La pandemia del coronavirus ha paralizado el mundo entero y ha sacudido por completo los cimientos que sostenían a nuestra sociedad y que hasta ahora creíamos indestructibles. A su paso ha traído enormes cambios que han alcanzado también a la industria alimentaria, incluyendo a los consumidores y a nuestra forma de valorar la comida.
Está claro que somos una civilización apasionada por la gastronomía. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha ido perdiendo el respeto por la comida. Solo hay que ver las cifras del desperdicio de alimentos. Un tercio de toda la comida que se produce en el mundo se pierde o se desperdicia. Esto son más de 1.600 millones de toneladas al año o, dicho de otra forma, unas 51 toneladas de alimentos que cada segundo terminan en la basura en todo el planeta. Y estas cifras son fruto de una sociedad que durante todo este tiempo ha estado alimentándose y viviendo de la abundancia.
Hasta hace solo unas semanas nos habíamos acostumbrado a ver los estantes de los supermercados siempre llenos y a tener total acceso a cuanta comida nos apeteciera cuándo y cómo queríamos. Poco a poco hemos ido perdiendo toda conexión con el verdadero valor de la comida. Apenas hay personas que se preguntan de dónde vienen los alimentos o qué recursos se utilizan para producirlos. Nos da igual comprar un aguacate de sudamérica, unos kiwis de Nueva Zelanda o adquirir fresas en diciembre aunque no estén en temporada. Además, a medida que hemos ido teniendo más dinero para comprar comida nos hemos ido haciendo más propensos a su desperdicio. En definitiva, los alimentos se habían convertido en una mercancía que ya ni se valoraba ni se respetaba.
Y ahora llegó el coronavirus y a su paso nos ha ido dejando la imagen de estanterías vacías y escasez de ciertos productos básicos en los supermercados o la de unos pocos restaurantes que han ido sobreviviendo con servicio de comida a domicilio... Lo que antes parecía sencillo, como comprar un paquete de harina, ahora es más complicado y empezamos a tomar conciencia de lo importante que es la comida en nuestras vidas y volvemos a darle el valor que ya no se le estaba dando.
Ahora hacemos compras más planificadas y preferimos el consumo de proximidad y de productos de temporada. Por otro lado, la cocina se ha convertido en una vía de escape. Según un estudio de la OCU el 51% de los españoles está cocinando más que antes. Por tanto, nos estamos haciendo más autosuficientes al tiempo que descubrimos nuestra faceta como cocinillas y tiramos de creatividad para crear nuevas y deliciosas recetas cada día aprovechando todo lo que tenemos en casa y reduciendo el desperdicio de comida.
Y estamos aprendiendo lecciones muy valiosas como que el desperdicio de alimentos es un sinsentido que tiene un coste económico y también medioambiental. Según una encuesta que realizamos el año pasado en Too Good To Go, el 88% de los españoles no creía que tirar comida fuera un problema para el planeta. En cambio, los expertos nos recuerdan que el desperdicio alimentario es uno de los principales responsables del cambio climático produciendo hasta el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Ahora que en España entramos en la fase de desescalada e iniciamos la transición hacia una nueva normalidad no podemos dar un paso atrás. No debemos caer en los mismos errores del pasado y tenemos que aprovechar este momento para hacer que esta nueva relación que hemos desarrollado con la comida y estos nuevos hábitos adquiridos se mantengan en el tiempo y sean parte de nuestra forma de vida.
Desde Too Good To Go creemos que este momento es una gran oportunidad para que, tanto de manera individual como colectiva, volvamos a valorar y respetar la comida y sus beneficios, respetemos el planeta y sus recursos así como a quienes trabajan cada día para que tengamos siempre comida a nuestra disposición. Sin duda, creo que esta es una oportunidad enorme para caminar hacia un consumo más responsable y sostenible de los alimentos y frenar de una vez por todas el desperdicio alimentario. ¡Aprovechémosla!