Esta legislatura pasará a la historia como un folio en blanco. Los estudiantes del futuro encontrarán en sus manuales el título “XII legislatura” y, a continuación, una página vacía y pensarán que se trata de un defecto de impresión. Pero no. El Gobierno observa y registra la realidad sin vocación alguna por intervenir en ella para, acaso, intentar mejorarla. No parece una inacción motivada por un liberalismo militante, sino, más bien, por la inexistencia de un proyecto político, siquiera ligeramente transformador. Tampoco parece que la inacción esté motivada por el abandono invencible a una grata pereza, sino por la creencia de que los problemas se irán solucionando, ellos solitos. Y si ellos solos no lo hacen, lo hará el mercado. La mano invisible. En el ínterin, los problemas se agravan y nada se hace para solucionarlos. La nada como proyecto político. La feria del nihilismo ovacionada por manos invisibles.
La anterior legislatura pasará a la historia porque un partido que nació para cambiar todo, acabó evitando el cambio y dio una segunda oportunidad a otro partido nacido para que nada cambiara nunca.
Son cosas de la etapa gaseosa de la política española en la que vivimos, cuya principal característica es la volatilidad. Lo que hoy es, mañana cambia o, directamente, es otra cosa. Sirva de ejemplo UPyD, aquella formación política que algunos de ustedes recordarán: unos meses antes de las elecciones municipales y autonómicas de 2015 aparecía como la gran fuerza regeneradora del panorama político español y con unos notables pronósticos electorales en los sondeos. Celebradas las elecciones, UPyD se convirtió en fuerza extraparlamentaria en la práctica totalidad de las ciudades y comunidades autónomas y, poco después, desapareció. El magenta volvió a ser solo un color, el rojo oscuro que tira a morado.
Los partidos nuevos, seguramente por no tener experiencia de gobierno o tenerla muy escasa, tienen tendencia a ofrecer soluciones sencillas a problemas complejos. Es lo que se viene denominando populismo o demagogia, que adopta diversas formas, ideologías y colores según el país. Sin duda, esa estrategia les puede dar buenos réditos electorales; el problema surge cuando ese apoyo electoral les hace gobernar. En ese momento, dejan de ser el cambio prometido para ser el recambio aturullado.
En otra era de nuestra democracia, los más viejos del lugar, los que tengan los 25 ya cumplidos, recordarán que cuando un Gobierno no resolvía los problemas del país, la ciudadanía cambiaba de gobierno. En la actual era, todo es más confuso. Podría ocurrir que un humilde ciudadano quiera cambiar de gobierno, vote con ese fin a un partido diferente al del propio gobierno y su voto acabe sirviendo para apoyar o dar otra oportunidad al gobierno al que, en inicio, quiso cambiar. De hecho, ha ocurrido ya que quien manifiesta ser la garantía para regenerar las instituciones y evitar su latrocinio acabe apoyando o dando oportunidades de seguir gobernando a quienes conviven con la corrupción con total naturalidad.
Ante este panorama, ¿hay alternativa? ¿Existe alguna opción segura para cambiar el Gobierno, dignificar las instituciones y garantizar la aplicación de nuevas políticas? Si tuviéramos la osadía de responder que esa alternativa es el PSOE, una gran parte de los analistas políticos del país refutarían la hipótesis y nos recordarían, como argumento principal, la crisis de la socialdemocracia. Un clásico. Como la crisis del teatro que, pese a todo, se mantiene desde hace siglos. Como el PSOE que, pese a todo, ya ha transitado por tres siglos diferentes.
Es cierto que no corren los mejores años para el proyecto socialdemócrata europeo que, salvo honrosas excepciones, está lejos de alcanzar los resultados electorales que obtenía hace unos años. Las causas de este declive son varias y darían lugar a un estudio que excede, con mucho, el objeto de estas líneas. Dicho esto, la pregunta es: ¿esa crisis global de la socialdemocracia imposibilita que el PSOE sea la alternativa al PP? Si el PSOE no fuera alternativa, ¿lo podrían ser los partidos que, cualquiera que sea el color de su logo, proponen soluciones de parvulario a problemas de posgrado en una España tan compleja como la actual? Si tampoco estos partidos fueran una alternativa viable a la derecha, ¿debemos resignarnos a que el PP se suceda a sí mismo en el gobierno, con el paradójico apoyo, por acción u omisión, de quienes dijeron nacer para regenerar nuestro país?
La principal causa de la crisis de la socialdemocracia europea es su crisis de credibilidad. Los programas políticos de los partidos socialdemócratas no merecen crédito a la mayoría de la ciudadanía, que descree de su cumplimiento llegado el momento de gobernar. Suenan bien, seguramente son viables, pero, con carácter general, no se creen. Sensu contrario, en un país sociológicamente de centro izquierda como España (así lo atestigua el CIS de manera sostenida en el tiempo), un partido político socialdemócrata estaría en la mejor situación para ganar si mantiene un nivel aceptable de credibilidad para la ciudadanía.
Por tanto, ese es el reto del PSOE: ganar credibilidad. Y, con todas las dificultades, se le tendrá que conceder que está trabajando para conseguirlo. La acción de los gobiernos autonómicos y municipales que lidera el PSOE es, sin duda, más transformadora, diferenciada de las políticas insolidarias del PP y eficaz que la de otras coaliciones de partidos variados que llegaron a los principales Ayuntamientos de nuestro país para cambiarlo todo, pero que han sucumbido en el intento, enredados en su propia incompetencia para cambiar su ciudad y paralizados por sus discrepancias internas. Buen ejemplo de ello es la incapacidad del equipo de gobierno municipal de Madrid de consensuar un proyecto de presupuestos para la ciudad, transcurridos ya casi cuatro meses del año 2018.
Y donde el PSOE no gobierna, también trata de resultar útil y ganar crédito. La moción de censura presentada en la Comunidad de Madrid es un modelo de cómo tomar una decisión política por convicción y anteponiendo los intereses generales, con independencia de si el resultado político acaba beneficiando o perjudicando al partido.
En el ámbito organizativo interno, tampoco se le puede negar a Pedro Sánchez y a su dirección que están ganando crédito. El entonces candidato a la Secretaría General Sánchez prometió en su campaña reforzar el poder de decisión de la militancia. Ganó las primarias. Y cumplió su palabra. Ya está aprobado por el Comité Federal y en vigor un nuevo Reglamento que cambió el modelo de partido del PSOE. A diferencia de lo que opinan la práctica totalidad de analistas políticos, de los que lamento discrepar, gobernar un partido democrático y con poder real para la militancia es más complicado que hacerlo en un partido con unos militantes que solo pueden aspirar a ser meros espectadores. Y el nuevo Reglamento del PSOE ha empoderado a la militancia, que ahora elegirá directamente con su voto, sin intermediarios, no solo a los Secretarios Generales sino también a los delegados en los Congresos y a buena parte de los miembros del Comité Federal y de los participantes en las Conferencias. La militancia tendrá que ser obligatoriamente consultada en los acuerdos de gobierno que se alcancen en las distintas instituciones y se le reconoce el derecho de iniciativa política para que los órganos de dirección traten los temas propuestos. Los militantes también votarán y su opinión tendrá que ser tenida en cuenta para la elaboración de las listas electorales. Asimismo, el PSOE se ha abierto a la sociedad, permitiendo que sus candidatos electorales sean elegidos con su voto individual por personas que no sean militantes, pero compartan los valores socialistas; y, en esa línea, podrán elegir como cabezas de lista a independientes que podrán sumar su talento y compromiso al que ya tienen los militantes socialistas.
No cabe ninguna duda de que el PSOE es hoy una organización política más democrática, más participativa y más abierta a la sociedad. Al igual, que tampoco cabe duda de que este modelo de partido requiere más esfuerzo de diálogo y gestión a los Secretarios Generales porque la militancia suele ser más exigente y más difícil de complacer que los cuadros.
En definitiva, el PSOE está ganando credibilidad, lo que supone una buena noticia no solo para este partido sino para esa gran mayoría de la población española que desea un cambio de gobierno y nuevas políticas progresistas, viables y eficaces.