Decía el poeta Mario Benedetti que debemos “defender la alegría como una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables, de las ausencias transitorias y las definitivas”. Pero algunos no quieren que seamos felices, y nos dicen, un día sí y otro también, que vamos a entrar en una situación de crisis catastrófica (por cierto, los mismos que en la otra crisis decían “que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades”), que llegará de forma inminente después del verano. Quieren que no disfrutemos del verano. Esto lo dicen los mismos que, en unas pocas manos, acaparan la mayor parte de la riqueza, y lo dicen también los que amparan, política y mediáticamente, a los anteriores.
Es tan cierto que estamos ante una crisis galopante de la inflación, soportada hasta ahora solo por las trabajadoras y trabajadores, una crisis energética y del colapso de la cadena global de suministros como que, en España por primera vez, se ha pasado de los 20,3 millones de cotizantes en la Seguridad Social, ha bajado el paro, se crea empleo, se han hecho casi 4 millones de contratos indefinidos, impulsados por nuestro acuerdo de la Reforma Laboral. Y desde Semana Santa, la subida del turismo es un 25% más alto que en el 2019 antes de la pandemia – parece que se alargará hasta octubre.
Pero no nos vamos a resignar a estos discursos catastrofistas que piden la austeridad social a los de abajo mientras ellos siguen derrochando. Discursos impregnados, de manera implícita o explícita, de la vieja receta ideológica neoliberal de siempre.
Sabemos que hay dificultades en nuestro país y que hay cosas que mejorar socialmente, pero hay señales de progresos laborales y económicos evidentes.
Es resumen, hay nubes, sí, vivimos el impacto económico de la invasión rusa de Ucrania con gran cercanía, pero también hay un estado con record de ingresos fiscales, vía impuesto de sociedades –los beneficios empresariales están altísimos-, vía IVA por la inflación, vía IRPF crecimiento del empleo, y también se tiene que poner en valor la llegada de los fondos de resiliencia europeos. La causa prima de la inflación es la crisis energética y de suministros, y el mantenimiento y crecimiento de los beneficios empresariales. No se trata de repartir los costes de la inflación, sino de que la paguen los que la crean sin castigar la capacidad de consumo ni empobrecer a la sociedad y los sectores populares. Hay una receta progresista para la inflación: control de precios, límite a los beneficios empresariales, y escudo social. Y convenios colectivos con subidas responsables y cláusula de revisión a final de año para no perder poder adquisitivo ni parar la economía.
Por eso, volviendo a Benedetti y siguiendo con su poema, debemos “defender la alegría como un principio, defenderla del pasmo y las pesadillas” de los agoreros partidarios de la austeridad para los trabajadores y las trabajadoras. En definitiva, debemos defender la alegría y nuestro derecho a disfrutar del verano, de los 30 días de vacaciones pagadas, que, sea dicho de paso, es una de las grandes conquistas de la lucha sindical.