia sobre la confederación de almas. Dicha teoría niega la creencia según la cual cada persona es “uno” por sí mismo, desligado de todo un abanico de “yoes” propios, puesto que según indica la teoría, la personalidad, es una pluralidad de uno mismo, una “confederación de almas” porque cada uno está compuesto a su vez muchos. Esta confederación de almas que forman la personalidad de la persona, se rige por un yo hegemónico que se superpone al resto, aunque nunca lo hace del todo y eternamente.
Añadiría que ese yo hegemónico –y los yoes confederados-, son también resultado a su vez de una interacción más amplia, fruto de un ensamblaje social. Con todo, creo que el ejemplo de la confederación de almas es extrapolable a la situación plural y compleja que vivimos. ¿Cuál vendría ser el yo hegemónico actual? Aquel que sea capaz de incorporar una “estructura de transversalidad” acorde a una sociedad, cuya producción deviene cada vez más intensiva y cooperativa en la vida, al tiempo que es asolada y explotada bajo el régimen del tiempo financiero.
Aquel que sea capaz de hegemonizar la centralidad, lo que en nuestro caso significa, inventar un nuevo centro de atención, es decir, poner en el centro del debate político lo que se entiende que son consensos fraguados en la sociedad: paliar la desigualdad, defender los servicios públicos, acabar con la precariedad etc... Dicho de otro modo, la centralidad se compone de una transversalidad, que a su vez, toma cuerpo con las demandas instaladas en la sociedad -gracias al 15M, a las mareas, la PAH, gracias a la sociedad en movimiento-, para hacer de ellas algo central en la arena política electoral e institucional.
Las claves que identifican las posibilidades del cambio, no se explican entonces, por una simple suma entre quienes ya se consideran de izquierdas, como tampoco lo hace, por la necesidad de hacerse primero de izquierdas, para luego después, llevar a cabo la transformación política. Hay mucha más gente que defiende una sanidad pública que gente que la defiende considerándose de izquierdas. Si lo importante es la sanidad pública importa toda la gente que la defienda, no solo la que la defiende y es de izquierdas. Hay mucha más gente a la que le parece un horror la política de la UE con respecto a los refugiados, que gente a la que le parece un horror y se autodefine de izquierdas. La desigualdad, la precariedad, la violencia contra las mujeres…..
Reducir la potencia democrática al significante izquierda sería un error. Cuando se pide una “confluencia de izquierdas” no se busca una “confederación de almas”, sino entender la confluencia dentro del marco discursivo clásico “de izquierdas”, algo que por cierto, no ha sucedido en los ejemplos de confluencias hasta ahora existentes. Es importante diferenciar estos dos aspectos, pues rechazar una confluencia de izquierdas por las razones ya expuestas, no significa negar una confluencia en donde también esté “la izquierda” sumada a otras muchas sensibilidades, que dentro de un amplio marco de consenso, no necesitan ser lo mismo para estar de acuerdo en líneas fundamentales. En una sociedad sometida al imperio de la deuda, en una sociedad donde la precariedad se instala como el nuevo modelo social y el mundo del trabajo se convierte en el mundo de la vida, existe la posibilidad real de juntar lo que antes era impensable; renunciar a la transversalidad social sería una irresponsabilidad histórica.
Con todo, la necesidad apremiante a la que nos enfrentamos, lejos de ser una confluencia electoral, pasa por enriquecer la confluencia con la ciudadanía, donde no importe tanto compartir organización o formar parte de una como compartir una misma realidad, formar parte de un mundo en común. Para intensificar la democracia es necesario contar con la existencia de redes, instituciones sociales, contrapoder, tejido social, innovación productiva, ciudadanía crítica y organizada. Ese es el verdadero reto.