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De coronavirus, bulos, expertos e instituciones

Sanidad eleva a 32 los casos por coronavirus y mantiene medidas de contención

Ildefonso Hernández Aguado

Y doce firmas más —

25

Esto supera la ficción,

debe de ser la realidad

Ajo

Al día de hoy, nadie duda de la existencia de un nuevo virus, frente al que no tenemos o teníamos inmunidad, y que está afectando a todas las personas del planeta. Aunque sigue habiendo algunas incertidumbres, cada vez sabemos más sobre lo que hay que hacer para reducir o eliminar la diseminación del virus. También es cierto que hoy sabemos mucho más que hace dos días o dos semanas. También que los políticos están más dispuestos a tomar medidas y la población es más proclive a aceptarlas. Por eso, decir que teníamos que haber prohibido conciertos multitudinarios, partidos de fútbol o manifestaciones o mítines es un ejercicio propio de tahúr, pues a toro pasado todos somos profetas.

La epidemiología todavía tiene pendiente afrontar sus límites. En una situación en la que los principales países afectados responden con soluciones diferentes, todas ellas avaladas en mayor o menor grado científicamente, se deduce que la ciencia todavía no tiene una respuesta taxativamente clara sobre cómo se debe actuar. Este contexto es un caldo de cultivo en el que diversas personas, atribuyéndose el papel de expertos, sancionan decisiones y recomiendan acciones, pudiendo causar más alarma o desasosiego y desconfianza con las autoridades. Muchas “informaciones” sobre qué puede hacer cada persona para protegerse o proteger a las demás provienen de fuentes dudosas, con las redes sociales como protagonista principal, y no siempre son válidas. Como también escribe la poeta Ajo, “a la que te descuidas, la actualidad te acaba robando el presente.” Y la realidad, añadimos, enlazando con sus versos iniciales.

La información contrastada y fiable es más necesaria que nunca. Aunque el papel de los ciudadanos y los medios de comunicación es clave, parece que nos olvidamos de que hay instituciones trabajando en la pandemia y canales de comunicación claros entre ellas, con la población y con los expertos, tanto los expertos internos de las instituciones (por ej., muchos profesionales competentes y comprometidos de las Consejerías están trabajando a destajo) como los externos a ellas (investigadores y académicos).

Por supuesto que estos últimos pueden intervenir en los análisis y debates; pero a la vez debemos guardar un equilibrio entre la expresión pública de nuestras valoraciones y el respeto a quienes tienen la legitimidad política y la responsabilidad social de tomar las decisiones, que además son –los representantes políticos– quienes en su día volverán a pasar el examen de las urnas.

Por ello, nos parecen desafortunados los formatos atípicos de expresión (por ej., los “manifiestos”): desdeñan los canales institucionales de comunicación y a los expertos que están trabajando en los gobiernos, exageran el papel mediático de los propios promotores de esos formatos (algunos de los cuales, además, sacan provecho del ruido creado para sus propios trabajos) y finalmente, si no somos ingenuos, sirven a agendas electorales partidistas, lo cual es tremendamente irresponsable en contextos tan graves como el actual.

Estos días, uno no debe centrarse sólo en consumir información, la reflexión es asimismo clave. Con más tiempo del habitual por delante, la pandemia nos invita a pensar –como personas, familias, colectivos, medios, organizaciones, sociedades–, y a considerar cuál era nuestra postura hace apenas un mes. De verdad, ¿a qué entrañable jolgorio o relevante reunión hubiésemos renunciado? Fútbol, conciertos, manifestación, fiestas populares, saludables actividades en común... No solemos ser receptivos a mensajes incómodos ya vengan de científicos, periodistas, intelectuales o de las autoridades; los ejemplos abundan. Pensando en el futuro desde el presente ¿mejoraremos un poco nuestra receptividad hacia esos mensajes?, ¿haremos un poco más de caso a quienes razonan y algo menos a quienes pretenden sacar tajada de la pandemia?

Por tanto, ahora no es el momento de decir vehementemente que “se debería haber actuado de esta forma u otra”. Es momento de construir, de arrimar el hombro, de contribuir en la medida en que podamos, como personas y como sociedad civil, a que el trance sea más llevadero; de ser solidarios con los conciudadanos, responsables de no contagiarnos y de no contagiar a otros. Otra cosa es proponer una reflexión serena sobre lo que ocurrió, pensando en aprender para el futuro.

La evaluación de las respuestas que se están dando a la crisis sanitaria requiere preparación técnica, experiencia en la gestión de epidemias, distancia y considerar los desenlaces. Requieren también entender la cultura de nuestra sociedad, que no se parece a la de los países asiáticos, y entender nuestro contexto, que no hemos sufrido las crisis epidémicas del siglo XXI como ellos. Comparaciones prematuras, que ya algunos se atreven a hacer, nos llevan a atribuciones, a veces equivocadas, como por ejemplo la menor, de momento, letalidad en Alemania, que podría tener su explicación en las formas de transmisión, en el periodo entre infección y muerte y en la mayor detección de casos (lo que influye en el denominador); o la supuesta mayor efectividad en Corea del Sur, que habrá que comprobar más adelante.

Esas comparaciones cometen errores graves, propios de quien carece de conocimientos de metodología epidemiológica, como es no tener en cuenta o ajustar por las distintas tasas de realización de las pruebas de detección del virus, tasas que difieren en los distintos países, grupos de edad, género y posición socioeconómica, entre otros factores, y que están dando lugar a “hallazgos” muy comentados por ciertos pseudoexpertos, pero inaceptablemente sesgados.

En ocasiones un pensamiento más “lento” (reflexivo, escrutador), nos ayudará a entender y a asumir mejor lo que ha pasado, y nos servirá para las siguientes crisis, que seguro llegarán.

Por ejemplo, cuando escuchamos que la manifestación del 8M fue el factor que precipitó la epidemia en Madrid, podemos rápidamente aceptarlo o bien podemos recordar que durante esos días, en Madrid, por ejemplo, viajaban unas 900.000 personas cada día en cercanías durante muchos minutos y muy apretados, que más de 2,5 millones de personas iban en metro más juntos todavía, que decenas y decenas de miles se movían en autobuses tocando las agarraderas a cada parón; que los aproximadamente 18.000 bares bullían de actividad; que se celebraban simultáneamente miles de actos deportivos y culturales de todo tipo. Sin descartar alguna contribución, ¿no es poco verosímil que la manifestación fuese tan importante? Son días para pensar despacio.

Valorar las recomendaciones individuales o incluso recetas prodigiosas que circulan en las redes y otros ámbitos de la comunicación, no es fácil. Está, por una parte, el atractivo que en situaciones de miedo siempre han tenido las soluciones inesperadas o mágicas; por otro, las insuficiencias de algunas fuentes, también algunas institucionales, en teoría fiables; y todo ello, en una comunidad que necesita certezas para conjurar el miedo.

Es recomendable tener a mano las fuentes válidas que desautorizan bulos; algunos de reciente circulación, como que el frío y la nieve eliminan el virus, que ya estaban desmentidos por instituciones como la Organización Mundial de la Salud. Hay que tener distancia crítica con cualquier información de origen desconocido y dudoso y acostumbrarse a acercarse siempre a las fuentes acreditadas, como las agencias de salud pública más reconocidas (ECDC, CDCNICE) o las propias instituciones sanitarias y científicas (ISCIII, ISGlobal).

A veces puede resultar atractivo hacer caso a los que dicen lo contrario de lo que recomiendan las autoridades, movidos por el ímpetu de protestar ante lo que consideran injusto. Nuestra cultura antiautoritaria, tan beneficiosa en numerosas ocasiones, en la que nos ocupa puede jugar en contra. Otras veces, esta rebeldía está propulsada por el sentido oportunista de la manipulación.

Si piensa que los firmantes tenemos interés en lo que vamos a escribir a continuación, puede estar seguro: sí, tenemos interés, pero no es un interés particular. Es un interés profesional (no lucrativo), intelectual, ideológico. En España hace tiempo que hay un clamor en la comunidad de salud pública para que contemos con una Agencia de Salud Pública, que haya una voz autorizada en salud y respetada. El excelente papel que pueden hacer las agencias de salud pública independientes en el buen gobierno de la salud está bien descrito. Hay capacidad para ello, y esperamos que esta crisis, una vez pasada, sirva entre otras cosas, para que nos dotemos de ella.

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