La entrada de migrantes provenientes de Marruecos a la ciudad de Ceuta la semana pasada ha vuelto a poner sobre la mesa el rol de los medios de comunicación en la construcción de una narrativa racista basada en la dicotomía superioridad vs inferioridad.
Se trata de un mismo relato con dos vertientes. Por un lado, la que es abiertamente hostil hacia la población migrante, que la criminaliza y estigmatiza, y que habla de avalanchas, mareas y asaltos; y por otra, la vertiente “sensible” que pone énfasis en el drama humano de las crisis migratorias y en las muestras de solidaridad del pueblo español.
A simple vista, pueden parecer enfoques completamente diferentes. De hecho, mientras en el primero es fácil reconocer e identificar el racismo, el segundo muchas veces se nos cuela como un discurso propiamente “antirracista”. Sin embargo, lo que subyace en ambas miradas es el discurso eurocéntrico de construcción de un Otro inferior en contraposición al sujeto europeo, situado siempre en lo alto de la pirámide.
En esa construcción del Otro no europeo - no occidental, interviene un factor clave y que constituye el origen mismo del nacimiento del racismo por allá por 1492: la deshumanización. Numerosos investigadores e investigadoras poscoloniales y decoloniales han incidido en que la deshumanización es el proceso que está en la base del surgimiento y mantenimiento del racismo a lo largo de la historia del sistema-mundo.
Aquel debate llevado a cabo en el siglo XVI sobre si los indios “descubiertos” por Colón tenían o no alma, nunca fue un debate superado. La deshumanización de la que fueron objeto indios y negros fue extrapolada con el tiempo a otros pueblos y culturas y ha sido mantenida a lo largo de los siglos por conveniencia económica. En base a sostener el relato de que las poblaciones no europeas - no occidentales son ontológicamente inferiores, Europa y Occidente han justificado el expolio y la explotación a las que las han sido sometido, con el objetivo de enriquecerse.
En este marco, los medios de comunicación cumplen muy bien su función. Sobre lo que está pasando en Ceuta se ha hablado de todo menos de los motivos de fondo de estas migraciones y de la responsabilidad que tiene Europa en todo este proceso.
El caso de la voluntaria de Cruz Roja
Entre el festín de imágenes que hemos visto hay una que se lleva el premio a cómo desviar la atención del problema de fondo: la de la voluntaria de Cruz Roja que consuela a un hombre negro que acaba de llegar exhausto a la playa de Ceuta, y que llora amargamente entre sus brazos porque su hermano está tirado en la arena con una parada cardiaca, intentando ser reanimado por personal de salud.
De pronto, la principal noticia sobre el drama de los migrantes de Ceuta -la mayoría de ellos niños- no eran los migrantes. Ni lo era el hombre que había descargado su dolor en el abrazo de aquella chica, ni su hermano que luchaba contra la muerte en la arena. No. La información que copaba todos los noticieros, radios, periódicos y digitales era ella, la voluntaria de Cruz Roja.
En pocas horas supimos su nombre, su edad, los estudios que cursa y lo mal que lo estaba pasando debido a los insultos racistas y machistas que había comenzado a recibir por aquella imagen. Vimos a su padre defenderla en televisión y nos enteramos de que un hashtag con su nombre se había convertido en trending topic en Twitter.
Partiendo de la base de que esta no es una crítica hacia aquella mujer, de la que no pongo en duda sus buenas intenciones ni lo mal que lo ha pasado, resulta absolutamente ilustrativo que los medios de comunicación convirtieran en protagonista de un drama migratorio a una persona blanca europea, no migrante.
¿Supimos algo del hombre al que había abrazado?, ¿de dónde venía, por qué venía, su nombre, edad, cuál había sido su trayecto migratorio, cuáles eran sus expectativas al llegar aquí? Después de varios días supimos por fin que se llama Abdou, que tiene 27 años, que es senegalés y que lleva 4 años viviendo en Marruecos, país al que fue expulsado tras pisar suelo español. Pero su historia estuvo lejos de alcanzar la repercusión mediática que sí obtuvo la de la voluntaria.
Comenzar a narrar
Difícilmente podremos encontrar en los medios de comunicación -salvo contadas excepciones- análisis que aborden las causas de fondo de la migración. Tanto los que hablan desde la vertiente hostil hacia la población migrante, como aquellos que lo hacen desde la vertiente sensible, en el 99,9% de los casos lo que producen es un relato racista.
Criminalizar es racista, pero infantilizar también lo es. Ambos deshumanizan. Algunos medios de comunicación se conforman con no criminalizar y creen que con eso está todo hecho. No es suficiente. El paternalismo niega e invisibiliza la capacidad de agencia de las personas migrantes, infantilizándolas, y esto no contribuye a superar el relato racista de superioridad vs inferioridad.
En este sentido, es de vital importancia que los medios de comunicación en general (televisiones, radios, periódicos, etc.) comiencen a abrirse al análisis hecho por personas migrantes y racializadas que trabajan activamente para erradicar el racismo, que lo estudian, analizan y denuncian, y que hacen propuestas de cambios.
Por otro lado, nosotras tenemos que empezar a disputar también estos espacios. Trascender nuestras plataformas y comenzar a narrar en medios generalistas. Parafraseando a Edward Said en su artículo “Permiso para narrar”, tenemos que extender nuestra lucha al ámbito de la representación y la construcción histórica de los relatos.