“Too small, too late”. Demasiado pequeño, demasiado tarde. Después de cada una de las Cumbres del Clima, el resultado ha acabado siendo siempre el mismo. Pero esta vez seguramente es distinto. La ONU ha advertido de que se deben multiplicar por cinco los esfuerzos globales previstos si se quiere que el incremento de la temperatura se quede por debajo de 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales. Y por tres si se aspira a que ese incremento esté por debajo de los 2 grados. En la habitación ya ha entrado el fuego, los informes climáticos apuntan que 2019 será un año récord de temperaturas, y los resultado “magros” evidencian la desconexión que existe entre la mayoría de los Gobiernos del mundo y la ciencia. Es cierto, la COP25 no estaba diseñada como una cumbre decisiva. Pero el tiempo se agota y ello exigía unos compromisos que no se han alcanzado.
La mejor noticia de la COP25 es, más allá de la capacidad de organizar en un mes y medio una Cumbre por parte de las instituciones españolas –no es poco- es sin lugar a dudas el impacto que ha tenido en la asunción de conciencia climática por parte de la opinión pública española. El papel protagonista de Teresa Ribera ha sido una de las claves para que se aprobase lo poco comprometido. Se ha conseguido en la declaración final que otros actores puedan sumarse a la lucha contra el cambio climático. Y es esa percha la que permite, ante la falta de liderazgo gubernamental de muchos países y la falta de compromiso de los grandes emisores, que otros actores como las Administraciones locales, regionales y grandes empresas puedan definir estrategias y compromisos en la lucha contra el calentamiento.
Lo peor; los límites de los marcos multilaterales para abordar probablemente el mayor desafío que ha vivido nunca la humanidad. El reto político para que los países firmantes del Acuerdo de París presentasen planes más duros de recorte de las emisiones de gases de efecto invernadero porque los que hay ahora no son suficientes, sólo se ha traducido en que 84 países se han comprometido a presentar planes más duros en 2020. No se ha conseguido el desarrollo del artículo 6 del acuerdo de París, el que habla sobre la regulación de los mercados de carbono, y se pospone hasta la cumbre de noviembre de 2020, muy lejos de lo planteado por aquellos que defendían los principios de San José (en referencia a la capital costarricense, donde se establecieron) donde se recogieron once condiciones que van desde asegurar la integridad ambiental hasta evitar la doble contabilidad, vetar el traspaso de créditos anteriores a 2020 al nuevo sistema o bloquear tecnologías incompatibles con la reducción de emisiones.
Así las cosas, creo que es obligado reflexionar porque nos encontramos ante este escenario, y cómo operar a partir de aquí. En el por qué es obligado pensar sobre el motivo profundo por el que no avanzan las cumbres. Y la explicación creo que es finalmente más sencilla de lo que podamos pensar. Los grandes emisores (China, India, Japón, Brasil.....) se niegan a prometer una actualización al alza el año próximo. Y dicha actitud es una deriva del planteamiento “negacionista” de la administración norteamericana.
El principio de Conversación en La Catedral de Vargas Llosa se abre con una pregunta del protagonista: “¿en qué momento se jodió el Perú?” Hoy, si Jared Diamond tuviera que hacer una reedición de “Colapso”, con un capítulo dedicado a las Cumbres del Clima, podría empezar dicho capítulo con la misma pregunta: ¿en qué momento se jodieron las cumbres del clima? Y la respuesta nos llevaría a la noche del 10 de noviembre de 2016 (6.40 de la mañana del 11 de noviembre de 2016, hora española), cuando Donald Trump se proclamaba vencedor de las elecciones norteamericanas. En uno de los momentos más decisivos de la humanidad, ya habiendo entrado en tiempo de descuento para evitar un cambio climático traumático, un negacionista se encaramaba al frente de la administración más poderosa del planeta. Y con ello, arrastraba, en el mejor de los casos, a multitud de actores a una actitud diletante.
Hoy, la lucha contra el cambio climático, aparece como un reto moral, el mayor desafío que nunca hemos tenido. Pero es por todos asumido que sin un compromiso por parte de todos los actores, aquello que hagamos aquí puede no ser suficiente si a miles de kilómetros de distancia no se comprometen de la misma manera. Así, aquellos países que disponen de carburantes abundantes, y en algunos casos aún asequibles, por la falta de una fiscalidad verde global capaz de internalizar los costes, acaban por sucumbir al “no hay nada que hacer”, no definiendo una agenda efectiva en la reducción de consumo de petróleo, gas y carbón. La falta de un marco multilateral condiciona la falta de ambición. Y de esta manera países emisores con carburantes a mano se resisten a asumir mayores compromisos, o hacen lo imposible para que el mercado sobre derechos de emisiones no juegue papel alguno en la internalización de los costes ambientales.
En este contexto la clave está en el qué hacer. La COP25 no es el primer escenario de frustración, y es posible que no sea el último. Y creo que la respuesta no debe ser otra que redoblar la ambición en una agenda de cambio de modelo productivo y de reducción de emisiones. Para ello, aquellos países y regiones con una fuerte dependencia energética tienen en la agenda en la lucha contra el cambio climático un escenario de oportunidad económica. Este el caso del escenario europeo, y particularmente del caso español. Con una dependencia energética del 54% (UE) y del 74% (España) sin contar con las necesidades de uranio importado, la transición energética acelerada, rápida y con un firme compromiso en la reducción de emisiones, mejora de la eficiencia energética y generación de renovables, aparece como una oportunidad en términos económicos, mejora de la balanza comercial y generación de ocupación. Hoy, la energía renovable es la más barata, la más asequible, la más eficiente. El abaratamiento de costes es extraordinario (la fotovoltaica ha reducido sus costes en un 80% en los últimos 5 años). Y es ahí donde se ubican compromisos de objetivos más ambiciosos por parte de la mayoría de países europeos. Los compromisos ambiciosos se traducen no sólo respecto a la generación renovable, sino a la mejora de la eficiencia, la electrificación de los consumos térmicos, el cambio en la movilidad no sólo electrificándola, sino protagonizándola el cambio modal, el desarrollo de una fiscalidad verde que permita una agenda más ambiciosa y a la vez una agenda de transición justa para acompañar a los sectores damnificados por la transición, una ley de retorno de envases que reduzca el consumo de plásticos de un solo uso. Estos son sólo algunos de los ejemplos de una agenda necesaria para el planeta, pero que además en un país con fuerte dependencia energética no sólo le permite ser referente moral en la lucha contra el cambio climático, sin poder abordar el futuro en mejores condiciones.
Y estos compromisos, que deben ser asumidos a nivel europeo estatal, pueden tener un desarrollo entre nuestro mundo económico, nuestras empresas, pero también entre un actor que a mi entender pasa a ser clave; los gobiernos locales y autonómicos. Hoy, una agenda firme y comprometida en la lucha contra el cambio climático se traduce en más oportunidades económicas, generación de ocupación, y un “mejor vivir” para la gente que habita en nuestros pueblos y ciudades.
Volviendo al marco europeo, quizás esta sea la manera de aportar desde uno de los continentes que más ha contribuido a la depredación de recursos naturales en el planeta. Necesitamos, ante Cumbres y compromisos multilaterales demasiado diletantes, el papel de regiones-continente capaces de de definir agendas con una fuerte ambición.
En las próximas semanas, la UE entra en una nueva dimensión con la realidad del Brexit. Quizás, el escenario de bloqueo sufrido tras esta Cumbre Climática ofrezca a Europa no sólo la conveniencia de presentar objetivos más ambiciosos en la lucha contra el cambio climático, sino de demostrar un marco multilateral en el que haya ambición climática y la posibilidad de materializar una agenda de transformación del modelo productivo en consonancia con el momento histórico en el que vivimos. Ante, el bloqueo de los grandes países emisores y la decepción sobre los resultados de la cumbre, la reacción no puede ser abandonar o dejarse ir. La respuesta por tanto es una agenda a nivel europeo y español mucho más ambiciosa.