A dos semanas de las elecciones en Estados Unidos, los sondeos muestran una ventaja suficiente de Biden sobre Trump y buenas perspectivas en la renovación del Senado. Sin embargo, los que piensan que Trump volverá a ganar aún son muchos y tienen buenas razones de su lado. Todos recordamos cómo las encuestas auguraban la victoria de Hillary Clinton y sabemos bien lo que sucedió. Han pasado cuatro años y Trump es aún favorito para muchos entendidos que ven en él un ganador que domina la escena y al que es muy difícil vencer, apalancado en la púrpura presidencial.
Yo creo, sin embargo, que las posibilidades de que gane Biden son muy grandes, y crecen a medida que se acerca el día de la elección, en la que no hay que olvidar que ya han votado por adelantado cerca de 22 millones de norteamericanos. Más que nunca en su historia. En mi opinión Trump está debilitado, mucho más que al comienzo de su mandato. Y los demócratas están más unidos y movilizados que en la elección anterior. Dos factores que hacen que la balanza sea clara a favor del candidato Biden.
Por qué pienso que Trump está debilitado
Hay que reconocer que el presidente Trump tiene una base sólida, que le apoya y acompaña en todo y hasta diría que a pesar de todo. Pero es una base electoral que no es suficientemente amplia y que no ha crecido. No olvidemos que Trump ganó con muy pocos votos. Menos incluso que los que tuvo el candidato republicano Mitt Romney cuando perdió frente a Obama en las elecciones de 2012.
Lejos de crecer, la base de Trump se ha desgastado ligeramente (lo cual es muy significativo) pero no debido a su manera de gestionar sus impuestos o por haber protagonizado numerosos incidentes. Es obvio que el presidente actual es inmune a todo aquello que consolide su perfil, aunque sea negativo. Pero no a aquello que lo contradice.
Apunto tres elementos que ha sido claves en el desgaste de los últimos meses:
La economía va peor y va peor para todos, incluidas las clases más desfavorecidas del medio oeste que esperaban que las nuevas políticas de Trump dispararan sus negocios y sus ingresos. No ha sido así.
La gestión de la pandemia está siendo un estrepitoso fracaso para el commander in chief que ha llevado al país a una derrota sin precedentes, incluida la suya individual. Minimizar la enfermedad y luego la pandemia e ir contra el criterio de los científicos y sus propios asesores médicos le puede constar la reelección.
Los estallidos raciales (black lives matter) y la movilización de la población de color y de las minorías fueron neutralizadas por un inteligente planteamiento de law and order que sin duda equilibró el debate pero que alejó a los republicanos moderados del campo del presidente porque consideran que va “demasiado lejos”. Su amenaza de no reconocer los resultados de la elección o sus movimientos para anular o entorpecer el voto por correo han trabajado también esa línea, desgastando el apoyo de determinados sectores republicanos que no ven con buenos ojos el todo vale que aplica a menudo el presidente Trump.
En el campo demócrata se han producido algunos cambios sustanciales que aumentan considerablemente las posibilidades de su candidato. Apunto algunos que considero más relevantes:
Los demócratas están unidos en torno a su ticket Biden/Harris, lo que no sucedió en la elección anterior en la que Sanders negó su apoyo a Hillary Clinton. Añadamos el apoyo decidido que tanto Barack Obama como Michelle han prestado a Biden y tendremos un cuadro bien definido de la unidad en el lado demócrata. Es verdad que el candidato demócrata no levanta pasiones pero también lo es que no genera rechazo y mucho menos del que producía la candidata Hillary Clinton.
Los demócratas están hartos de cuatro años de Trump y ven en la oportunidad de abortar su segundo mandato, un objetivo ilusionante por el que merece la pena luchar (léase votar / “vote Trump out of office”). En la elección anterior, Trump era un mal inconcreto, ni siquiera un enemigo. Para muchos pesó más la posibilidad de dar una lección al establishment de Washington y a la élite del partido demócrata.
Biden es un candidato de centro que gusta incluso a los republicanos moderados, avergonzados en numerosas ocasiones por el fondo y la forma del estilo presidencial actual. Es mucha la diferencia si lo comparamos con el desprecio que sentían los republicanos por la candidata Clinton y los estrechos márgenes que pueden definir una victoria en los swing states.
Y permítanme también una referencia final al feeling que se deduce de las conversaciones y del contacto del día a día con los norteamericanos o con los que viven en los Estados Unidos. En la anterior elección no encontrabas, ni siquiera en NY, entusiastas apoyos para Hillary y, sin embargo, sí muchos norteamericanos que verbalizaban estar decepcionados de haber tenido ocho años un presidente afroamericano representándoles al frente de la jefatura del Estado. Ahora, es justo decir, hay muchos americanos abochornados y hartos de haber tenido en la Casa Blanca un presidente como el actual. Para demócratas en su mayoría pero también republicanos moderados, sacar a Trump de la Casa Blanca es más importante incluso que la identidad del futuro presidente. Las emociones son la clave (“yo antes me emociono y luego pienso”, dice el jefe de Gabinete Iván Redondo). En mi caso, estoy convencido de que el peso en la urnas de este sentimiento de hartazgo y desafección será muy decisivo. Pero para tener certeza de que este planteamiento es válido habrá que esperar al 4 de noviembre.